Editoriales - Análisis

El modo de matar pulgas

  • Por: FORTINO CISNEROS CALZADA
  • 27 ABRIL 2021
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El modo de matar pulgas

Tres ilusiones perdidas en el laberinto de la terca realidad obligan a pensar que el mundo conocido de la lucha entre el bien y el mal, de las ideas contra las emociones, del razonamiento encima de los sentimientos, ha dejado de existir. Que la humanidad se adentra en un universo virtual donde, como en el arte abstracto, todo es según la percepción del espectador y, más aún, de la víctima de esas extrañas circunstancias que no permiten avanzar en la definición de los problemas, menos en la simple solución.

El presidente Joe Biden prometió una pronta solución al problema de la migración masiva rumbo a los Estados Unidos; nombró para el efecto una comisión presidida por la exembajadora Roberta Jacobson, para luego sustituirla con la exfiscal. senadora y vicepresidenta, Kamala Harris. En los tres casos hubo buena voluntad para concederles el beneficio de la duda, pues sus credenciales muestran méritos suficientes; pero, ha venido a resultar que los tres tienen una visión distinta a la del resto del planeta.

Su posición recuerda en mucho la frase de John Milton en su opúsculo Areopagítica, que fue más bien el discurso pronunciado ante el Parlamento de Inglaterra sobre la libertad de impresión sin censura, en el que dijo: "Aquellos que no quieren la luz del sol si ésta no entra por su ventana", que viene siendo una posición cerrada en temas que debían estar abiertos a los resultados de la experiencia, si hay que atenerse al punto de vista empírico e inductivo, o del estudio científico si habría que ir por lo deductivo.

Para el pueblo estadounidense, es primordial resolver el problema de la migración en todas sus facetas. La que tiene que ver con los once millones de extranjeros indocumentados que viven en territorio de los Estados Unidos, incluyendo a las dreamers, que contribuyen a mantener activo el aparato productivo, son causantes cautivos y generalmente cumplen con los mandatos de ley, aunque, desde luego, hay sus excepciones. Precisamente, el fin de semana pasado, un grupo de manifestantes exigió a la vicepresidenta hacerse presente en la frontera y desde ahí tomar medidas efectivas para regular el flujo de los que llegan y para resolver el problema de los que ya están. Ella prometió ir pronto al lugar. 

Durante una de las primeras entrevistas que concedió a los medios, dijo que: "Estados Unidos necesita aumentar la capacidad de procesar las demandas de asilo y de acoger a los migrantes, principalmente personas de América Central que huyen de la pobreza, la violencia y los desastres naturales. Es un gran problema. El gobierno heredó una estructura muy maltrecha de la anterior administración, que además defendió una política muy agresiva contra la inmigración irregular". Eso alentó la esperanza de cambio.

Estas esperanzas ya habían florecido al inicio de la administración del presidente Biden, cuando aseguró que: "Debemos poner fin a esta guerra incivilizada que enfrenta al rojo contra el azul, lo rural a lo urbano, lo conservador a lo liberal. Podemos hacer esto, si abrimos nuestras almas en lugar de endurecer nuestros corazones". Luego apeló a la unión en la sociedad y dijo que "la democracia ha prevalecido siempre que el pueblo se mantiene unido a los principios que sostienen a Estados Unidos".

Pero, el problema de la migración crece y se agudiza en la frontera. No avanza hacia una solución cabal y justa en todas sus expresiones. Sociológicamente, el problema real que presenta la inmigración ilegal es el tema de la seguridad, no la supuesta amenaza a la economía. Las iniciativas por reducir el flujo de inmigrantes en realidad empeora el dilema de la seguridad al empujar a muchos de estos trabajadores a la economía informal, animando por tanto a una mentalidad de ilegalidad. Un programa de trabajo temporal para extranjeros es un componente esencial para la seguridad de la frontera si es adecuado.

Que reconozca el interés y el beneficio mutuo. Quizá sea un contrasentido reconocer el derecho de asilo que fomenta la afluencia de migrantes, y no aceptar que como migrantes en condiciones de desventaja, requieren de un tratamiento especial que les permita incorporarse a la sociedad con plenos derechos. No es algo fuera de lugar. El punto es que si no se reconocen otros derechos, el derecho de asilo no vale por sí mismo y siempre serán seres humanos marginados por buscar un mejor porvenir.

Ante este problema la OEA, en su recomendación número 36 dice: "Los Estados deben trabajar juntos para adoptar todas las políticas, leyes y prácticas necesarias para garantizar el derecho de las personas a migrar de manera segura y ordenada y para cumplir con las demás obligaciones internacionales relativas a la protección de los derechos humanos de los migrantes que salen, viajan a través de o se dirigen a su territorio. La responsabilidad compartida de los Estados en la gestión de los movimientos migratorios no significa, en ningún caso, que los Estados ignoren las obligaciones que tienen para con las personas bajo su jurisdicción".

Pero, no esperar mucho.

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