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Examen de conciencia
Las personas que fueron formadas en la religión católica conocen muy bien el término ‘examen de conciencia’ que se refiere a la tarea de reconocer las faltas y omisiones en el cumplimiento de los mandatos de la Iglesia y su doctrina moral, para confesarlas y con ellos alcanzar la gracia del perdón; pero, en términos generales, el concepto va más allá y tiene que ver con el conocimiento que un ser tiene de sí mismo, de su relación con el entorno próximo y lejano, y la responsabilidad que le compete.
Para poner un ejemplo muy simple y, por desgracia, muy común, los individuos que arrojan papeles, latas o vasos vacíos del automóvil a la vía pública, se están librando de la basura al interior de su coche; pero, están provocando un gran daño social, por cuanto los desperdicios acumulados generan perjuicios y problemas de salud, de taponamiento de los desfogues acuíferos, afectan los ecosistemas y lesionan a las especies cuya vida depende de ellos. Saben que está mal; pero, continúan haciéndolo.
No han alcanzado a procesar en su magín el sentido de la moral y de la ética, menos han accedido al conocimiento crítico y reflexivo de la realidad. Tienen consciencia de que la basura no es agradable dentro de su entorno inmediato y que deben librarse de ella; pero, no han alcanzado la conciencia de cómo hacerlo de tal suerte que no perjudique a los demás. El robo, el fraude, el despojo, el abuso, son otras tantas formas en que hay consciencia de lo que se hace; pero, no conciencia de las consecuencias.
Quizá por ello cobra tanta importancia el llamado a hacer una reflexión, un examen de conciencia acerca de la forma de vida que se ha llevado hasta estos momentos, en la que se exalta el egoísmo y la egolatría por sobre las experiencias vitales que han llevado a los pueblos a vivir las mejores épocas que ha conocido la humanidad. Habría que ver en qué momento dejó de entenderse que el ejercicio es movimiento, para convertirlo en una velada de holganza viendo los espectáculos deportivos en la tele.
Que albergar cien, mil o más personas en un galerón para que realicen movimientos repetitivos durante muchas horas, es contrario a la naturaleza humana y que si además de las jornadas extenuantes se les pagan salarios apenas suficientes para sobrevivir en condiciones altamente precarias, es no tener ni la mínima conciencia del papel del ser humano en el planeta. Despojar a las personas del tiempo que podrían dedicar al descanso o la convivencia familiar, con largas jornadas de traslados, también lo es.
En México, la seguridad y salud en el trabajo se encuentra regulada por diversos preceptos contenidos en la Constitución Política, la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal, la Ley Federal del Trabajo, la Ley Federal sobre Metrología y Normalización, el Reglamento Federal de Seguridad y Salud en el Trabajo, así como por las normas oficiales mexicanas de la materia; sin embargo, es apenas que empiezan a tener vigencia por falta de consciencia de los trabajadores y conciencia de los patrones.
El artículo 123, Apartado “A”, fracción XV, de la Ley Suprema dispone que el patrón estará obligado a observar, de acuerdo con la naturaleza de su empresa, los preceptos legales sobre higiene y seguridad en las instalaciones, y a adoptar medidas adecuadas para prevenir accidentes en el uso de las máquinas, equipos, instrumentos y materiales de trabajo, así como a organizar de tal manera éste, que resulte la mayor garantía para la salud, la seguridad y la vida de los trabajadores. Tal vez sea hora de aplicarlo.
El llamado a la conciencia puede ser el punto de partida para que los aborígenes recuperen muchos de los privilegios que la ley les confiere y que les fueron arrebatados en aras de un sistema productivo rentista. Es la voz para recuperar la identidad propia, arrebatada por los modelos impuestos a rajatabla que suplantaron las antiguas necesidades, satisfechas con productos nacionales, para crear necesidades nuevas que reclaman para su satisfacción productos de los países más apartados y de climas diversos.
Un mínimo de conciencia permite entender a cualquiera que los de ahora son tiempos de cambio; que ya no es posible mantener el mismos modelo social, económico y político; que el cambio se refiere a cuestiones culturales y no sólo las materiales; que reflexionar sobre la naturaleza de la modernidad es básicamente una crítica al sistema injusto que ha ahondado la brecha entre los ahítos y los miserables. Ya no puede afirmarse con certeza, que la historia camina hacia el progreso continuo; llegó a la orilla.
Desde mediados del siglo pasado se sabe con evidencias que el crecimiento tiene un límite insuperable.