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´Papel con marca de agua´: una fábula para hurgar en las miserias de la humanidad

Este libro del autor Goran Petrović, que falleció el 26 de enero, es el primer volumen de la gran "novela-delta" que proyectó durante años, un conjunto de textos enlazados sin un orden de lectura establecido

´Papel con marca de agua´: una fábula para hurgar en las miserias de la humanidad

A Pavic llegué por recomendación del escritor mexicano Jaime He. El autor serbio, que sólo entendía el goce literario como juego que se sacia en la implicación del lector, rechazaba conformarse con una buena novela: lo suyo era brillar. Lo suyo eran novelas-léxico, clepsidra, crucigrama, tarot, delta.

Por él desemboqué en Petrovic (Kraljevo, 1961). La mano de la buena fortuna —un texto que me gusta imaginar aguardando bajo el mostrador para ser despachado de incógnito— me obsesionó con su lectura total. No voy a contar más: la novela, si el librero se la vende, merece ser leída. Sí diré que por inteligencia, oficio, imaginación y humor, el autor estaba a la altura de su compatriota. ¿Hay algo de consustancial a los orígenes en sus análogas aproximaciones al relato? Si escuchamos a Petrovic referirse a las "ideas descabelladas, tan usuales en los Balcanes para compensar la falta de otras cosas, incluso de épocas y siglos enteros", puede que así sea.

Leer a Petrovic resulta estimulante por muchas razones, aunque yo les cite tres. La primera, por el deleite derivado de la traducción de Dubravka Sužnjevic, que prestó voz al autor desde el primer momento: con esa aptitud para sacar brillo a la palabra, manejando el matiz para acompañar al original sin opacar la musicalidad del texto, posee el savoir faire para enfrentar lo que quiera. La segunda es el talento natural de Petrovic para verter sobre el papel imágenes perdurables, vívidas, de belleza casi tangible. Maravilla, como las mejores demostraciones matemáticas, por la elegancia en su resolución inevitable. La tercera es el manejo del asombro: ya en el Atlas descrito por el cielo (2008) el autor jugaba a emborronar la costura entre realidad y fantasía, otro de los puntales que se hunden en los fértiles cimientos para la creación que son los Balcanes.

En Papel con marca de agua, su última entrega, reverbera el eco atávico de los primeros cuentacuentos. El texto es parte de un proyecto mayor, que el autor quiso llamar ´novela-delta´ y estaba llamado a vincular varias obras de lectura independiente. Petrovic, que prologaba su Atlas urgiendo a calentar la pluma antes de lanzarse a ensuciar la cuartilla, recuperaba, en esta nueva pieza, la idea del papel como privilegio. El punto de partida era sencillo: allá por el siglo XV, Giovanna de Nápoles se propone conseguir el papel más exquisito para convertirlo en la carta de amor definitiva. Para ello deberá imponerse a la cofradía amalfitana que lo elabora, encargada de juzgar si el cliente es —o no será jamás— digno de recibirlo.

Rechazando él mismo el desperdicio de cuartillas, el autor se enfrentó al texto con vocación de artesano para concentrar, en poco más de cien páginas, una nouvelle entreverada de ironía en que el objeto central, el papel más codiciado, procede del harapo de un mísero analfabeto. En esta road movie de época, emparentada con el periplo descrito por Saramago en El viaje del elefante (2008), la fantasía es el azucarillo con el que se administra la dosis de tragedia inherente al mundo: las efigies de los santos se baten en retirada, el viento infunde aliento a los andrajos y las cabezas cercenadas celebran el fin del sufrimiento. El cronista registra las gestas de la comitiva real mientras el autor ridiculiza hazañas bélicas, refiere los sinsabores del hombre común —no hay otro personaje femenino que la reina—, discurre sobre el propósito de la literatura y retrata a una casta, la de los escritores, a la que él mismo pertenece. Petrovic empleó la autocrítica, burlándose de las contradicciones del ego creador, para obtener el favor de sus lectores y armar un cumplido retablo sobre el género humano. Más allá de la puntuación algo excesiva que ya es marca de la casa, la buena escritura cuaja en el texto como pulpa de papel en tamiz de molino. No ignoro que la pieza forma parte de un artefacto que ahora quedará inconcluso: cabe preguntarse cómo habría dialogado con las siguientes entregas del proyecto.



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