Editoriales - Análisis

¡La marmaja, joven!

  • Por: FORTINO CISNEROS CALZADA
  • 24 ABRIL 2021
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¡La marmaja, joven!

Jair Bolsonaro.

El brutal hotentote del Brasil, Jair Bolsonaro, puso los puntos sobre las íes cuando dijo, exento de hipocresía, pero sumido en el fango del cinismo, que necesita parte de los 20 mil millones de dólares que prometió en campaña el presidente Biden, para salvar a la Amazonia. En realidad, el asunto del día relativo al cambio climático y el calentamiento global, es de dinero, mucho dinero. El cuento de las energías limpias provenientes de fuentes renovables es un fraude colosal para sacar billetes a lo grande.

Si eso fuera cierto, en lugar de aerogeneradores y sistemas fotovoltaicos y calóricos, se aplicarían las alternativas que han sido exitosas en países y regiones que no se han dejado llevar por las presiones de todo género; pero, especialmente mediáticas. Hong Kong, por ejemplo, produce el 82 por ciento de la electricidad que consume (y vaya que consume). Utiliza para ello fuentes contaminantes como son el petróleo o el carbón; pero, también no contaminantes como el biogás para la electricidad y el biodiesel.

Según los datos duros proporcionados por la Nota sectorial sobre las energías renovables en Hong Kong, 2018, de ICEX (España importaciones e inversión): “La energía más utilizada entre las renovables es el biogás con el 89,3% del consumo local, de Hecho Hong Kong cuenta con la planta de biogás más grande de Asia. Luego destaca el biodiesel (8,3%) y en último lugar, la energía eléctrica (1,9%) y un 0,5% de eólica e hidroeléctrica”. Aún así, el costo de la electricidad ha aumentado un 500 %.

Es claro que llegará un día en que las fuentes limpias y renovables ocupen un lugar preponderante en la producción energética; pero, eso será a largo plazo. Por lo pronto, su costo es tan elevado que requieren de fondos públicos para sus instalaciones y de graciosas concesiones fiscales para su operación. En el país, durante el régimen anterior, fue la banca de desarrollo, esto es los bancos oficiales, los que debieron financiar los proyectos que no han dado los resultados esperados porque simplemente no pueden hacerlo.

Una buena pregunta sería: ¿si las energías limpias no pueden detener el cambio climático ni revertir el calentamiento global, qué puede hacerlo? La respuesta emerge como un globo en el lecho del río: ir en pos de la reforestación del planeta y la restauración de los ecosistemas afectados por las ambiciones desmedidas de unos cuantos irresponsables. En estos días esa es la propuesta del presidente Andrés Manuel López Obrador; pero, viene de más lejos, desde los claustros académicos y peñas científicas.

Kamran Abdollahi, profesor de ciencias forestales urbanas en el Centro de Agricultura y Extensión del Sur en Baton Rouge, Luisiana, en EU, explicó que: “Los árboles extraen contaminantes en dos formas principales, o bien absorben gases y contaminantes a través de las estomas (los estomas son los poros o aberturas regulables en la epidermis de las hojas de las plantas), o capturan partículas en la superficie de sus hojas. Y durante el día los árboles también evaporan agua reduciendo la temperatura del aire”.

Entonces, ¿por qué los árboles no detienen la contaminación ni regulan la temperatura, inclusive, por qué no hacen llover? Pues, simple y sencillamente, porque el ser humano, en su afán de acumular una riqueza excesiva, ha llevado a cabo un exterminio sistemático de los bosques y las selvas. Bolsonaro es el ejemplo más brutal. Nada más en el 2019, cuando se dio la alarma mundial, se registraron 74 mil incendios que afectaron a la mitad de la selva amazónica brasileña con el propósito de abrir tierras para la ganadería, la minería, la explotación de las maderas finas y el desalojo de los pobladores ancestrales.

Los datos dados a conocer por Rhett A Butler, son escalofriantes: “El planeta perdió un área de cobertura arbórea más grande que el Reino Unido en 2020, incluidas más de 4.2 millones de hectáreas de bosques tropicales primarios. La pérdida de cobertura arbórea aumentó tanto en los trópicos como en las regiones templadas, pero la pérdida fue mayor en los bosques tropicales primarios, sobre todo por el aumento de la deforestación y los incendios en la Amazonia, la selva tropical más grande de la Tierra. Los datos, que ahora están disponibles en el Global Forest Watch del World Resource Institute, indican que la pérdida de bosques se mantuvo alta en el período inmediatamente posterior a la pandemia, pero no muestra cambios sistémicos obvios como resultado de la pandemia del Covid-19”.

Además, la destrucción de los bosques tropicales primarios, liberó 2.64 mil millones de toneladas de carbono, una cantidad equivalente a las emisiones anuales de 570 millones de automóviles. 

Y, por si fuera poco, la instalación de un parque eólico mediano (20 turbinas), requiere de cien hectáreas de terreno en donde no se permiten ni las mariposas, menos árboles. De esta suerte, lo que se propone como remedio, sale peor que la enfermedad, independientemente de la contaminación pues los parque eólicos, al igual que cualquier obra humana, afectan el entorno, y sus efectos negativos son resentidos por el suelo, la flora y la fauna del lugar donde se instalan. 

La erosión como consecuencia de los trabajos de construcción de un parque eólico es natural. A ello también debe sumarse la posible pérdida de flora, debido al movimiento de tierras en la preparación de accesos al lugar y la realización de cimentaciones para aerogeneradores y edificios de control.

Al respecto, afirmó el Dr. Gerardo Ceballos, investigador del Instituto de Ecología de la Universidad Nacional Autónoma de México, que: “En España la construcción de parques eólicos está muy bien regulada, en México todavía no, a pesar de que el país tiene un gran potencial para el desarrollo de este tipo de centrales de producción de energía eléctrica. Los impactos de estos lugares pueden evitarse si se planean correctamente, incluso pueden ser positivos, porque pueden apoyar la conservación de la flora y fauna activas”; sin embargo, ya se sabe, hay una feroz resistencia a las regulaciones, lo que ha desatado una robusta embestida de ataques a la administración pública de los medios y de los políticos comprometidos.

Es claro que sirve más al planeta restaurar los bosques y las selvas, para que puedan cumplir con su tarea natural de limpiar el aire, absorber los gases y las partículas tóxica, captar agua y liberarla a la atmósfera, generando la lluvia bienhechora, y contribuyendo a recuperar los glaciares de los polos y las cumbres de todo el planeta. Pero, claro, eso no deja dinero, dinero que sale de los bolsillos de los causantes cautivos para ir a engrosar las arcas de los potentados.

Como dijo Richard Branson: “Cualquier tonto puede hacer algo complicado. Lo difícil es hacer algo simple”.

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