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Contagio de vida
Nadie nos quitará la gracia del instante ganado a la tristeza
Un año. Nunca lo hubiéramos creído. Pero hemos cumplido un año de confinamiento en presencia de una pandemia global que nos cambió en muchos sentidos. No sé para usted, pero creo a la mayoría de la gente, nos ha representado una de las experiencias más fuertes de vida. Y peor si pensamos en quienes ya no están, en los que fallecieron a causa de este pavoroso mal y se significan en muy dolorosas ausencias. Un año de vivencias nunca antes padecidas, de miedo e incertidumbre, de reconocer nuestra fragilidad pero también de aprender a valorar la vida cada día.
Un año después, la reflexión se impone: ¿Cómo empezamos el confinamiento y cómo estamos ahora cada quién? ¿En qué forma nos ha dañado o nos ha cambiado este tiempo extraño? ¿Cómo veíamos nuestro mundo antes y cómo lo vemos ahora? Para quienes nos tocó padecer el mal en carne propia, la experiencia nos dejó una huella indeleble. Y el agradecimiento profundo de vivir para contarla, como diría el Gabo. Pero tocados en cuerpo o no por el virus, nadie ha estado exento de las emociones y conmociones provocadas por esto que empezó como una cuarentena y un año después sigue pendiendo sobre nosotros cual espada de Damocles.
Después de la emergencia sanitaria, la historia del mundo ha dado un giro. Y las historias personales también. Las cifras de las pérdidas humanas, de los contagiados, pero también del desempleo y las quiebras en negocios grandes, medianos y pequeños, dan cuenta de las infinitas desgracias. Y luego están los cambios en las rutinas, los niños en casa, el difícil aprendizaje virtual, el insomnio, la depresión y tantos daños colaterales más. La distancia de nuestros amados, a quienes ya no pudimos ver como antes, es por sí misma una herida profunda de consecuencias desconocidas todavía. ¿Cuáles y cuántos serán los daños sicológicos y sociológicos?
El recuento pareciera negativo; en muchos sentidos, lo es. Pero estar vivos un año después, es motivo más que suficiente para ver la vida con alegría. Estar vivo todavía en medio de tantas pérdidas. Respirar y sentir los aromas que anuncian la primavera es razón poderosa para celebrar y agradecer. Percibir en el aire la cíclica resurrección de la estación que simboliza la esperanza. Nada mejor que la primavera para comprometernos a celebrar la vida y sacarnos del miedo y las angustias. Tomar en el ejemplo de la naturaleza la fuerza vital que requerimos para sortear las dificultades. Colores y calores encendidos, besos en las esquinas, cantos en los alambres y alboroto de los niños que anuncian con su alegría la renovación de la tierra.
Porque la primavera es ante todo la estación de la vida: "Hay epidemia de vida" dicen los naturalistas quienes nos invitan a observar la naturaleza con sus infinitos mensajes. Detenga querido lector(a) un momento su ajetreado vivir y mírese en el verde de los retoños de los árboles, escuche el canto de las emblemáticas cotorras y goce con el fascinante aroma de los azahares en esta hermosa región citrícola. "Nadie nos quitará la gracia del instante ganado a la tristeza" dice Hugo Gutiérrez Vega. Nada más cierto. La vida nos depara tantos pesares, que muchas veces nos olvidamos lo que significa gozar con los pequeños regalos cotidianos.
En medio de una cruel emergencia, la primavera llega con su poderoso mensaje de vida para ilustrar la esperanza. Ningún virus ha podido detenerla jamás. En ese despertar debemos ahora inspirarnos para repensar nuestro ser y hacer. Y eso incluye por supuesto la conservación de nuestro entorno, replantearnos nuestra relación con la tierra, la necesidad que tenemos de sus bondades, pero también la posibilidad de la devastación ante su furia. Esta pandemia global está directamente conectada con la depredación en todos sentidos, con la ausencia de conciencia, con la falta de respeto por la vida.
Un año después, contagiar el amor por la vida es el desafío. Contagiar la esperanza y la alegría, el renacimiento interior, el respeto a todas las formas de vida. Entre las piedras del camino, sembremos flores. Ante la presencia continua e inevitable de la muerte, celebremos la vida. Contagiar vitalismo a raudales es la tarea. Pese a todo. Ahora más que nunca.