Editoriales

Las lágrimas de la abuela

  • Por: FORTINO CISNEROS CALZADA
  • 10 DICIEMBRE 2020
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Las lágrimas de la abuela

A la canciller de hierro se le quebró la voz y las lágrimas asomaron a sus ojos azules cuando pronunció la sentencia de que: "Si ahora tenemos demasiados contactos y luego resulta que ésta fue la última Navidad con los abuelos, será que tal vez algo hicimos mal", después de anunciar las nuevas medidas que endurecen el confinamiento por la pandemia del Covid-19, a aplicarse entre el 20 de diciembre y el 10 de enero, que implican cierre de restaurantes, centros nocturnos, espacios culturales y deportivos.

La canciller alemana Ángela Merkel se refirió al hecho de que si alguien falta después de las fiestas de Navidad y Año Nuevo, será porque no acató las disposiciones que han sido adoptadas para contener el número de contagios que se ha disparado durante la segunda oleada. Con ello, pasa la responsabilidad de llegar todos juntos, vivos y sanos, al 2021, a los ciudadanos que deberán acatar las disposiciones de la autoridad, desoyendo las invitaciones a la desobediencia de quienes se oponen al cierre de negocios.

Sin embargo, como ocurre con frecuencia, el alcance de las palabras de Merkel tiene un contenido que va mucho más allá y tiene que ver con el mal que han hecho las generaciones que veneran al becerro de oro y convierten la existencia humana en un asunto de tanto por ciento. Esas que acaban de asestar un golpe terrible a la humanidad al convertir el agua en una mercancía cuyo precio se cotiza en la Bolsa de Valores de Nueva York, junto con el petróleo y el oro. No algo, sino mucho perjuicio han provocado. 

La mujer que ha sido considerada la más poderosa del planeta, recordó que Alemania se encuentra en la fase decisiva de la pandemia, una segunda ola mucho más exigente que la primera, y que la experiencia histórica advierte de que las segundas pueden ser muy dolorosas. "Por ello si la ciencia nos está rogando que antes de ver a la abuela o al abuelo o a otras personas mayores, reduzcamos durante una semana los contactos, deberíamos encontrar la vía de hacerlo posible". Alemania registra 1,218,524 casos.

Haciendo comparaciones, mientras que allá se han contabilizado casi un millón y cuarto de personas contagiadas por el Covid-19, en México se han registrado un millón 193 mil, 255, una cantidad menor que se achica más si se toma en cuenta el tamaño de ambos países. El territorio de Alemania abarca 357.022 km² de extensión, mientras que el territorio mexicano se extiende por 1,973 millones de kilómetros cuadrados, esto es, aquel es 5 y media veces menor que éste. Pero, aquí también se está buscando que la población tome mayor consciencia en torno al problema de la pandemia, que es real.

Paradójicamente, mientras son más los contagiados allá, los muertos son más aquí. Eso se debe a que lo que se hizo en México durante el aciago período neoliberal estuvo mal. Las instituciones del sector salud, de ser ejemplo mundial de eficiencia y responsabilidad, se convirtieron en minas de oro para una cáfila de pillos que hicieron de la política la forma más fácil y rápida de pasar a una mejor vida, con residencia en los fraccionamientos de lujo de la frontera sur de los Estados Unidos. ¡Era un robadero! 

Miguel Ángel Yúnes, cuando la Gordillo lo puso al frente del ISSSTE, denunció que debía pagarle por el favor 20 millones de pesos mensuales para financiar su partido político particular. Ese es sólo un botón de muestra, como lo fue aquel director de clínica que pidió que el nuevo aparato de Rayos X se instalara en su consultorio para su servicio particular; o las partidas presupuestales desviadas para la compra de votos con recursos que se sustraían de los fondos para la compra de medicinas e insumos.

30 años de capitalismo salvaje, cuando el poder político estaba al servicio del poder económico, no sólo precarizaron el trabajo y redujeron los salarios a un mínimo que no basta ni para comer una vez al día como la gente decente; también destruyeron los esquemas y las instituciones de seguridad social para convertir la medicina en un gran negocio en manos de unos cuantos. Si el trabajo se devaluó de forma brutal, la vida humana se tornó desechable. No como dice la canción de José Alfredo, sino con rabia.

Si después de esta Navidad y Año Nuevo no pueden volver a verse nietos y abuelos, será porque unos cuantos no acaten las disposiciones de las autoridades; pero, también por el grave perjuicio que provocó la corrupción institucionalizada desde las esferas del poder político y económico. Será porque al agua como comodity bursátil seguirá el aire. Porque, en fechas en que se celebra el nacimiento de el Redentor, sigue el demonio del egoísmo metiendo su cola para cegar al hombre y alejarlo de sí mismo.

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