Editoriales > ANÁLISIS

La opción indeseable

Cuando John Adams, segundo presidente de los Estados Unidos (1735-1826), expresó: "Sólo hay dos formas de conquistar y esclavizar a una nación. Una es la espada, la otra es la deuda", no sabía que su país habría de convertirse en el más endeudado del planeta y que esa circunstancia pone en vilo el flaco equilibrio de la geopolítica; que lo tambores de guerra se escuchan cada vez más fuertes y que quizá la crisis de la deuda la resolverán el estruendo de los cañones y el aterrador hongo de las bombas nucleares.

Fue en 2018, cuando el Fondo Monetario Internacional advirtió que la deuda de los Estados Unidos es insostenible y que habrá de resentir una gran inflación por las políticas fiscales que se han presentado para dar estímulo a la economía (eran tiempos de Trump). Agregó que es preocupante observar que la deuda estadounidense crece cada vez más, lo que pone en riesgo no sólo a esa economía sino también a todas las economías, especialmente a aquellas vinculadas a ese país por medio de tratados comerciales.

La opción indeseable

Quizá ese haya sido el factor determinante para que Trump perdiera su reelección; pero, su relevo en la presidencia, no tiene mucho margen de acción; está provocando, además de la inestabilidad económica, inquietudes políticas en varias regiones del planeta, muchas de ellas con posibilidades de responder de manera poco amigable. La realidad, monda y lironda, es que no hay una salida fácil para un problema que se vino soslayando desde que el sistema financiero mundial tomó al dólar como moneda universal.

Al inicio del 2019, la deuda de EU era de alrededor de 21 billones de dólares, lo que representa 107% de su PIB. Esto quiere decir que Estados Unidos debe 7% más de lo que produce en todo un año. El tema de la deuda se hizo más fuerte durante la campaña e influyó para que la perspectiva sobre tener deuda fuera negativa. Sin embargo, el endeudamiento de un país es necesario para su funcionamiento, ya que esto se hace con la intención de financiar los proyectos de un año fiscal. El problema es cuando hay un crecimiento acelerado e inconsciente de la deuda y no existen políticas que ayuden a reducirla.

La alternancia en el poder de los demócratas y republicanos no ha llevado a encontrar una fórmula que responda a la realidad del país. Los primeros están convencidos de que la deuda es un problema de largo plazo y no es un tema que se deba atender de inmediato, por lo que hacen políticas para reducir su deuda con base en el alza de impuestos a la población y a empresas para tener así un incremento en los ingresos gubernamentales, y financiar la deuda paulatinamente. Por otro lado, la visión conservadora de los republicanos sostienen que la deuda es una amenaza inmediata para la economía estadounidense y se debe hacer frente al problema lo más rápido posible. La forma más efectiva para disminuir la deuda es reducir el gasto gubernamental mediante recortes de presupuesto y de programas sociales para obtener un balance presupuestal en el gobierno. Pero, no se ha logrado detener el deterioro económico.

Para no abundar en referencias históricas, habría que decir que durante la administración del presidente Obama, la deuda estadounidense creció en un 75 por ciento, debido principalmente a la crisis de 2008 y a las políticas sociales de su gobierno. Cuando llegó a la presidencia en 2009, la economía estaba en terribles condiciones, los bancos y las empresas más importantes del país se declararon en bancarrota, el desempleo había aumentado 4% más desde 2008 y la bolsa de valores de Nueva York se vino abajo.

Fue entonces cuando el presidente Obama decidió lanzar la Ley de Recuperación y Reinversión de Estados Unidos y seguir con el Troubled Asset Relief Program (TARP), propuesto por el presidente George W. Bush. La aplicación de ambos programas significó que el gobierno estadounidense gastara más de un billón de dólares, cantidad que solo podía ser cubierta mediante endeudamiento. En los dos años de la crisis, la deuda estadounidense pasó de 10.2 billones de dólares en 2008 a 13.5 bd en 2010.

El presidente Trump ganó el cargo en las urnas por su promesa de mejorar la economía y disminuir el desempleo, haciendo a América grande otra vez; pero, sus estrategias no dieron los resultados que prometió, quizá por errores de cálculo o por desconocimiento de la geopolítica. Logró un crecimiento promedio anual del 4 % mediante la estrategia de recortar los impuestos para estimular la inversión local y crear puestos de trabajo. Trump disminuyó los impuestos de 35% a 21% y el desempleo bajó de 5%.

Pero, si ciertamente logró reducir los gastos del gobierno recortando programas sociales, especialmente los relacionado con la salud de la población, que había impulsado Obama, precisamente en los tiempos en que hizo su aparición la pandemia; decidió aumentar el gasto militar en 40 billones de dólares y fue a los fondos presupuestales para buscar recursos con los cuales financiar el muro que separaría a México de los Estados Unidos, con lo que la deuda, lejos de atenuarse, siguió creciendo rozagante.

El presidente Biden ha optado por reactivar la economía haciendo llegar fondos a las familias afectadas por la pandemia y el confinamiento; sin embargo, eso puede llevar a desatar la espiral inflacionaria que convertiría en vanos todos los esfuerzos del gobierno. El plan de estímulo económico de 1,9 billones de dólares de Biden tendría efectos de largo alcance en la sociedad ahora que el país trata de superar una pandemia que ha cobrado la vida de más de medio millón de personas. El gigantesco proyecto de ley que fue aprobado por el Senado proporcionará pagos directos a los estadounidenses, ampliará las prestaciones por desempleo y brindará una enorme inyección financiera a estados y gobiernos locales. 

Pero, para ello se han tenido que sacrificar proyectos de inversión en infraestructura que son necesarios para estimular el crecimiento económico, como la construcción de un sistema ferroviario en Silicon Valley, en el norte de California, y de un puente entre el norte del estado de Nueva York y Canadá, entre otros; por lo que la alternativa de solución está en otra parte; esa otra parte que resulta indeseable y que podría conducir a la humanidad a un retroceso a la época de la barbarie. 

El gobierno del presidente Biden está llevando las fintas de Trump a un terreno peligroso que sería al mismo tiempo el remedio para todas las enfermedades, porque ya no habrá pacientes. 

Los tambores de guerra redoblan cada vez con mayor fuerza. 

Habría que recordar aquel viejo y conocido refrán que asegura que el valiente vive hasta que el cobarde quiere, para no estarle tentando los esos al tigre.