Editoriales

Sangre y lumbre

  • Por: FORTINO CISNEROS CALZADA
  • 27 FEBRERO 2018
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Sangre y lumbre

¿Quién más? ¿Quién más, si no María, mujer-Hombre, mujer-Revolución, mujer-México, para encarnar el papel idílico de una maestra rural en Río Escondido? Este año se cumplen 70 del estreno de Río Escondido, una película de Emilio Fernández, en que se ponen de manifiesto las terribles circunstancias que llevaron a la Revolución Mexicana, la primera revolución social del siglo XX, y la convocatoria a los mejores hombres y mujeres para hacer realidad sus postulados.

María, la gran diva, como la maestra Chelita, que apenas cumplida la mayoría de edad ya estaba en la sierra Tarahumara enseñando, con paciencia y con amor, a los pequeños que acudían a la escuela rompiendo el hielo con sus talones desnudos, sacrificó su bienestar personal y su vida misma para cumplir la tarea, hermosa y heroica, de llevar la luz del conocimiento a lo más pobres entre los pobres, a aquellos indios olvidados y sometidos a la voluntad de caciques desalmados.

María, María Félix, la gran estrella que reclamaban universalmente, tuvo la sensibilidad de encarnar el papel que las maestras rurales vivieron en carne viva al enfrentar a los caciques pueblerinos; a los presidentes municipales convertidos en señores de horca y cuchillo; a la suerte de las mujeres sometidas y a los niños abandonados y explotados para seguir la secuela del peonazgo y de la sumisión. Ahí conquistó María el derecho a ser la estrella de los mexicanos.

María, ícono del bon vivant, del lujo, de la existencia más allá del simple confort, dio vida a la maestra comprometida que, junto a los médicos de la Revolución, hicieron posible el tránsito del México rural al México moderno que crecía al seis y siete por ciento, mientras la inflación estaba controlada y la devaluación se había detenido. Ahí probó María que era más que una cara bonita y que su identidad era, total y absolutamente, de una mexicana, que rechazó el brillo de Hollywood.

Los soldados de la Revolución abrieron el surco en la tierra morena para que los maestros y los médicos rurales fueran a depositar en ella la semilla del progreso, regada con sacrificio y pasión; para que la salud y la educación fueran los puntales sobre los habría de levantarse  el México de la justicia social que tantos y tan magníficos frutos dio, hasta llegar a los tres premios Nobel que simbolizan la cumbre en los tres grandes campos de la cultura humana: arte, ciencia y moral.

Correspondió a María, la mexicana, hacer llegar al mundo la tarea que cumplieron los maestros y los médicos en la transformación de una sociedad que construyó el más acabado y perfecto de los modelos de justicia social, arrancando a cada una de las propuestas ideológicas y política de la época lo mejor para labrar su propio camino enarbolando la democracia con justicia social, en un régimen de economía mixta con rectoría del Estado, apoyado en el nacionalismo revolucionario.

Un nacionalismo que no buscó exportar su modelo a otros países con los que mantuvo siempre una respetosa y amistosa relación; pero, que fue copiado e imitado por las naciones que aspiraban a solucionar los problemas que les aquejaban por los efectos perniciosos del extremismo, tanto de un signo como de otro. El capitalismo voraz, disfrazado de liberalismo, por un lado, y el estatismo aniquilador de toda iniciativa, con sus dos caras de comunismo y socialismo, buscaron la Tercera Vía.

Río Escondido es una película de Emilio Fernández, cuyo guión escribió junto con el laureado Mauricio Magdaleno. Está tan cargada de mensajes que transita al borde del empacho aldeano; pero, se salva con la presencia de María, y de Carlos López Moctezuma, Fernando Fernández, Domingo Soler y Columba Domínguez, entre otros. La fotografía de Gabriel Figueroa es espléndida, como lo fue en todas las grandes películas del Indio Fernández.

Estruja la intensidad de los diálogos, como cuando frente a uno de los murales de Diego Rivera, el narrador dice: "Vieja raza cobriza que encontró el secreto de la vida en los ritmos de la tierra, la danza y las estrellas. Esa raza que hizo de la flor un culto y levantó pirámides a Huitzilobos y a Quetzalcóatl. He aquí nuestros orígenes, sangre y lumbre. Genio de España y genio de Cuauhtemotzin; una boda que, por cruel, parece expresar la fatalidad que toda vida nueva requiere para forjar las raíces de patria".

Río Escondido fue estrenada en 1948; pero, bien puede exhibirse hoy, cuando México marcha en sentido contrario. En la película, María (la maestra Rosaura Salazar) muere sin ser, jamás, vencida.   


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