Editoriales

Hora de definir el futuro

  • Por: FORTINO CISNEROS CALZADA
  • 12 JUNIO 2020
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Hora de definir el futuro

Salir de la pandemia sin haber aprendido nada y seguir con los mismos hábitos perniciosos que han dado al traste con la calidad de vida del ser humano, actualmente reducido al papel de consumidor pasivo de bienes y servicios de pésima calidad, y en constante estrés, sería lo más trágico. Si a la cuarentena se le agrega el planteamiento de la Cuarta Transformación que propone el actual gobierno federal, habría que dejar la comodidad del reposet y la enajenación de la tele para ver qué hay más allá de las paredes.

El llamado milagro mexicano, que se da a partir de los años 40 con la consolidación de los postulados de la Revolución Mexicana plasmados en la Constitución del 17, permitió un crecimiento promedio del 6 % con paz y estabilidad, no fue casual ni peregrino; por el contrario, fue resultado de la consciencia de clase de los trabajadores, de la fuerza de los sindicatos para acceder a condiciones laborales acordes a los más avanzados acuerdos planetarios en materia de trabajo. Todo bajo la premisa de la justicia social.

Fue a partir de los 70s, como consecuencia del gran mito mediático de la Matanza de Tlatelolco, que se empieza a socavar el sentido de pertenencia de los trabajadores para crear la idea de las clases medias, inicialmente con mayor poder de compra que las generaciones anteriores; pero, sometidas a exigencias que fueron minando su calidad de vida: hacinamiento doméstico, hacinamiento laboral, hacinamiento social; alargamiento de las jornadas laborales, jornadas a destajo, con nocivos cambios de horario.

Los sindicatos perdieron fuerza y fueron sustituidos por organismo de control sometidos a las exigencias patronales, privadas u oficiales. Los resultados no tardaron y pronto se observaron entre los trabajadores: Sobreestimulación sensorial, descenso en las capacidades cognitivas (concentración, memoria, aprendizaje, entre otras), dolencias músculoesqueléticas, aumento en la frecuencia de los accidentes, mayor riesgo de transmisión de enfermedades y aparición de nuevas (cefaleas, depresión, ansiedad y estrés).

En la actualidad, los trabajadores, que fueron el sector más sólido del partido político oficial por su gran consciencia de clase, ha devenido en la gran mayoría de miserables que ganan apenas lo suficiente para no morir de hambre. Según datos del Programa de Protección al Consumidor, abajo del escalafón socio-económico, están: la clase baja alta, que se calcula que sea aproximadamente 25% de la población nacional y está conformada principalmente por obreros y campesinos (es la fuerza física de la sociedad, ya que realiza arduos trabajos a cambio de un ingreso ligeramente superior al sueldo mínimo); y la clase baja baja, que representa el 35% de toda la población, y está constituida por trabajadores temporales e inmigrantes, comerciantes informales, desempleados, y gente marginada que vive de la asistencia social.

Arriba de ese 60 por ciento de los aborígenes, está la clase media baja, formada por oficinistas, técnicos, supervisores y artesanos calificados. Sus ingresos no son muy sustanciosos; pero son estables, se estima que sea el 20% de la población nacional. Lo que no dice el informe del PPC, es que la mayor parte del 60 por ciento que actualmente pasa al día con angustias, antes vivían como este 20 %; que la pérdida de los ingresos de los trabajadores ha sido silenciosa, paulatina y constante, y la jornada laboral es cada vez mayor.

La destrucción de la consciencia de clase también ha sido una tarea gradual y permanente. Los arreglos cupulares del 1 por ciento de la población que domina la economía nacional, ha echado mano de las organizaciones gremiales de corte fascista para desligarlas de los sectores laborales productivos por medio de privilegios inconfesables. Las personas que no han sufrido el trabajo precario, y vienen de posiciones cómodas, asumen actitudes de egoísmo, soberbia y desprecio ante los sectores marginados.

Los que antes eran rojillos recalcitrantes y comunistas furibundos, ahora son adalides del neoliberalismo. Es posible que no logren entender que el liberalismo social (libertad, igualdad, fraternidad) es diferente y hasta antagónico del liberalismo financiero (dejar hacer, dejar pasar). Los muchos días de ocio pueden conducir a apapachar la molicie o servir para reflexionar sobre la realidad y la consciencia de clase. Quizá ya no sea posible volver al proyecto revolucionario que venció al capitalismo salvaje durante el siglo XX; pero, tampoco seguir con el sistema oprobioso que genera colosales fortunas de la noche a la mañana con la explotación laboral, rayana en la esclavitud, y la corrupción de las instancias de gobierno coludidas.

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