Columnas - El Mensaje en la Botella

En algún lugar de nuestros sueños

  • Por: EL CONTADOR TÁRREGA
  • 30 MAYO 2021
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En algún lugar de nuestros sueños

Fiel a su carácter, mi princesa luchó como una leona hasta sus últimas horas. Cuando el indicador de su frecuencia cardiaca empezó a bajar drásticamente, mi hijo Chuy me dijo “ya está terminando, papá”. Aún así, se mantuvo luchando por casi siete horas más. El indicador bajaba y luego volvía a subir, así durante lo que me parecieron las horas más largas de mi vida. Finalmente, la enfermedad la venció, ya estaba muy cansada, pero aún en su agonía nos dejó un ejemplo del valor que siempre la caracterizó.

Dos últimas llamadas

El día previo al que falleciera, poco antes de perder la conciencia, Zaidita marcó por videollamada y le preguntó “¿cómo estás, mami?”. Tratando de ocultar lo más posible los dolores que la agobiaban, le sonrió y le dijo “bien”. En el servicio devocional durante su velación, mi hija expresó que eso fue un verdadero ejemplo de amor y fortaleza, y que en ese momento decidió que jamás iba a rendirse, decidió que la iba a honrar intentando ser siempre tan fuerte como ella.

En sus últimas dos horas de vida, inconsciente ya, mi esposa se notaba muy inquieta, agitada, emitiendo sonidos guturales. Dianita me marcó y me pidió que le pusiera el teléfono en el oído a su mamá y le dijo: “Mami, somos Dianita y Agnes. Tú sabes que lo que más quisiera es que te pusieras bien para vivir más cosas juntas, que conocieras a tu nieta y la cargaras, pero mami, yo sé que estás sufriendo mucho, si quieres descansar, te prometo que lo voy a entender. No hay día de mi vida en que no haya sentido tu amor y estoy segura de que así será para siempre. Te amo con todo mi corazón, mami, y eso nunca, nada, lo va a cambiar”. Después de eso, mi amada compañera se tranquilizó poco a poco, y a los pocos minutos exhaló su último aliento.

 

Adiós, princesa

Yo agradezco que, en su lecho de muerte, pude sostener su mano, acariciar su cabeza, cantarle una canción que le dedicaba cuando éramos novios.

Y tal vez, en medio de mi dolor, llegué incluso a blasfemar, porque le dije a Dios: “Habiendo tantos hombres que no aman ni cuidan a sus esposas, ¿por qué tienes que llevarte la mía, si yo la amo profundamente?”. Pero Dios ha dicho que nuestros caminos no son sus caminos, ni sus pensamientos son nuestros pensamientos.

Extrañaré muchas cosas de ella. Extrañaré las cosas simples que hacíamos, el ver “una peli” en la casa los sábados en la tarde, el irnos al cine un viernes por la noche, el caminar tomados de la mano, el irnos a cenar unos taquitos.

Me duele que dejamos muchas cosas pendientes. En febrero, queriendo animarla, le dije: “te voy a dar una tarea; te voy a pedir que visualices que, en noviembre, tú y yo vamos a estar en Cancún”. Se le iluminó su carita y me dijo: “se me antojan unos mariscos a la orilla del mar”. Le dije “lo vamos a hacer, ya verás”. Pero uno propone y Dios dispone.

Dejamos pendiente también el regresar a Utah a ver a nuestros hijos que están allá. Dejamos pendiente el ir a conocer juntos a nuestra nieta, nuestra primera y única nieta. Ella tenía tanta ilusión de hacer eso.

Momentos antes también de empezar a perder la conciencia me apretó la mano y se me quedó viendo. Yo le dije “¿qué quieres, mi amor?”. Ella me dijo: “Quiero soñar, quiero dormir”. Ahora ella está durmiendo, y yo no he podido dormir, pero una mañana en que me venció el sueño, dormí y soñé con ella. La vi como cuando la vi por primera vez, cuando apareció por el pasillo de la escuela y a mí me pareció como una visión celestial, cuando me deslumbraron sus hermosos ojos, sin siquiera imaginar que al cabo de algún tiempo llegaríamos a tener una historia juntos, historia que incluiría cuatro maravillosos hijos. Ahora yo le he dicho a ellos que tenemos que ser fuertes, porque esa es la mejor manera de honrar su memoria.

Hoy sé también que cuando la vuelva a ver, la veré así, radiante, hermosa, ya sin ningún dolor, esperándome con sus hermosos ojos y con su hermosa sonrisa. Solo le pido a Dios que me dé las fuerzas suficientes hasta que ese día llegue, y que mientras tanto, tal como ocurrió esa mañana, me permita encontrarla de vez en cuando, en algún lugar de nuestros sueños.

Adiós, mi hermosa princesa. Espérame en el cielo. Allá continuaremos nuestra historia.

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