La poética de la pesadilla
B. R. Yeager construye en ´Espacio negativo´ una novela de terror que, muy sutilmente, turba el estado de ánimo del lector
Algo raro pasa en el pueblo de Kinsfield, New Hampshire, Estados Unidos, algo que hace que todos los jóvenes se estén suicidando. Es el misterio que alberga la novela Espacio negativo (Caja Negra), de B. R. Yeager. Una historia de terror que, efectivamente, por momentos da miedo, pero, más que ese miedo cinematográfico de tensión y monstruo oculto, provoca un extraño estado de ánimo crepuscular y depresivo, un estado de turbación, como si ensuciara el alma, si es que tal cosa existe. Y eso es lo que asusta: que las palabras puedan lograr eso.
El escenario es ese tan familiar para el español medio a base de verlo en películas: los suburbios de una pequeña localidad estadounidense, el high school, la pizzería y las vivencias de los chavales en plena explosión de hormonas, pero está lejos del terror juvenil. Es algo más perverso, más macabro: el pueblo se está pudriendo.
COMPARACIÓN
Lo han comparado con la serie Euphoria, y es como una Euphoria satánica, porque el ambiente que se describe es fluorescente y oscuro, como en aquella serie, y los protagonistas se están drogando constantemente con una droga púrpura y gris, en forma de hojas, que hace que aparezcan pequeñas cuerdas negras por todas partes y que la realidad revele una trastienda de aspecto mágico y espantoso. El trato de completa naturalidad que se da a un personaje trans, cuya condición no se dice, sino que se muestra, es también un punto de unión con la citada serie lisérgica.
- Por cierto, la ola de suicidios injustificados en un apacible pueblo también recuerda a otra novela: Las vírgenes suicidas, de Jeffrey Eugenides.
Más de la sección
La trama es narrada desde tres puntos de vista, los de tres adolescentes llamados Ahmir, Jill y Lou; aunque el verdadero protagonista es Tyler, donde se juntan esos puntos de vista y se une la existencia de los otros tres. Carismático y autodestructivo, aficionado al abismo y a la autolesión con cuchillas, brujo drogadicto lleno de cicatrices, rockstar del underground sobrenatural.
Todo gira en torno a él, a sus sustancias tóxicas y a sus rituales que invocan unas fuerzas oscuras que no se sabe de dónde proceden ni qué pretenden. Además del high school, de los conciertos de punk y trap en sótanos oscuros, se recrea el ambiente de los foros de internet donde se discute sobre lo macabro, se difunden rumores e historias de terror (como los creepypasta) y se proponen terribles retos.
En el fondo de esta historia está el correlato de una generación sin futuro a la vista, las paternidades fallidas, la epidemia de opioides que asola Estados Unidos o los tiroteos en los institutos de aquel país (ocurre uno en la novela). Del mundo desesperanzado donde el futuro no se alcanza y los valores racionalistas e ilustrados están en retroceso frente al auge de la superstición y, quién sabe, la magia negra (eso lo explicaría todo).
Yeager ya había publicado una novela de género, Amygdalatropolis, no traducida al español, y también había elaborado un juego de cartas de terror, titulado Pearl Death, además de haber participado en los guiones de algunas películas de terror.
La temática de horror contemporáneo con conexión digital justifica a la perfección la inclusión de Espacio negativo en la colección Efectos colaterales, donde la editorial argentina Caja Negra se adentra en los vericuetos de la ficción, añadiéndola a la no ficción disruptiva y de vanguardia con la que se ha asentado en el panorama editorial. En esta colección incipiente se encuentran otras obras como Historia universal del after, de Leo Felipe, Vaquera invertida, de McKenzie Wark o Miles de ojos, de Maximiliano Barrientos. O sea, más drogas, sectas satánicas y pandillas moteras, ramalazos weird fiction, experiencias trans, tribus postapocalípticas, referentes ciberpunk, conspiranoia de extrema derecha o aventuras digitales en torno al trading de alta frecuencia.
Sensaciones ambiguas
Lo que recrea Yeager recuerda en su cotidianidad estadounidense de suburbio a Stephen King, pero más ponzoñoso, y a Mariana Enriquez en su oscuridad sectaria; también, claro está, al horror cósmico de H.P. Lovecraft.
No en vano, Nueva Inglaterra, donde vive el autor y sucede la novela, es el centro de operaciones de la ficción lovecraftiana. Y no en vano, Nuestra parte de noche, de Enriquez, podría también ser descrita como una mezcla del horror lovecraftiano con la poética argentinidad cotidiana de Julio Cortázar.
El autor maneja con destreza nuestras nubes de ignorancia, juega hábilmente con la ambigüedad. En ocasiones se demora demasiado en una sucesión circular de hechos, porque aquí no importa tanto la trama como las sensaciones que provoca la narración, y en ocasiones cae en lo inverosímil, como es el caso de las relaciones, tan laxas, de los jóvenes protagonistas con sus familias.
La decadencia avanza en la novela, al tiempo que se caen dientes, las pesadillas ganan terreno, las casas se hacen sórdidas, se agotan las existencias, y los protagonistas se acaban abandonando a una espiral de poética irrealidad interdimensional. O algo así. Una parte de lo que ocurre siempre queda velada para cogniciones inalcanzables para los humanos.
Yeager utiliza los mimbres de un lenguaje diáfano y utilitario para crear una poesía de la pesadilla, y por eso es más terrorífico, porque nos quiere decir que lo terrorífico puede habitar en los pliegues de la realidad de cada día. No es para todo el mundo.