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La lucha eterna
Desde los albores de la civilización, la confrontación entre el bien y el mal ha sido una constante. De hecho, son pocos los momentos de equilibrio en que se goza de una paz fructífera y, como se dice hoy, de prosperidad compartida en que unos tienen menos; pero, no tanto que no puedan vivir bien y otros tienen más; pero, no a costa del despojo y la rapiña. Quizá uno de los ejemplos más constatables sea el de México durante la mayor parte del siglo XX, cuando ocurrió la gran derrota del capitalismo salvaje.
Luego del mito absurdo de la Matanza de Tlatelolco, estimulado por los intelectuales orgánicos que no estuvieron ahí; pero sacaron raja de la sarta de mentiras que escribieron en obras vergonzosas, como Octavio Paz, que fue gratificado con el Premio Nacional de Literatura y luego con el Nobel, llevado de la mano de la televisión; luego de ello, vino la tarea de socavar los pilares del régimen revolucionario que dio paz, estabilidad y desarrollo al país mientras el planeta se ensangrentaba por guerras y genocidios.
Ahora se pretende negar el avance de la Cuarta Transformación argumentado sofismas trasnochados, de que el capitalismo salvaje actual no sólo destruyó los modelos económicos anteriores y sofocó las alternativas económicas, políticas y sociales en tres décadas, sino que reconfiguró la economía del planeta y hoy pareciera que es, si no imposible, sí muy arriesgado transformar ese modelo económico dado que en la transformación podría venirse abajo todo el andamiaje que construyó el neoliberalismo.
Quienes tales absurdos argumentan, quizá como resultado de su formación neoliberal, esto es, carente por completo del sentido de la realidad, desconocen el rechazo permanente que se ha dado a lo largo de los siglos de la concentración de los bienes que se obtienen con el trabajo del hombre y la prodigalidad de la madre tierra. Dijo Aristóteles: "La acumulación de dinero en sí es una actividad contra natura que deshumaniza a quienes se dedican a ello", con la idea de la crematística definida por Tales de Mileto.
Fue en diciembre de 1976, cuando el presidente del Chase Manhattan Bank, David Rockefeller anunció a los medios que la banca privada debería restringir sus empréstitos a los países del Tercer Mundo que se encontraban en una situación de endeudamiento próximo a la quiebra; que correspondería a los contribuyentes norteamericanos y europeos continuar subsidiando, a través de empréstitos estatales, la gigantesca necesidad de recursos financieros que garantizasen el funcionamiento del mercado mundial.
Luego de la moratoria de pagos del gobierno de José López Portillo, quien había dicho en un arranque de lirismo que había que aprender a administrar la abundancia, antes de que las multinacionales del petróleo decidieran bajar los precios para obligar a mayor endeudamiento, Miguel de la Madrid entregó el poder político al poder económico. Carlos Salinas completó la obra predadora que traspasó la gran riqueza acumulada durante 60 años de gobiernos nacionalista y revolucionarios, a la iniciativa privada.
Pero, no para un sector que buscara colocar a México en los mercados mundiales con productos y servicios de alto nivel; sino para las huestes que se repartieron el país en la cena de los 30 magnates que pagaron a Salinas 25 millones de dólares, contantes y sonantes, para tomar cancha y carta en el remate de las empresas del Estado mexicano que tanto beneficio habían aportado al país y los paisanos. Se creó así una élite cuyos caudales, aunados a los de la plutocracia universal, crecen realmente sin parar.
Como el crecimiento infinito es imposible en todos los campos de la actividad humana, vinieron los trucos del financiamiento para el desarrollo (desarrollo que jamás se ha dado, como puede constatarse con sólo salir a la calle), con lo que las mafias del poder acrecentaron más su fortuna, acogotando a los causantes cautivos con deudas encaminadas a promover el consumo de bienes que finalmente cuestan tras veces más, y, lo peor, con un excesivo endeudamiento de Estado, al que se llama deuda soberana.
Como no hay forma de pagar, la constante ha sido el déficit fiscal, esto es, gastar más de lo que se tiene contratando nueva deuda directa o indirecta, ya sea trayendo dinero fresco de las prensas de los bancos internacionales, o por medio de la devaluación, la inflación y la enajenación de los pocos bienes que van quedando al país. Como el agua ya es un ´comodity´ que se tasa y transa en la bolsa de Nueva York, de no detener la obra predadora del neoliberalismo, pronto ni agua para beber habrá si no se paga caro.
Entonces, es tiempo de que la lucha eterna se defina, cuando menos en estos días, a favor de los buenos.