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Los impuestos
Por aquellos años, llegó la señora furibunda al despacho del alcalde y sin tocar la puerta, lo encaró diciendo: "¡tu sabes que nosotros no pagamos impuestos!, ¿cómo se le ocurre mandar a tus ´gatos´ a que vayan a mi casa y me digan que debo muchos años?" Le aventó en la cara los requerimientos y el ´jefe de la comuna´ no tuvo más opción que pedir disculpas y prometer que cesaría fulminantemente a quien decidió perpetrar tan lamentable atentado a la dignidad de una dama tan respetable y querida de todos.
De la misma suerte que la realeza considera que sus derechos de dominio son una heredad concedida por mandato divino, la dispensa del pago de los impuestos que la ley considera obligatorios para todos los miembros de una comunidad, se asume con un privilegio de casta que separa a unos cuantos del resto. Se admite y acepta que, según la constitución, todos los seres humanos son iguales y tienen los mismos derechos e iguales obligaciones; pero, también se asegura que unos son más iguales que otros.
Pues ha venido a resultar que los beneficiarios de la aldea global con la exención de impuestos, tendrán que apoquinar ante los efectos de la crisis económica, la pandemia, el confinamiento y las posibilidades de recesión. Un grupo de casi 140 países acordaron el jueves de la semana pasada reformar el sistema fiscal global para garantizar que las grandes empresas paguen una parte justa dondequiera que operen. La secretaria del Tesoro de Estados Unidos, Janet Yellen, consideró que se trataba de un día histórico.
Efectivamente, ha llegado el momento de que la política tome el control del planeta, tan agobiado por las pifias y abusos del libre mercado y la terrible corrupción ahijada por el neoliberalismo y la globalización, que le permitió ir por el mundo engullendo la riqueza generada por el ser humano a partir de los recursos naturales de cada región de los cinco continentes, devastados sin piedad para que unos cuantos acumularan fortunas que no tienen igual en toda la historia de la humanidad. ¡´Ora, caite´!
La iniciativa, presentada por la OCDE, fue aceptada por todos los países del G20, como EU, Reino Unido, China y Francia. Ahora se espera que los gobiernos participantes procedan a aprobar las leyes pertinentes para lograr el mínimo, aunque los detalles como posibles exenciones para ciertas industrias aún están pendientes de negociación. El plan para la implementación detallada junto con los temas restantes se presentará en octubre, según la declaración firmada por 130 de los 139 países implicados.
Cabe señalar que la intervención de la tesorera de la Unión Americana, Dra. Yellen, fue importante para llegar a un consenso que acercara las posiciones extremas, pues, en tanto que el gobierno del presidente Biden proponía un impuesto global del 21 por ciento, los representantes de los gobiernos europeos pretendían un piso parejo del 12. Finalmente, se adoptó el quince, en el entendido de que es el principio de una tendencia que busca equilibrar la economía mundial para que pueda cerrarse la zanja que separa a los que tienen en abundancia extrema y los que viven en la miseria absoluta. Bueno es decir que este gravamen no es una medida que pueda relacionarse con la caridad cristiana, sino con la justicia social.
Los promotores del impuesto mínimo señalan que es una manera de homogeneizar el sistema tributario internacional, evitando que las corporaciones cambien sus operaciones de un país a otro en busca de mayores ventajas, dado que cada vez más los ingresos tributarios vienen de fuentes intangibles como patentes de medicamentos, software y otros servicios digitales que han migrado a tributar a paraísos fiscales. Buscan que la creación de un marco impositivo responda a los nuevos sistemas de producción, comercialización y tributación que desde hace décadas escaparon de todas las regulaciones nacionales.
Sin embargo, hay economistas que creen que la competencia fiscal entre países por ofrecer impuestos más bajos a las empresas multinacionales es positiva. Chris Edwards, director de Estudios de Políticas Tributarias del Instituto Cato en Estados Unidos, argumenta que igual que la competencia entre las empresas promueve la eficiencia creativa, productiva y de comercialización, la competencia tributaria genera beneficios favorables a la eficiencia económica entre países. Afirmó que: "La competencia fiscal entre países es algo bueno, no es malo". Un argumento netamente típico del modelo neoliberal.
Urdir telarañas intelectuales en defensa del dogma capitalista es absurdo, pues la realidad lacerante es que después de medio siglo de competencia desigual, los ricos son más ricos y los pobres más.