Columnas > EL MENSAJE EN LA BOTELLA
Usar las cosas, amar las personas. No al revés.
Hace algunos años gané un concurso de composición convocado por un candidato a alcalde de mi ciudad. El premio fue un teléfono celular tipo palm con un montón de monerías.
Tenía unas 3 semanas de haberlo estrenado y una noche estábamos en casa solos mi hijo Manuel y yo – él tenía entonces 8 años – y me dijo que si podíamos ir a comprar una nieve a un lugar que está a pocas cuadras de la casa, sobre un boulevard con mucho tráfico.
El incidente
Fuimos, y al salir del establecimiento, parados sobre el boulevard, pensé en enviarle un mensaje a mi esposa, así que saqué mi flamante celular y me dispuse a hacerlo, pero no sé cómo, el aparato se me resbaló de las manos y fue a dar al suelo. Cayó con la carátula hacia abajo, así que cuando lo levanté, vi que la pantalla estaba toda estrellada y por supuesto ya no prendió.
Volteé a ver a Manolito y parecía haberse quedado paralizado con su cono de nieve en la mano. Estaba pálido y me observaba fijamente con sus grandes ojos bien abiertos, esperando mi reacción, pues sabía que el aparato era nuevo.
Lo único que hice fue meterlo a su funda (al teléfono, no a Manolo), le hice un cariño con la mano (a Manolo, no al teléfono), le puse un brazo en el hombro al niño y le dije, "vámonos, papá" (así les digo de cariño a mis dos hijos varones) y regresamos caminando a casa platicando y disfrutando nuestra nieve.
Ya más tarde esa misma noche, nos disponíamos a dormir y me dice Manuel: "Papá, yo pensé que te ibas a enojar conmigo por lo del teléfono porque yo fui el que te pedí que saliéramos".
Me dio ternura su razonamiento y le dije: "Mira hijito, estábamos en un boulevard muy transitado. Podían haber pasado mil cosas. Algún vehículo que perdiera el control, algún accidente, y entonces podrías haber sido tú el que se rompiera en lugar del teléfono. El teléfono lo mando arreglar, pero a mi niño ¿quién me lo regresa?". Se quedó pensando y luego sonrió, asintiendo con la cabeza como diciendo "tienes razón".
El verdadero valor de las cosas
La vida me ha enseñado una lección: "Nunca permitas que la situación importe más que la relación", pero no siempre pensé así. Esta lección la aprendí de la manera difícil.
Muchos años atrás, cuando Dianita era todavía nuestra única hija, tenía ella unos cinco años y yo era un padre más inexperto, "con menos kilómetros recorridos" digamos.
Acababa yo de comprarme un perfume y lo tenía en una repisa. La niña andaba jugando por ahí y en un movimiento que hace, tumba el perfume, que cae al suelo y se hace añicos. Yo vi eso y con enojo le grité: "¡Ten cuidado!!"
Hasta la fecha, tengo todavía grabada en mi mente la expresión de horror en el rostro de mi niña al escuchar a su padre gritarle de esa manera tan ruda y las lágrimas que inmediatamente después brotaron a borbotones. No me han alcanzado los años para arrepentirme lo suficiente de haber hecho eso. Y así fue como aprendí la lección. "Nunca permitas que la situación importe más que la relación". Por eso siempre he dicho que mis hijos son mis mejores maestros.
Ellos me han enseñado que las cosas se usan y las personas se aman. A veces es fácil caer en lo contrario: Amar las cosas y usar a las personas, pero así, la fórmula no funciona.
Está un niño en la calle observando cómo se está quemando su casa. Se acerca alguien y le dice: "Pobrecito de ti, m´ijito, se quemó tu hogar". El niño responde: "No, mi familia sigue existiendo, así que todavía tengo un hogar, es solo que por ahora no tenemos dónde ponerlo".
El hogar es el mejor lugar para aprender que las cosas se usan y las personas se aman, y donde esté tu familia, ahí estará tu hogar, no importa si es una choza o un palacio.
Que no seamos como aquel ingrato que, estando la familia disponiéndose a comer, le pregunta su esposa: "¿te sirvo?" y el tipo le contesta: "Pues...a veces".
Dejemos de asignar el valor de las personas en función del beneficio que nos puedan reportar. Dejemos de aferrarnos tanto a las cosas y de sufrir cuando las perdemos. Las cosas finalmente se pueden reparar o sustituir. Con las personas muchas veces eso es imposible.