Editoriales

¡Que vienen los rusos!

  • Por: FORTINO CISNEROS CALZADA
  • 02 MARZO 2018
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¡Que vienen los rusos!

A mediados de la década de los 60s se filmó una película norteamericana con el título de este texto; se trataba de una comedia de equívocos: un submarino ruso encalló en costas de Estados Unidos y su tripulación fue al pueblo en busca de ayuda; pero, hubo enredos y tanto los rusos como los vecinos del pueblo amenazaron con bombardearse, hasta que un niño pequeño se puso en peligro y todos unieron esfuerzos para salvarlo.

Primero, fue en el vecino país; ahora, es en México donde se habla de la intervención de los rusos en procesos electorales. Esta técnica es muy antigua, casi antediluviana: echar la culpa al extraño enemigo de los yerros inducidos que terminan con beneficiar a una camarilla en detrimento y hasta perjuicio de los demás, a los que afanosamente se pretende favorecer en cumplimiento de promesas juradas por la virgencita misma.

Sería difícil encontrar en este momento a una persona (ni buscándola con la lámpara de Diógenes), que pueda negar que en México se ha destapado la caja de Pandora y que todos los males que encerraba se han volcado sobre las tierras del Anáhuac, en la que sólo queda, como en la leyenda griega, el último recurso, de la esperanza. No hay espacio del ejercicio del poder público en que si se pincha, no brote un chorro de pus.

La corrupción envide las entrañas de la patria como un cáncer. Quizá por ello, Gabriela Ramos, directora del gabinete de la Organización para la Cooperación Económica, dijo que: "La corrupción es el cáncer de México y daña la fábrica social y las relaciones entre los ciudadanos; urge combatirla con todos nuestra fuerza y esto requiere de una acción conjunta y de un entusiasmo colectivo que nosotros nos complace verlo aquí". Pero, luego, dijo: "No hay mejor disuasor que la sanción, en absoluto, podemos tener los mejores sistemas; pero, si la sanción no se materializa, el disuasor no está ahí, y evidentemente los incentivos no se construyen para evitar los actos de corrupción", 

El triángulo infame de corrupción, complicidad e impunidad, que soporta a la pesada estructura de poder dominante en la vida ciudadana e institucional en México, está tan sólidamente afincado, que, difícilmente podría penetrarlo algún intento de dominio externo. No pudieron los agentes norteamericanos afectar el modelo revolucionario a pesar de las exigencias del influyente periodista William Randolph Hearst y otros como él; no pudieron otros agentes interesados en dominar al país y a los paisanos lograrlo; por lo mismo, es difícil que, cuando Rusia tiene asuntos importantes qué atender, lo intente.

La entrega de la nación y los bienes que contiene, incluyendo a los nacionales, a las garras del capitalismo feroz y predador, no fue por la intervención de los emisarios de Masiosare; sino, por voluntad de la camarilla de facinerosos integrada durante la cena a la que convocó Carlos Salinas en la casa de su tío Antonio Ortiz Mena, para repartirse el país con cartas de a 25 millones de dólares cada una. La invitación a otros para que se integren al festín del despojo es para, como buen tahúr, jugar con recursos ajenos.

Si los rusos pudieran tener intenciones de venir a México, no sería para influir en los procesos eleccionarios, que son como las peleas de Parnassus, arregladas hasta el último detalle; tal vez vengan para aprender sobre la ingeniería que, por desgracia, ante la impunidad de los fraudes, está perdiendo capacidad de inventiva. Ya no se guardan las formas ni se echa mano de ingeniosos trucos, como el ´ratón loco´ y otros.

Hablar de costosos y sofisticados equipos y métodos de incursión, manipulación y sabotaje en las elecciones de México, es casi lo mismo que decir que al pulque le falta un grado para ser carne; que cómo México no hay dos; que en cualquier caso, motivo de vergüenza, se llegará hasta las últimas consecuencias, caiga quien caiga.

No cae nadie ni los rusos tienen nada que aportar en cuanto a tecnología electoral. Con la frase de Stalin agotaron su ayuda: "Los que votan no deciden nada; los que cuentan los votos, deciden todo".   


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