Editoriales

¡La 'lana'!

  • Por: FORTINO CISNEROS CALZADA
  • 29 AGOSTO 2020
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¡La lana!

Uno de los padres fundadores de los Estados Unidos fue John Adams cuyas virtudes académicas y credenciales revolucionarias le aseguraron dos mandatos como vicepresidente de George Washington y su propia elección en 1796, siendo el segundo presidente de su nación. Su temple y convicciones le permitieron resistir feroces embates de sus detractores, políticos e ideológicos. Fue él quien afirmó que: "Hay dos formas de conquistar y esclavizar a una nación, una es con la espada, la otra es con la deuda".

Años después, el estudioso de las religiones, Martín Palmer, explicó: "Como la deuda se focalizó tanto en el sector financiero, y como lo financiero representa los intereses de una sección cada vez más pequeña de la sociedad, y esa sección de la sociedad maneja no solo lo financiero sino también el lado político de nuestra vida, la deuda carga actualmente con la connotación de explotación, de injusticia, de un nivel de intereses incomprensible, y también con la idea de que estamos algo sobre lo que tenemos muy poco control". Recordó también que Jesús enseñó la oración en que se pide perdonar las deudas. 

Todo esto viene al caso porque son cada vez más abiertas, más feroces, más crudas las embestidas de dentro y de fuera para que el gobierno federal entre el déficit fiscal para poder repartir dinero a entidades y organismos públicos que se han quedado acostumbrados a que el ejercicio político sea la forma más rentable, rápida y sencilla de volverse millonarios (en dólares, porque pesos no agarran). Ese déficit para seguir engordando bolsillos aventuraros se tiene que cubrir con mayor deuda pública.

Hasta hace dos año esa fue la mecánica para que los gobernadores se dieran vida de reyes, con clara ostentación y sus mujeres se codearan con los miembros de la realeza preferentemente inglesa y española. O que Elba o Rosario siguieran siendo las mismas monas de siempre aunque se vistieran de Dior, Chanel y Cartier. Ahora, por decisión de la mayoría de los mexicanos, el país vive en austeridad republicana y, si eso no fuera suficiente, bajo las presiones que han traído la pandemia y el confinamiento.

En los tres regímenes anteriores ingresaron a México muchos miles de millones de dólares por la venta de petróleo en cantidades superlativas a precios por encima de los 100 dólares el barril; por crédito tan irresponsables como absurdos pactados en condiciones altamente lesivas para el país con organismos financieros internacionales que no se tientan el corazón a la hora de cobrar intereses o exigir pagos por adelantado so pena de aplicar multas y sanciones, con el apoyo de gobiernos que decretan embargos.

La deuda creció al doble, la moneda se devaluó en un 110 por ciento, la inflación se desbocó, las tasas de interés llegaron a la usura criminal con el beneplácito de Carstens y Videgaray. En cambio, los salarios perdieron capacidad de compra y fueron tan injustos como inmorales y anticonstitucionales. Una casta de nuevos millonarios cuyos ingresos resultan inexplicables, se dedicaron al nuevo deporte de la defraudación fiscal con el uso de las facturas apócrifas y las empresas fantasmas ¡todo solapado!

En este momento de dura prueba para todos los países, la postura del gobierno mexicano para enfrentar la triple crisis, sanitaria, económica y política, es un referente que toman muy en cuenta países en las mismas condiciones. La asesoría que dio México al gobierno argentino para que pudiera librarse de los amagos del Fondo Monetario Internacional y el Banco Interamericano de Desarrollo, fue tan eficaz que ahora Argentina se ha librado de un embargo comercial y está a punto de emprender el crecimiento.

No ocurre lo mismo con otros países que ahora están inmersos en embrollos colosales a partir de un endeudamiento irresponsable que difícilmente podrá saldarse. Las previsiones del Instituto de Finanzas Internacionales anticipan que la deuda pública y privada aumentará de 255 a 325 billones de dólares para el año 2025. De hecho, en los países más desarrollados, la deuda pública se situará en el 130% del producto interior bruto y en Estados Unidos podría superar el 140% del PIB. ¿Qué país podrá soportarlo?

Las predicciones para el subcontinente latinoamericano no son mejores. Su nivel de deuda pública actual es superior al de la crisis de 2008, cuando estalló la burbuja inmobiliaria en los Estados Unidos y se produjo la crisis financiera y, para colmo de males, sus déficits fiscales, limitan considerablemente las opciones de los gobiernos para responder a las necesidades reales. Curiosamente, los que tienen las peores calificaciones de crédito, serán los menos aptos para obtener nuevos préstamos institucionales.

México no es el único país que presenta un buen manejo de la contingencia. Hay otros dos ejemplos con metodologías diferentes, pero, con el mismo propósito de no incurrir en déficit fiscales. Hay quienes defienden que la acumulación de deuda puede terminar siendo letal para la economía y entorpecer el crecimiento económico. No obstante, se han dado experiencias como las de Japón, con una deuda pública que supera el 230% del PIB, e Italia, que durante largo tiempo ha mantenido unos niveles de deuda pública que sobrepasan el 90% del PIB. Sí; pero, con tasas de referencia negativas.

O sea que no deben desembolsar los grandes montos por el servicio que sí pagan las naciones poco desarrolladas. Según el último informe del Banco de México: "Los saldos de la deuda pública a julio presentan una reducción respecto al mes previo consistente con la apreciación del peso y el manejo responsable de los pasivos, respetando los techos de endeudamiento autorizados. El Saldo Histórico de los Requerimientos Financieros del Sector Público (SHRFSP) ascendió a 12 billones 25.9 mil millones de pesos. La deuda neta del Sector Público se situó en 12 billones 239.8 mil millones de pesos y la deuda neta del Gobierno Federal se ubicó en 9 billones 312 mil millones de pesos. 

Así pues, la clave para poder convivir con unos niveles de deuda pública elevados se encuentra en la llamada sostenibilidad fiscal; se trata de poder hacer frente a los gastos fiscales con los suficientes ingresos fiscales sin incurrir en graves problemas de déficit que deriven en problemas de deuda pública. Quizá las señoras puedan entenderlo cuando aplican cada día la ley simple y sencilla de no gastar más de lo que ingresa al hogar, aunque siga chillando el niño que quiere juguete nuevo.

A final de cuentas, todo se reduce a la ambición de 'lana', como si el dinero fuera la vida.

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