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Desorientados
Gastamos dinero que no tenemos, en cosas que no necesitamos, para impresionar a gente a la que no le importamos
Will Smith
Van tres relatos verídicos para pensar un tema complejo. Empezamos con los preparativos para la fiesta inaugural de una casa espectacular. La lista de invitados cuidadosamente seleccionada, el menú de la cena, los atuendos de la familia, la decoración de cada rincón en la enorme residencia. Todo menos el refrigerador. Y eso puso en crisis a la joven señora de la casa. El costoso electrodoméstico no estaba en existencia y su marido le dijo que tendría que cambiar de marca si quería tener todo a tiempo. No aceptó. Quería un Sub-zero y primero cambiaba de marido que de marca, le dijo medio en broma. No había construido su casa "inteligente" para poner cualquier aparato. La verdad era que su esposo no estaba dispuesto a pagar el exorbitante precio. Y el asunto derivó en un problema matrimonial que ya no me toca contar.
En otro extremo, vive un niño de doce años. Es hijo de un velador y ha pedido para su cumpleaños un celular con un costo equivalente a un mes de sueldo de su padre. Tiene semanas pidiéndolo y no piensa cambiar de objetivo. Tanto desea el objeto que ya amenazó a su madre irse de la casa y trabajar con unos señores que prometieron pagarle doscientos diarios. Ante la exigencia del menor sus padres han decidido adquirir el teléfono en abonos en una tienda donde se compra a plazos. En un año terminarán de pagarlo y habrá costado mucho más. Pero su hijo tendrá su objeto de deseo.
Otro caso de la vida real, diría doña Silvia. Una historia que empezó con un "buen regalo". Era un objeto soñado por ella desde niña. Lo aceptó y con ello consintió también la relación con un señor muchos años mayor. Después vinieron los viajes y los buenos restaurantes, las buenas tiendas, la ropa de marca. Lo que ella nunca tuvo ni con sus padres, ni con el padre de su hijo. Y estuvo dispuesta a pagar el precio. Olvidarse del amor verdadero para tener las cosas anheladas, así fuera junto a un añoso espécimen. Finalmente la vida es cosa de trueques, dice, mientras ya piensa en una lujosa camioneta que la hará sentirse soñada, más segura, más feliz.
Los anteriores, son tres de los muchos ejemplos de personas que por tener, por comprar, por mostrar sus posesiones, son capaces hasta de vender su alma. Y no exagero. Los estudiosos dicen que cada día más personas relacionan su felicidad con la compra de objetos, con la posesión de cosas. Así se mueve mucha gente hoy, dice un sicólogo: si tienen buen carro, buena casa, buena ropa, se sienten admirados, reconocidos, aceptados; pero si les quitas todo eso, se sienten perdidos, se quedan sin identidad. En ese afán por tener e impresionar a otros, la gente quiere más y nunca está satisfecha, pues cuando no se consigue algo, viene la frustración. Al final de cuentas se comprueba que las compras sólo operan como "un antídoto temporal para esa sensación de ser insignificante".
Locos por comprar, por tener, por ser reconocidos a través de las posesiones. Para ejemplo aquella señora mencionada por Saramago, quien pidió esparcieran sus cenizas en un centro comercial porque ahí pasó los días más felices de su vida. Uff. Estamos tan desorientados que pensamos que gozar es ir de compras, decía otro grande: Ernesto Sabato. En ese contexto, los especialistas aseguran que casi un 40% de la población tiene adicción por comprar y casi siempre lo que no necesita. El porcentaje sube a casi 50% entre los jóvenes, pues se consideran una población vulnerable ante los bombardeos de la publicidad y su cercanía a las pantallas. Y no crea usted que es sólo entre los pudientes, la compra compulsiva puede presentarse en cualquier condición social. Tanto, que el endeudamiento es una constante. Lo mismo en tarjetas de crédito que en abonos caseros.
Desorientados. Todo mundo pensando en comprar, en tener, en publicar las posesiones, en acumular y muy pocos construyendo una vida interior, muy pocos deteniéndose a contemplar la verdadera belleza, en conservar nuestro deteriorado entorno, en paliar la miseria. Acabará consumiéndonos el consumismo diría Aute. Porque no es lo mismo consumo que consumismo, gusto que lucro, necesidad que exceso. Y nadie se salva de los dictados. Vivir en esta sociedad es estar expuesto al mandato del mercado. Para muestra ahora mismo una cotizada marca de perfumes ofrece uno que huele a felicidad. Así como lo oye. Por ello, cada día debemos luchar por evitar los bombardeos publicitarios, por defender nuestra identidad más allá de la moda, de las imposiciones, del oropel.
Tenemos que reaprender lo que es gozar, decía bien Sabato. Y enseñar a nuestros niños donde está la belleza. Aún estamos a tiempo. Empecemos hoy.