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Idilio Salvaje

  • Por: FORTINO CISNEROS CALZADA
  • 14 JUNIO 2020
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Idilio Salvaje

Cada amanecer, la luz verde del alba va perfilando los contornos del paisaje y las criaturas sobre la tierra se desperezan. Es un momento en que la obscuridad de la noche va cediendo terreno a la claridad del nuevo día. El filo entre lo viejo que parece resistir la partida y lo nuevo que empuja con el vigor por hacerse un lugar, cobra perfiles singulares. No es una fusión, tampoco un desplazamiento; es más bien como una metamorfosis. La crisálida que pasó mucho tiempo en las tinieblas del capullo, vuela libre.

Así ha sido, desde tiempos inmemoriales, la historia de México y de los mexicanos. Si hubiera que fijar un punto de partida, habría que decir que los indios nativos de estas tierras no arrojaron a los españoles que vinieron del viejo continente al mar; tampoco los conquistadores arrasaron con las poblaciones nativas, como ocurrió en otras latitudes. Se habla de fusión de razas, de eclecticismo (unir lo mejor de cada una de las partes), quizá lo más acertado sea el sincretismo (la aceptación de lo diferente para crear algo nuevo). Así emergió la raza mestiza, la nueva raza de bronce de la que hablaba Vasconcelos.

Este fenómeno se observa en la pluma del gran vate Manuel José Othón, que se aleja del romanticismo; pero no se deja arrastrar por las corrientes de la literatura modernista y da lugar a una obra singular que pone en versos la vasta policromía del horizonte mexicano. Coge la lira de oro y abandona/ el tabardo, descálzate la espuela,/ deja las armas que para esta vela/ no has menester ni daga, ni tizona. Si tu voz melancólica no entona/ ya sus himnos de amor, conmigo vuela/ a esta región que asombra y que consuela;/ pero antes ciñe la triunfal corona. Tú, que de Pan comprendes el lenguaje,/ ven de un drama admirable a ser testigo./ Ya el campo eleva su canción salvaje; Venus se prende el luminoso broche.../ Sube al agrio peñón, y oirás conmigo/ lo que dicen las cosas en la noche". 

El primer soneto de Noche rústica de Walpurgis es apenas una muestra de la maestría y elegancia que se deja sentir a lo largo de los 22 sonetos y un envío, que conforman el poema que elevó a José Othón al Olimpo universal. El poeta nació el 14 de junio de 1858, en San Luis Potosí; empezó a escribir poemas desde los 13 años de edad, todos relacionados con su entorno. Estudió leyes en el Instituto Científico y Literario, luego en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí donde se tituló en 1881. 

Su inspiración se fue nutriendo de vivencias cotidianas que reflejan las alegrías, los dramas y el sentido profundo del pueblo mexicano arraigado en un paisaje que es lo mismo duro que pródigo. Sintió el breñal bajo sus pies, la tierna belleza de las flores y la inmensidad de los paisajes del norte de México. Una vez que se graduó en leyes, se desempeñó como funcionario público en diversos lugares. Lejos de las posturas rígidas y algunas veces fachosas de los burócratas, el trato humano afinó su sensibilidad.

En 1885, es nombrado juez de Guadalcázar donde ocupa las tardes y noches en tomar apuntes para sus poemas, leer y escribir. Fue agente del Ministerio Público en su ciudad natal y profesor de su Alma Máter. Obtuvo el cargo de diputado federal y se integró al Congreso de la Unión en 1900. En la cátedra impuso el rigor que se requiere para desbrozar la milpa. Arrancó de cuajo las ambiciones mal fundadas que hubieran acabado en escritores chambones y alentó con ciencia y paciencia los talentos naturales.

Fue miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua y su obra se complemento con la dramaturgia, la narrativa y el ensayo, logrando piezas de teatro y cuentos notables; pero que no llegaron a la cima de sus poemas. De él dijo Alfonso Reyes: "La dureza que Othón percibía en el paisaje es la dureza misma del hombre en esta tierra, de este hombre bueno y culpable y, fundamentalmente solo, que pide olvido en la oración erótica del Idilio salvaje. Es el mundo en que estamos, el de los recuerdos perdidos, el del amor pasado, el del paraíso abandonado: 'la llamada amarguísima y salobre".

Para, luego afirmar que: "La suavidad de Othón es la misma suavidad, el mismo amor con que Dios creó la naturaleza y que, en su hosca y terrible soledad, le permite al poeta esperar. Y si Othón puede decir, recordando al clásico: "De mis oscuras soledades vengo/ y tornaré a mis tristes soledades/ a brega altiva, tras camino luengo", puede decir también, "con la paz en el alma:/ Nada sucumbe: el escondido germen,/ la crisálida envuelta en su capullo,/ la célula y el grano... ¡todos duermen!".

Sin embargo, quien mejor logró definir la poesía de Manuel José Othón fue su admirador, el también poeta de grandes vuelos y notable inspiración, Ramón López Velarde. Antes, Salvador Díaz Mirón su contemporáneo y amigo había dicho que: "Manuel José Othón tiene seis alas blancas como los serafines", y Luis G. Urbina que: "No se podía dudar, nos hallábamos frente a un ser extraordinario". 

Escribió López Velarde: "Por el lenguaje y por las formas poéticas que eligió, Othón fue un clásico, y por el tratamiento de asuntos, por corazón y sensibilidad, fue un romántico. ¿Pero dónde rayos se encuentran las trazas modernistas en los poemas mayores de Othón? ¿Dónde en "Himno de los bosques", en "Salmo del fuego", en "Noche rústica de Walpurgis", en "Pastoral", en "Frondas y glebas", en "Las montañas épicas", en "Elegía" o en el archicitado "Idilio salvaje"? ¿Dónde? Por el verso seco y rotundo estaría más cerca de Byron, de Hugo o del mexicano Díaz Mirón que de la pedrería múltiple y de la música de cámara del modernismo. Digámoslo definitivamente: es la diferencia entre el cisne del estanque y el águila de la montaña".

Quizá no era posible encontrar en los versos del poeta potosino los restos de la poesía clásica ni vislumbrar el devenir del modernismo. Quizá su obra fue única, como la luz verde de cada mañana; como la historia de la raza de bronce, que no se parece a ninguna otra y que tiene sus propios caminos para ir al encuentro de su destino.

Othón murió en San Luis Potosí, el 28 de noviembre de 1906. En 1964 sus restos fueron trasladados a la Rotonda de las Personas Ilustres del Panteón Civil de Dolores, en la Ciudad de México. Una parte muy importante de su obra fue publicada después de su muerte. Importante es señalar que su obra póstuma, El himno de los bosques, la escribió en la huasteca tamaulipeca, en el ejido Los gallitos.

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