Editoriales > EL JARDÍN DE LA LIBERTAD
Un tango contra la sinrazón
Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor.
Ignorante, sabio o chorro, pretencioso estafador.
Enrique Santos
Todos los días lidiamos con la sinrazón. En la política, en la economía, en la ecología, en la salud pública. Cada amanecer representa una victoria contra el poder infinito de la muerte. Más en estos tiempos de repetida violencia y pandemia que no acaba. Pero pese a todo, pese a todas las heridas, las ausencias, la podredumbre, los duelos; no debemos olvidar que la vida es un milagro para celebrar. Pienso en ello ahora mientras escucho tango, esa fascinante manifestación del sentimiento hecha canción y baile. Una expresión no exenta de melancolía, pero plena de vitalismo. Ya lo dijo Enrique Santos: el tango es un pensamiento triste que se baila.
Confieso: me hubiera gustado saber bailarlo. Pero me encanta escucharlo y sentirlo en la piel, en el alma y de vez en cuando me levanto y bailo cuando nadie me ve. Uno escucha tango y se sabe vivo, palpitante en cada célula y también lleno de memoria. "Somos lo que recordamos", decía Norberto Bobbio. Y el tango nos hace recordar, pasar por el corazón los momentos vividos: "Sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada, que febril la mirada errarte en las sombras, te busca y te nombra". Porque el tango sabe a nostalgia, tiene el aroma de la morriña, pero también la alegría del barrio. No podemos olvidar su origen popular, clandestino, censurado por los militares, tachado de indecente. Sus letras reflejan la vida en los arrabales, en los callejones de la necesidad; el tango fue al principio un baile valeroso y feliz, decía el gran Borges,
Tango que también se revela y protesta contra lo indeseable. Así "Cambalache" de Enrique Santos e inmortalizado por Carlos Gardel, prohibido por todas las dictaduras desde 1943: "Qué el mundo fue y será una porquería ya lo sé, en el 506 y en el 2000 también...No pienses más, sentate a un lao. Que a nadie importa si naciste honrao". Escrito en 1934 por el reconocido filósofo urbano, su letra no pierde vigencia pese a sus casi cien años de cantarse como denuncia de la corrupción, el cinismo y la mediocridad: "todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor".
Pero el tango también es seducción, exultante sensualidad, despliegue de pasiones, cuerpos enlazados al compás de la música y los ritmos. Es como un buen encuentro erótico, dice el sexólogo Walter Ghedin: "la música une las sensaciones placenteras que produce el cuerpo en movimiento". Quien lo baila con el corazón bien lo sabe. Ningún otro baile provoca las emociones del tango: "Por una cabeza, todas las locuras, su boca que besa, borra la tristeza, calma la amargura". Lo decía El Cachafaz, reconocido como el mejor bailador de tango, quien enloquecía a la Calle Corrientes danzando cara a cara con Carmen Calderón. Amaba tanto el tango que murió terminando una función en Mar de Plata.
Así pues el tango es pasión, desamor, añoranza, despecho, protesta y mucho más. Un canto para quien haya aprendido a perder en la vida, dice Pepe Mujica, ex presidente de Uruguay, donde también se ejecuta y muy bien el tango. Apasionado irreductible del tango, la historia consigna cómo cantó junto a su esposa "El día que me quieras" al término de una ceremonia en el Palacio Legislativo: "el día que me quieras la rosa se engalana, se vestirá de fiesta con su mejor color y al viento las campanas dirán que ya eres mía y locas las fontanas se contarán su amor".
Y el tango está ligado a las ciudades donde se canta. Mis recuerdos de Buenos Aires están estrechamente vinculados al tango. Una de las ciudades más bellas del mundo, con esa belleza que no puede descifrar ni la psicología ni la retórica, decía bien Borges. El ambiente de los mil y un cafés donde se conversa por puro placer, las bellísimas calles arboladas, la majestuosa arquitectura, las fascinantes librerías, los barrios donde vi bailar el tango con incomparable maestría. Una ciudad símbolo literario donde Borges, Cortázar, Gelman, Sábato y Storni escribieron letras indelebles. "La vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse", decía bien Sábato, el Nobel argentino. Pero hasta para morirse tienen bellos panteones los bonaerenses. Y ahí también se oye tango.
Porque el tango es ante todo una expresión de la vida. Al escucharlo, cantarlo y mejor todavía bailarlo. Tal vez el mundo siga teniendo porquería, pero contra la sinrazón, contra las asechanzas de la muerte, contra los "pasajes más horrendos": tenemos la belleza, el tango y también el huapango. Mientras nos dure la vida, bailemos y ojalá, como dice el tango, todos podamos tener: "un pecho fraterno para morir abrazao".