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Intimidad

La última noche que pasaron juntos, lloró en sus brazos. Fue un día antes que él cayera fulminado por un dolor y le hospitalizaran para volver a casa convertido en ceniza. Ella recuerda las últimas horas juntos y cómo un presentimiento se alojó en su pecho hasta hacerla derramar lágrimas. Ahora la memoria se le llena de sus gestos, sus costumbres, sus manías: la forma de tocarla, pero también los rituales antes de acostarse, sus pasos suaves en la madrugada para ir al baño y sus despertares juntos, cubriéndose en un abrazo de las calamidades del mundo. Todo eso que fue parte de la intimidad. Y ahora ya no está.

Buscando liberar el dolor, ella decidió escribir y describir lo más doloroso de su intimidad. Las palabras del médico con el diagnóstico, pero también los pensamientos y sentimientos de su mente y corazón. Intimidad. El reino de lo propio, el territorio más nuestro, un recinto amurallado como diría el príncipe Talleyrand. La Real Academia Española lo define como la “zona espiritual íntima y reservada de una persona o de un grupo, especialmente de una familia”. Visto así, la intimidad resulta un terreno sagrado. No sé usted cómo o qué considere “intimidad”, pero casi todo mundo coincide en un espacio reservado.

Intimidad

La convivencia de una pareja, pero también la de una familia, incluso de los amigos, las formas de relacionarse e interactuar, son territorio de la intimidad. Emociones, costumbres, hábitos, espiritualidad, memorias compartidas. El canto en la regadera, los ronquidos de la noche, la voz al amanecer, la mano tomada, la forma de hacer el amor; pero también aquello dentro del alma, revelador de nuestra esencia. Una oración, una meditación, una conversación, una canción. Porque es en la intimidad donde nos despojamos de las máscaras, para ser lo que verdaderamente somos. Recuerdo haber escuchado a una amiga hablar de la ternura en la intimidad de su marido, cuando todo mundo lo consideraba un ogro. 

Intimidad construida, en un día o en una vida. Procesos que no siempre son gozosos, porque también implican dolor, miedos, angustias, conflictos, frustraciones. Nuestra humana fragilidad. Así de compleja es nuestra intimidad. Rodrigo, hijo de Gabriel García Márquez, acaba de escribir un libro en torno a los últimos días del Nobel. Desde la íntima tristeza, Rodrigo cuenta la desmemoria y la demencia de su padre ante la enfermedad, pero enfatiza haberlo hecho hasta después de la muerte de su madre por respeto. Como Rodrigo, muchos escritores, han revelado aspectos reales de su intimidad como una forma de catarsis y reivindicación. Jorge Volpi acerca de la muerte de su padre, Cristina Rivera Garza del feminicidio de su hermana. Los diarios de la pandemia de tanta gente son otro ejemplo muy actual. La no ficción develando los sentimientos más íntimos de reconocidos escritores en textos magistrales.

Hanif Kureishi, notable escritor inglés escribió hace un par de años un libro llamado “Intimidad”, en el cual relata las últimas horas en su casa familiar, después de tomar la decisión de abandonarla. Con fuerte cariz autobiográfico, el escritor aborda dos grandes temas: el fracaso y el deseo, mientras habla de los confusos sentimientos que rodean a una separación. Pocas herramientas como la literatura para mostrar con filo de disección la intimidad humana. Y en ese contexto, mis grandes favoritos, los escritores hebreos y rusos. Tsruyá Shalev por ejemplo, quien en “Las ruinas del Amor”, hace un retrato descarnado del hastío y la culpa con una “prosa hipnótica”, capaz de describir lo más profundo del alma humana.

Pero una cosa es desnudar el alma y otra el escándalo que se ha provocado con ventilar la intimidad en redes sociales. Sacar el sexo de las alcobas para exhibirlo en la plaza pública no es liberarlo sino regresarlo a tiempos de las cavernas, dice Vargas Llosa. Y no sólo el sexo, “la intimidad como espectáculo” en todas sus vertientes. Cuántos ahora aireando sus miserias personales sólo por el afán de hacerse visibles. Cómo se puede hablar ahora de intimidad, si todo el tiempo estamos conectados, presos del “afuera”, sin tiempo para mirarnos “dentro”. Hasta algunos políticos por su necesidad de ganar adeptos se exhiben en redes sin pudor. ¿Será que volveremos a los tiempos de Luis XIV que daba audiencia en su retrete? ¿Será por eso que le llaman trono?

Vaya usted a saber qué iremos a ver y padecer. Por lo pronto le invito a pensar, valorar y preservar su intimidad. Elegir cuidadosamente con quien la comparte. Es un tesoro. El último refugio.