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El hombre que amaba servir
Para la familia del Doctor David Rodríguez E. con amor fraternal
En el feliz paisaje de mi infancia hay personas que fueron como una extensión de mi familia. Siguen siendo, aun con el tiempo, el espacio y las ausencias. Personas que dejaron huella en nuestra alma y con sus lecciones, nos dotaron de valioso conocimiento para toda la vida. Una de esas personas fue el doctor David Rodríguez Enríquez, quien partió al jardín eterno el pasado 12 de febrero y deja un vivo testimonio de amor al prójimo en nuestra amada Ciudad Mante. Médico, amigo, familia de mi familia; hoy escribo estas letras en su memoria, con dolor en el corazón, pero con agradecimiento y en la profunda convicción de lo dicho por otro médico: "cuando el legado es grande, arropa la muerte".
Hablar de David Rodríguez Enríquez es hablar de erudición, generosidad, humanismo, filantropía. Lo supe desde muy niña, cuando entre familias, disfrutábamos de animados juegos de beisbol e inolvidables jornadas en los ríos, bajo la sombra de enormes sabinos, gozando y aprendiendo el valor de la amistad, la convivencia, la fraternidad. Nunca le escuché una plática sin sustancia. El doctor Rodríguez, era de esas personas que con sus palabras daba clases magistrales, aun cuando estuvieran salpicadas de humor. Fue como un hombre del Renacimiento, conocedor lo mismo de filosofía, historia, arqueología, arte, teología; que de los intrincados laberintos del cuerpo humano.
Pero tal vez si algo definió su ser y hacer fue el amor al prójimo a través del servicio. De ello, hay numerosos testimonios en personas, instituciones y comunidades enteras. David Rodríguez Enríquez fue un hombre que amó servir. Aliviar las necesidades de los otros fue el eje de sus acciones cotidianas. Un servicio sustentado en convicciones, en su fe probadísima, en su amor por la patria, en sus valores humanistas. Una práctica cercana al dolor de la gente, sin alardes ni aspavientos; un ejemplo vivo del que mucho se puede aprender. Servicio que muchas veces él daba por bien pagado con el bienestar de las personas, la sonrisa de un niño, la mirada agradecida de un anciano, el aprendizaje de un estudiante.
Y uno de los pilares de su apostolado social fue sin duda la práctica médica. Un galeno de los que ya quedan pocos. Amable, atento, acertado, altruista. Nacido en Tampico en 1933, llegó a nuestro Mante muy joven para instalar un pequeño sanatorio, que después se convertiría en la muy conocida clínica Neill E Pressly, de la que el doctor David sería director fundador prestando grandes servicios a la comunidad. Distinguido además en el servicio público colaborando como médico en la Cruz Roja, Centro de salud, ISSTE e IMSS, donde llegó a director, para ser recordado y querido por su excelente trato y desempeño profesional. Mucho se podría destacar de su formación y práctica médica, de su experiencia y trayectoria en el ámbito de la medicina social. Bastión de la Escuela de Enfermería en Mante y cirujano participante del primer reimplante de mano en el país, fue también promotor de las memorables jornadas médicas Mante-Boulder que por más de 20 años favorecieron a miles de personas con operaciones, consultas y medicinas. Y su amplia trayectoria vital no se limitó a la región cañera, fue reconocido en el estado y en el país por diversas acciones, gestiones y apoyos.
Apreciado por sus frecuentes recorridos apoyando a la zona huasteca, contribuyó también a la educación de numerosos jóvenes y a la entrega de insumos diversos a personas en extrema necesidad. Incansable en la dádiva, lo fue también en su quehacer ciudadano y cultural, como mecenas de bellos proyectos y promotor de espacios emblemáticos, entre los que destaca el museo arqueológico Adela Píña Galván. Se destacó además en dos ocasiones, por su trabajo como Gran Maestro de la Gran Logia de Tamaulipas.
Imposible mencionar aquí toda su ejemplar trayectoria. En lo personal, llevo en la frente el recuerdo de siete puntadas de su mano diestra de cirujano y en mi corazón su presencia solidaria en muchos momentos, especialmente en Monterrey el día que operaron a mi amado padre a corazón abierto y sus memorables palabras el día de su funeral hace casi cuatro años. Ahora, el buen doctor ha partido también al encuentro con Dios, en quien siempre confió y amó profundamente. Nos deja un enorme legado de amor y servicio, el aprendizaje junto a un hombre que practicaba, como los griegos, la excelencia, el "areté" a través de la enseñanza, del ser, el decir y el hacer para trascender.
Poseedor de la sabiduría, ese don que no cualquiera alcanza; el doctor David Rodríguez mantuvo la fortaleza de espíritu hasta el último aliento. "Algo le falta al mundo y tú lo has puesto a empobrecerlo más, y a hacer a solas tus gentes tristes y tu Dios contento", repito con Sabines, mientras ofrezco en nombre de mi familia un abrazo con el alma a la familia del muy querido maestro David Rodríguez. Hasta siempre doctor. ¡Su legado vive!