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Lo que vale en Tamaulipas

¿Cómo se puede comprar el cielo o el calor de la tierra? Si no somos dueños de  la frescura del aire ni del brillo del agua ¿Cómo podrán ustedes comprarlos?

Carta del Gran jefe Seattle al Presidente de E.U

Lo que vale en Tamaulipas

Los verdes infinitos del camino fueron los primeros estímulos en el recorrido hacia mi Mante natal. No podría enumerar cuántas veces he transitado esa hermosa carretera, pero recuerdo bien las palabras de mi padre cuando estábamos en lo más alto de la sierra y nos mostraba emocionado el Cerro de la Mira muy cerca de Llera. Un paisaje bastante conocido pero siempre nuevo para mis ojos. Los enormes higuerones antes de parar en La Morita por un delicioso pay de mango, anticipaban ya la familiar presencia de las dulces cañas. Y luego la casa de mi madre, el jardín florecido, su sonrisa siempre feliz de recibirnos.

Nos hemos visto poco esta pandemia para evitar riesgos, pero estar de nuevo  cerca de mi madre es como volver a la infancia feliz. Los aromas de su cocina, los enormes árboles llenos de pájaros y las conversaciones infinitas. Nunca acaban los temas con mamá, porque además de familia, hablamos de libros, de creadores y de flores. Promotora incansable de la cultura, de ella aprendí muy niña la importancia de las artes, pero también la esencia de la convivencia social a través de las manifestaciones artísticas. Y por supuesto, el amor por las plantas, el prodigio de su multiplicación, la gozosa tarea del cultivo.

Con esos placeres compartidos, decidimos irnos en familia a Gómez Farías y disfrutar una vez más de la feraz naturaleza que siempre nos llena de vida. Y otra vez el asombro ante la espectacular belleza de los infinitos verdes del camino. Tan sólo recorrer ese tramo bajo los árboles ya es una probada de paraíso. Conocí Gómez Farías desde muy niña y subí al Cielo por primera vez cuando era estudiante de agronomía y la reserva todavía no estaba declarada. Nunca olvidaré las fascinantes excursiones guiadas por nuestro maestro Manuel Martínez, un apasionado conocedor de la botánica, que en los recorridos nos iba señalando las especies de la flora y hasta de la fauna. Así conocí de magnolias, sicomoros y encinos y me maravillé con la diversidad de espectaculares helechos, bromelias y orquídeas.

No sé si todos los tamaulipecos tengan conciencia del enorme valor de tal patrimonio natural, pero en lo personal lo considero un tesoro invaluable. Muy pocos lugares del mundo pueden presumir de tanta riqueza como en la Reserva de la Biosfera del Cielo. Cuando uno está ahí, no puede menos que admirarse y sentir un profundo respeto por la vida. Un santuario natural con enorme diversidad que tocó en suerte a Tamaulipas. El murmullo de las cascadas, la poética niebla de montaña, las parvadas de guacamayas en vuelo, el húmedo musgo entre los troncos. Todo eso y más como resultado de un mosaico de ecosistemas único y sorprendente.

144, 530 hectáreas. 4 municipios. 92 especies de mamíferos, 430 especies de aves, 20 de anfibios y 60 de reptiles, entre otras muchas, algunas amenazadas con la extinción habitan la reserva. A instancias de un grupo de conservacionistas, en julio de 1985 el Gobierno del Estado de Tamaulipas decretó la Reserva de la Biosfera del Cielo. Al año siguiente se declaró Reserva de la Humanidad por las Naciones Unidas. En ese contexto, no podemos dejar de mencionar la invaluable labor de la señora Laura Alcalá Vargas, quien trabajó incansablemente para hacer notar la riqueza de la región. Muchas otras personas han dejado huella con su quehacer por la conservación de la reserva, a todos ellos gracias infinitas porque sin su empeño y su celo, las ambiciones y las motosierras ya hubieran acabado con nuestro Cielo en la tierra. 

Conservar la inmensa riqueza natural ahí presente nos corresponde a todos. Reconocer la gran historia escrita en cada árbol, en cada flor, en cada piedra. 150 millones de años de evolución para tener un paraíso que debemos respetar asumiendo nuestro ser y estar de paso. Sólo somos custodios por un tiempo. Bien lo dijo el Gran Jefe Seattle: "cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo, cada aguja brillante de pino, cada gota de rocío entre las sombras de los bosques, cada claro en la arboleda y el zumbido de cada insecto son sagrados en la memoria y tradiciones de mi pueblo".

Así debemos ver nuestro Cielo tamaulipeco. Así debemos cuidarlo y conservarlo. Qué siga siendo un área protegida. Dios lo creó para sus hijos. No para destruirlo, sino para amarlo. Y nada de lo que se ama, se daña. Tamaulipas es un gran estado, dotado de un potencial enorme en cultura y natura. Eso es lo que vale. Más de tres millones de personas levantándose cada día en 43 municipios. Y un patrimonio natural rico y diverso. Hace unos días volví a confirmarlo en mi visita al sur de nuestro estado. Tenemos muchos motivos para el orgullo.

¡Viva Tamaulipas!