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Los fariseos
El fariseísmo es la hipocresía envuelta en la gala de las buenas intenciones. Quizá la más notable muestra de ello sea llamar democracia al sistema ideado por el capitalismo salvaje para imponer modas y modos de explotación del ser humano y del planeta. Otra que también destaca es la del predicador que fustiga al mendigo y desayuna con los potentados, como ocurrió en el país antes de que Juárez separara la Iglesia del Estado, o durante las rebeliones sinarquistas ante el avance de la justicia social.
Ahora, un grueso sector de la Iglesia católica, el que se ha rebelado en contra de las enseñanzas del Papa Francisco y su retorno al sentido humano de la vida, vela armas junto a las fuerzas reaccionarias que se ha juntado, dentro y fuera del país, para evitar el avance de la auténtica democracia, la que viene del pueblo y vuelve al pueblo en forma de justicia social. Pocos son los medios y menos los ministros que han hecho llegar las palabras del Papa a la gente. Quieren ocultar sus extraordinarios mensajes.
Mensajes como Laudato sí, en el que dijo: "Lamentablemente, muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis ambiental suelen ser frustrados no sólo por el rechazo de los poderosos; también por la falta de interés de los demás. Las actitudes que obstruyen los caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la negación del problema a la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones técnicas. Necesitamos una solidaridad universal nueva. Como dijeron los Obispos de Sudáfrica, ´se necesitan los talentos y la implicación de todos para reparar el daño causado por el abuso humano a la creación de Dios´. Todos podemos colaborar como instrumentos de Dios para el cuidado de la creación, cada uno desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas y sus capacidades".
¿A qué poderosos se refiere? Pues a aquellos cuyas fortunas aumentan segundo a segundo mientras crecen el hambre, la enfermedad y el desamparo de pueblos enteros que ni siquiera en la migración pueden encontrar una salida, porque las puertas de los ahítos están cerradas para los menesterosos. A los que difunden las falacias noticiosas para crear confusión y desestabilidad, dos ingredientes fundamentales para el dominio de las masas depauperadas que se ven obligadas a trabajar únicamente por la comida.
A los que han convertido el trabajo de la tierra en el factor más agresivo para el planeta por las técnicas irracionales de cultivo y por la producción intensiva de alimentos que no van a alimentar a la población sino a los bolsillos de quienes detentan el dominio de las parcelas. Orita mismo, los impactos de la agricultura industrial son devastadores para el medio ambiente y para las comunidades humanas; pues la agricultura y ganadería intensivas provocan la degradación de los suelos, el uso excesivo de tóxicos, el acaparamiento de la tierra y el consecuente desplazamiento de comunidades, entre otros impactos.
El ejemplo monstruoso de Bolsonaro en Brasil, que está devastando la selva amazónica para abrir nuevas tierras al cultivo y la ganadería; para la explotación de los recursos minerales del subsuelo y para el desplazamiento y exterminio de los habitantes ancestrales, es la característica de este embate del capitalismo salvaje en contra del ser humano y de su hábitat. El fariseísmo presenta diversas caras, entre las que no puede faltar la del ángel bueno, al que se ven las patas de cabra debajo de los ropajes.
Se proponen soluciones engañosas, como la producción de electricidad a partir de energías renovables como la eólica o la solar y se presentan los agrocombustibles como una falsa solución frente al cambio climático y frente a la crisis del petróleo. En los dos casos, el daño a los ecosistemas, a la producción alimentaria y al planeta mismo, son harto evidentes. Está demostrado que tienen impactos ambientales y sociales extremadamente graves, sin que puedan abatir las emisiones de gases de efecto invernadero.
Si las enseñanzas de Jesús, que vino a la tierra a traer la buena nueva del amor, que corrió a los mercaderes del templo, que predicó que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que un rico entre en el cielo; si su sacrificio no fue suficiente, quizá lo sean las reflexiones filosóficas de la Grecia antigua, cuando Aristóteles dijo que la acumulación excesiva de la riqueza era contra natura; quizá lo sean las palabras del Papa que tantas inquinas ha recibido por su imitación a la vida de Cristo.
Quizá lo sea el hecho inexorable de que nadie se llevará nada de lo que acumule y que, en cambio, puede tener el consuelo de las oraciones por voz de aquellos a los que si no hizo un bien, un mal tampoco.