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Son las armas, carajo
Nuestra interminable matazón está alimentada por un flujo imparable de armas estadounidenses
Patrick Crusius, el asesino de El Paso, es un hombre desequilibrado. Solo una persona con un severo problema de salud mental puede hacer lo que hizo: manejar centenares de kilómetros, entrar a un supermercado, verificar que se encuentra lleno, salir al vehículo, tomar un rifle de asalto, regresar a la tienda y empezar a disparar a mansalva.
Patrick Crusius es también un fanático. Minutos antes de convertirse en multihomicida, subió a la red un violento manifiesto antiinmigrante en el que hablaba de la “invasión hispana a Texas”, expresaba su admiración por el perpetrador de la masacre de Christchurch, Nueva Zelanda, y amenazaba con “eliminar a suficientes personas”.
Patrick Crusius era un visitante constante en los rincones más oscuros de Internet. Participaba activamente en 8chan, un foro virtual frecuentado por neonazis, nacionalistas blancos y extremistas xenófobos. Es, además un admirador del presidente Donald Trump, partidario del muro fronterizo y la deportación masiva de extranjeros.
A Patrick Crusius, el discurso de odio le dio motivación para matar. La enfermad mental le quitó las inhibiciones. Pero su locura se convirtió en masacre porque pudo hacerse de un instrumento de destrucción masiva: un rifle de asalto.
Estados Unidos no tiene problemas de salud mental significativamente mayores a los de otros países desarrollados. En 2016, su tasa de suicidio por 100 mil habitantes (un indicador grueso de la prevalencia de desórdenes psiquiátricos en una población determinada) fue 13.7. No muy distinta a la de Japón (14.3), Francia (12.1) o Suecia (11.7).
Tampoco hay más xenofobia o sentimiento antiinmigrante en el país vecino que en otras naciones con niveles similares de desarrollo. Según una encuesta reciente realizada por el Pew Research Center, 34% de los estadounidenses consideran que los inmigrantes son una carga para su país.
Esa opinión es compartida por 39% de los franceses, 42% de los holandeses y 54% de los italianos. Es cierto, sin duda, que Trump ha validado el discurso de odio y empoderado a los grupos extremistas en su país. Pero eso no es muy distinto a lo que sucede en otras latitudes.
En Italia, Matteo Salvini, ministro del Interior y líder de la ultraderechista Liga Norte, ha hecho declaraciones como la siguiente: “Se acabó la buena vida para los inmigrantes. Qué empiecen a hacer las maletas”.
Asimismo, la extrema derecha está en ascenso en casi todo el continente europeo. Allí está Vox en España, Alternativa por Alemania, o el Frente Nacional en Francia, por dar solo algunos ejemplos. Pero, salvo contadas excepciones, en ninguno de esos países pasa lo que pasó en Estados Unidos el pasado fin de semana: un tiroteo masivo perpetrado por un fanático desquiciado, con decenas de muertos como desenlace.
La diferencia central entre Estados Unidos y el resto del mundo desarrollado no es el racismo o la exclusión o la enfermedad mental: es el acceso a las armas. En Estados Unidos, hay 120 armas de fuego por cada 100 habitantes.
En Canadá, el número comparable es 34. En Francia, 20, y en el Reino Unido, 5. No es casualidad, por tanto, que la tasa de homicidio por arma de fuego en Estados Unidos sea cuatro veces mayor que la de Suiza y catorce veces la de Alemania.
La masacre de El Paso tiene múltiples causas, sin lugar a dudas. Pero una explica mucho más que otras. Son las armas el problema de su lado y del nuestro. Nuestra interminable matazón está alimentada por un flujo imparable de armas estadounidenses.
Si queremos honrar a las víctimas mexicanas de la masacre en El Paso y a las víctimas invisibles de nuestra propia violencia, haríamos bien en poner el ojo donde está el problema.