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Un siglo después
Mientras en el discurso las relaciones de México con los Estados Unidos van por buen camino y buscan la felicidad de ambos pueblos, los poderosos intereses, especialmente de las empresas transnacionales y organismos que las acompañan, están generando un clima de incertidumbre y hasta de animadversión que en nada beneficia a los dos países limítrofes. Vuelve a suceder como aconteció a principios de la centuria pasada, cuando los magnates exigían al gobierno estadounidense un alto a la Constitución del 17.
Indudablemente, la intervención de los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial permitió que en México se acendrara el espíritu nacionalista y que la Revolución Mexicana, la primera revolución social del siglo XX, diera a luz la primera constitución humanista y progresista en la que está contenida la esencia de la nación mexicana: libre, soberana y dueña de su destino y de sus recursos naturales. Ello dio pie para que, acabada la contienda y firmados los acuerdos de la Liga de las Naciones, previa a la ONU, en EU surgiera la Asociación Nacional para la Protección de los Derechos Americanos en México.
Este organismo, promovido por el empresario petrolero Edward L. Doheny aprovechó el foro internacional para difundir sus demandas. A éste se sumó en el mismo año el Comité de Banqueros, el cual expresó su preocupación por la falta de garantía del gobierno de Carranza de pagar las deudas. Los principales medios de prensa se dividieron a favor o en contra de los grupos intervencionistas. Algunos fueron harto hostiles a México, impulsando una intervención armada y otros, más liberales, insistían en mantener las relaciones diplomáticas como medio para solucionar las diferencias entre ambos países. Como ha venido a suceder un siglo después, las fuerzas políticas del coloso del norte estaban divididas: mientras el presidente Wilson decía que México debía arreglar sus propios problemas, el Departamento de Estado advertía que, si no modificaban el rumbo, se procedería a una intervención. Los autores de estos amagos eran el secretario de Estado, R. Lansing, el embajador en México, Henry Fletcher, y el secretario del Interior, Frank Lane. Otro grupo de intervencionistas fue el que se reunió en torno al senador de Nuevo México Albert Fall. Los argumentos de los intervencionistas eran la confiscación de las propiedades estadounidenses en México, el cual era entendido como sinónimo de bolchevismo.
En medio de esa batahola, el líder protestante que había predicado muchos años en México y entendía la realidad del país, Samuel Guy Inman, publicó en agosto de 1919, el libro Intervention in Mexico, en una edición barata y sencilla que circuló profusamente en Estados Unidos. Entre otras cosas dice: “México está en primera plana de los periódicos; potencias organizan comités de banqueros para estudiar la ‘cuestión mexicana’, mientras petroleros crean una organización para proteger sus derechos; congresistas demandan reportes y el Departamento de Estado vigila de cerca; el Consejo de relaciones Exteriores crea un comité para que le den ideas al respecto; capitalistas aportan un fondo generoso para asistir a un grupo de profesores universitarios para investigar asuntos sociales y educativos mexicanos. Con ello quiere demostrar que todos están interesados en México, pero ninguno tiene la verdad porque los periódicos generan confusión mezclando información y dando datos erróneos”. Casi como ahora.
Fue tal el impacto que tuvo el libro, que al chico rato Inman publicó un artículo en el cual reforzaba su postura al afirmar el derecho de México de legislar sobre el subsuelo debido a que era una tradición que pasó de la corona de España a la nación al hacerse independiente. Pese a ello, intentó calmar a la gente asegurando que Carranza no buscaba confiscar los actuales yacimientos en manos de extranjeros, sino sólo exigirles que pagaran impuestos y garantizar que los nuevos fueran explotados por mexicanos.
En los días que corren, existe tal desconcierto, que no hay forma de saber hasta dónde habrán de llegar los conflictos que actualmente se están gestando a nivel regional y global. Endurecer las posturas que en el pasado otorgaron predominio a los Estados Unidos puede ser muy bueno; pero, no hay garantía.
México busca recuperar su soberanía energética utilizando los recursos que la ley prevé, sin afectar ningún derecho legítimo de los inversionistas. Así lo ha entendido el grueso de quienes se han sumado a la gran tarea de la recuperación luego de la noche oscura del capitalismo salvaje y de la pandemia.
Lo peor que pudiera ocurrir es que lo que no arrase el Covid-19, lo devaste una gran explosión nuclear.