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¿Las Fuerzas Armadas toman partido?
¿Cuáles son las instituciones más respetadas del país? El Ejército, la Fuerza Aérea y la Marina, sin lugar a dudas.
Nuestras fuerzas armadas tienen una inmensa reserva de respaldo social. En la más reciente Encuesta Nacional de Victimización y Percepción de la Seguridad Pública (ENVIPE 2021), nueve de cada diez mexicanos afirmaron tener algo o mucha confianza en la Marina y el Ejército.
Algo similar pasa con la percepción de desempeño: 87% de los adultos mexicanos consideran que la Marina es algo o muy efectiva, mientras 86% cree lo mismo en el caso del Ejército.
Ese prestigio no es resultado de la casualidad. Las instituciones militares han estado en primera línea en momentos más difíciles del país: en los sismos, en los huracanes, en las inundaciones, al lado de la población civil, en la atención inmediata a los desastres y en los esfuerzos de reconstrucción.
También han tenido un rol destacadísimo —desde hace décadas— en el despliegue de programas sociales, sobre todo en comunidades apartadas. En muchos lugares son la principal, sino la única ventanilla del Estado. Además, en varias regiones (La Laguna, por ejemplo), jugaron un rol indispensable en procesos de pacificación.
Pero las fuerzas armadas tienen prestigio no solo por lo que hacen, sino también por la imagen que han preservado a lo largo de varias décadas: una institución del Estado, dotada de una lealtad inquebrantable al país y al orden constitucional.
Esa imagen depende, sin embargo, de la neutralidad política del estamento militar. Los soldados y los marinos, incluyendo a los de alto rango, pueden tener simpatías políticas en lo individual, pero esas inclinaciones no pueden ser una postura institucional. Las fuerzas armadas deben obedecer sin titubeos las instrucciones que reciban del Presidente de la República, pero no alinearse con su proyecto político.
La línea puede ser tenue, pero existe. Cruzarla implica poner en riesgo el respaldo social de las fuerzas armadas entre la población que no simpatice con el gobierno en turno. Más serio, sin una postura institucional de neutralidad, las divisiones políticas de la sociedad pueden empezar a reproducirse al interior de las fuerzas armadas, tal como sucedió en buena parte del siglo XIX o en las dos décadas que siguieron al estallido de la Revolución. Las consecuencias de ese escenario para la gobernabilidad del país serían graves.
Desgraciadamente, esa línea empieza a ser traspasada. El sábado, durante la celebración del 111 aniversario de la Revolución, el general Luis Cresencio Sandoval, secretario de la Defensa Nacional, afirmó lo siguiente: "Las Fuerzas Armadas y la Guardia Nacional vemos en la transformación que actualmente vive nuestro país, el mismo propósito de las tres primeras transformaciones: el bien de la patria... Como mexicanos es necesario estar unidos en el proyecto de nación que está en marcha, porque lejos de las diferencias de pensamiento que pudieran existir nos une la historia, el amor por la tierra que nos vio nacer y la convicción de que sólo trabajando en un mismo objetivo podremos hacer la realidad de México, esta realidad que cada día sea más prometedora".
Esto no es una simple expresión de lealtad al Comandante Supremo de las fuerzas armadas. Esto es una toma de partido. El general secretario ha decidido identificar el bien de la patria con la preservación del proyecto político del actual grupo gobernante.
La pregunta después de semejante confesión es qué harían las fuerzas armadas si ese grupo corre el riesgo de perder en las urnas el poder ¿Se puede confiar en su neutralidad política en elecciones futuras? Ya no estoy seguro.