Editoriales

Enseñar la insolencia

  • Por: FORTINO CISNEROS CALZADA
  • 15 AGOSTO 2020
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Enseñar la insolencia

La dimensión del México del siglo XX no puede entenderse sin los aportes que hicieron hombres de talento extraordinario que se nutrieron de la savia que corre por las venas del Anáhuac; pero que también abrevaron en otras fuentes pródigas y magnánimas. En los tres grandes campos de la cultura humana: arte, ciencia y moral, el país recibió la rica influencia de las corrientes del pensamiento más avanzado de la época, lo mismo de gente que vino de allá, que por mexicanos que fueron a aquellos lares.

En ese intercambio de hombres valiosos de dimensión universal, destaca Gerardo Murillo, quien se autodenominó Dr. Atl, seudónimo sobre el que existen abundantes versiones; pero, que finalmente se explica cuando rumbo a Europa, becado para estudiar pintura en París, pudo comparar la inmensidad del océano con las infinitas posibilidades que tiene el ser humano de manifestarse y con ello enriquecer su entorno. Dicen que el doctorado se lo dio Lugones; sin embargo, el grado lo ganó en la universidad.

El Dr. Atl (agua, del náhuatl), viajó por Inglaterra, Alemania, España y Francia, donde no pudo evitar la influencia de los impresionistas. Estudió dibujo y pintura en París, En la Universidad de Roma estudió Filosofía y en la Sorbona de París, Derecho Penal. Al mismo tiempo se avivó su activismo político: en Italia fue partícipe de una de las protestas contra la alza del precio del pan, además, estando en ese país colaboró con el Partido Socialista Italiano y publicó diversos artículos de protesta en el diario Avanti.

Con el conocimiento pleno de las corrientes pictóricas antiguas y modernas de Europa, nada raro fue que a su regreso a México, en 1907, tuviera una cátedra en la Academia de San Carlos con alumnos como David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y Diego Rivera. Impulsó el movimiento artístico nacionalista y los primeros intentos del muralismo en edificios públicos. Utilizó técnicas originales con colorantes que él mismo ideó y denominó 'Atl colors', con pastas compuestas de cera, resinas y tintes secos fundidos aplicados sobre cualquier superficie, lo mismo papel, madera, yeso, tela, cartón que piedra.

La amistad que surgió entre el Dr. Atl y su alumno Diego Rivera fue el resultado de una admiración mutua, tanto en el arte como en el mundo de las ideas. De hecho, los tres grandes del muralismo mexicano fueron poderosamente influidos por la vocación pedagógica y el aliento político y social del maestro, empeñados en llevar a cabo una tarea de educación de las masas populares para incitarlas a la toma de conciencia revolucionaria y nacionalista, con un lenguaje plástico directo, sencillo y poderoso.

Quizá el mejor panegírico que se ha hecho al Dr. Atl, fue el texto de Rivera: "La increíble historia del Dr. Atl. Cuando Atl llegó de vuelta, resolvió inmediatamente el agua de todos los pantanos de la antigua Tenochtitlán, se echó azul de metileno en sus ojos que decía enfermos de tracoma, predicó teorías estéticas, pintó con pinceles increíbles finas sensaciones de color, acaudilló huelgas, escribió críticas que echaban chispas, agitó al pueblo, estafó a una porción de bobos, empeñó las cámaras fotográficas de todos sus amigos y conocidos, organizó expediciones y sin tener ni un centavo dio de comer peroles enteros de excelentes macarrones y protegió con dinero a docenas de artistas jóvenes, campeonó el divisionismo del color neoimpresionista, reinventó con copal nacional, los colores al óleo sólidos de Rafael y planeó negocios, formuló programas de gobierno, preparó presidentes, hizo vender todos los cuadros de una exposición mía para que pudiera irme a Europa, se apoderó del ánimo de los letrados, hasta de don Justo Sierra, le perdió el respeto a Fabrés, Ruelas y Gedovius, enseñó a ser insolentes a todos los jóvenes, se demostró prosista y poeta, vulcanólogo, botánico, minero, yerbero, astrólogo, hechicero, materialista, anarquista, totalitarista, todo cuanto un hombre avalara con una velocidad mayor que con la que, el entonces en auge Fregoli cambiaba de traje. Antes de acompañar a don Venustiano Carranza a la última derrota, editó periódicos, organizó batallones rojos, saqueó iglesias, invitó a tés en las sacristías a bellas damas y reunió alrededor de él un grupo de los jóvenes artistas de mayor valer en aquel tiempo. Entre ellos estaban José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros. Rabian otros que valían también, pero han desaparecido. Atl también es, en cierta forma, el autor o por lo menos el animador de una de las más grandes figuras de la pintura mexicana: Joaquín Clausell".

Fue precisamente Clausell quien lo llevó a conocer los volcanes de México y el impacto que le provocaron fue tal que se mudó a las faldas del Iztaccíhuatl. Los volcanes se convirtieron en una de las más grandes obsesiones de su vida. Entre las grandes contradicciones de su genio creador resulta que el primer trabajo que hizo sobre el Popocatépetl fue literario, no pictórico y se titula Las Sinfonías del Popocatépetl: "Así como surgen entre las obras del Hombre escalonadas a través de la Historia algunas superiores e inconfundibles, así como se yerguen poderosamente entre la acumulación del trabajo humano un pensamiento de Confucio, una concepción religiosa Hindú, una teoría de Darwin, una ley de Keppler o de Newton, una creación de Miguel Ángel, así, sobre las convulsiones de la Tierra se levantan incomparables de belleza y de desprecio los grandes Volcanes de México", (fragmento).

Simpatizó con la Revolución Mexicana y en 1914, publicó su primer libro, Serie de discursos políticos, en el que hizo una férrea defensa de los indígenas y puso énfasis en la necesidad de integrar a los sectores más segregados de la población y de utilizar el arte como medio de construcción de la nueva sociedad. Su participación en la política terminó con la muerte de Venustiano Carranza. La mujer más importante de su vida fue Carmen Mondragón (Nahui Olín). Él la sumergió por completo en el mundo del arte y se convirtió en su mecenas. Pero fue una relación tormentosa y a punto estuvo de ser trágica.

Por el camino de las contradicciones, la vena política estuvo presente en toda su vida; pero, no en sus pinturas. Aunque fue amante y promotor del movimiento muralista y su lucha social, dedicó sus pinceles a rendirle tributo a la majestuosa naturaleza del paisaje nacional, especialmente los volcanes, el cielo y los paisajes que los rodeaban. Cuando ya no pudo escalar, voló por sobre las planicies y las montañas, legando a sus coterráneos el aeropaisajismo.

El Dr. Atl fue como el mar, enorme, imprevisible, impetuoso, con infinitas posibilidades creativas.

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