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La relación difícil
Asegura un viejo y conocido refrán que en los momentos difíciles, es cuando se conocen los amigos. La relación de los países limítrofes México y Estados Unidos, ha sido pendular; en algunos momentos, de cercanía y colaboración, en otros de alejamiento y trato ríspido. Quizá la definición más precisa la dio el exembajador Jefrey Davidov en su libro El oso y el puercoespín, en el que atribuye a su país tanta sensibilidad para tratar a su vecino como la de un plantígrado, y a México el carácter irascible del otro.
Mañana se entrevistan virtualmente los presidentes de México, Andrés Manuel López Obrador, y de los Estados Unidos, Joe Biden. Uno de los temas principales es la creación de un acuerdo para que obreros mexicanos puedan ir al norte de manera legal y ordenada para cubrir la demanda de mano de obra que tiene el sector productivo de allá, principalmente la industria, el campo y la prestación de servicios. La propuesta es, además de interesante, un reconocimiento a la realidad que viven ambas economías.
Una realidad que no es color de rosa; pero, tampoco tan negra como la pintó Porfirio Díaz cuando dijo: "Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos". Más bien, habría que reconocer como dice la vox populi: Estados Unidos no tiene amigos, tiene intereses. Sobre esa base puede haber un avance sustancial en los temas que interesan a ambas naciones, buscando un beneficio mutuo que sea tan parejo como sea posible, pues siempre se podrá decir que: "hay unos más iguales que otros".
La idea de la cooperación para el desarrollo, que no tiene nada que ver con los sofismas y la mentiras de Carlos Salinas, Luis Videgaray y demás víboras prietas y tepocatas, aparece por primera vez en la segunda reunión de presidentes de la historia, que se llevó a cabo en la ciudad de Monterrey, la tarde del 20 de abril de 1943, cuando en medio de los acordes de los himnos nacionales y una salva de honor de veintiún cañonazos, el presidente de Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, acompañado de su esposa Eleanor, su nuera y nietos, bajó del tren y abrazó presidente mexicano Manuel Ávila Camacho.
Ocho meses antes, el 21 de agosto de 1942, los gobiernos de México y Estados Unidos firmaron el Convenio Internacional de Trabajadores Temporales. El propósito de ese acuerdo fue que trabajadores mexicanos cubrieran el déficit de mano de obra en aquel país, causado por la participación de los estadounidenses en la Segunda Guerra Mundial. El trabajo mexicano se canalizó a la producción de alimentos agrícolas y a la construcción de vías férreas, es decir, participó activamente en dos sectores que fueron claves en el desarrollo económico norteamericano en un momento crítico. Se calcula que de 1942 a 1964, alrededor de 4.6 millones de mexicanos trabajaron como braceros en Estados Unidos.
Durante los brindis, ambos mandatarios prodigaron frases de buena vecindad y de compromiso en la lucha contra las naciones del pacto Berlín-Roma-Tokio, en el marco de la Segunda Guerra Mundial (México fue aliado de EU). Roosevelt reconoció la "interdependencia mutua de nuestros recursos comunes" y pronunció una célebre frase que significó un programa de posguerra: "El día de la explotación de los recursos de un país en beneficio de un grupo en otro país definitivamente terminó". Posteriormente, se llevaron a cabo una serie de negociaciones entre encargados de despacho y expertos en diversas ramas del sector productivo, que culminaron el 24 de diciembre del mismo año con un acuerdo por el cual México destinó al mercado norteamericano las exportaciones de petróleo, cobre, plomo, zinc, mercurio, fibras duras, guayule y otras materias primas, además de fruta, verdura, cerveza y toda clase de bebidas embriagantes. Por su parte, Estados Unidos se comprometió a garantizar a México el aprovisionamiento de los bienes de producción, agrícolas e industriales, así como diversos artículos de consumo durable. Promesa incumplida, pues todo estaba reservado para su industria bélica.
Ahora, con gobiernos altamente sensibles en el aspecto social y ante la apremiante necesidad de ir en pos de la recuperación, están dadas todas las condiciones para que Estados Unidos acepte la necesidad que tiene de los trabajadores mexicanos e implemente medidas que les permitan llegar con seguridad y garantías a los lugares donde se les espera. La absurda idea de que la mano de obra mexicana va a hacer la competencia a los nativos, no se sostiene ni del hilo de una telaraña. Ya lo dijo Fox en su locura.
El presidente López Obrador ha señalado que: "En los Estados Unidos, con lo del fin de la pandemia necesitarán 800 mil trabajadores por año para crecer; mejor vamos a llegar a un acuerdo, como sucedió en la Segunda Guerra Mundial con el programa Bracero". "Voy a decirle al presidente Biden: ustedes van a necesitar para crecer, producir, trabajadores mexicanos y centroamericanos. Vamos mejor ordenando el flujo migratorio, legalizándolo, para darle garantía a los trabajadores, que no arriesguen su vida, que se protejan sus derechos humanos".
Por su parte, el presidente Biden echó por tierra la Proclamación 10014 de Trump, que ordenaba suspender 'la entrada de inmigrantes y no inmigrantes que presentan un riesgo para el mercado laboral en EU durante la recuperación económica después del brote de coronavirus', afirmando que impedir la llegada de estas personas no promueve los intereses de Estados Unidos. "Por el contrario, perjudica a Estados Unidos, incluso al impedir que ciertos familiares de ciudadanos estadounidenses y residentes permanentes legales se reúnan con sus familias aquí. También perjudica a las industrias de Estados Unidos que utilizan talentos de todo el mundo y perjudica a las personas que fueron seleccionadas para recibir la oportunidad de solicitar, y a las que tampoco han recibido, visados de inmigrantes a través de la Lotería de Visas de Diversidad del Año Fiscal 2020".
Desde luego, toda referencia al Programa Bracero es una mera alusión, dado que este se dio bajo las circunstancias de un mundo en transición. Inaugura un nuevo periodo en la historia de la migración México-Estados Unidos; transforma radicalmente el patrón migratorio que deja de ser familiar, de larga estancia y dudosa situación legal, para convertirse en un proceso legal, masculino, de origen rural y orientado hacia el trabajo agrícola. Ahora, cualquier acuerdo debe tener en cuenta la multiculturalidad.
En 1986, el gobierno estadounidense expidió la Ley de Reforma y Control de la Migración que buscaba establecer un control más estricto sobre la migración indocumentada a través de un incremento de agentes y recursos para la patrulla fronteriza y otras actividades de inspección; un aumento en el presupuesto del Servicio de Inmigración y Naturalización. Los resultados han sido contraproducentes y mientras más se restringe el cruce legal, crece el flujo ilegal con alto costo en vidas y en metálico.
Ojalá que los resultados de la conversación de mañana abran horizontes de cooperación productiva.