Columnas - De política y cosas peores

´Veo que no he sido yo el primero´

  • Por: CATÓN
  • 02 SEPTIEMBRE 2022
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´Veo que no he sido yo el primero´

"Comstockery". Quien busque esa palabra en un diccionario del inglés encontrará que significa: "Censura excesiva de la literatura y otras artes a causa de pretendida obscenidad". Ese término fue todo lo que quedó de Anthony Comstock, un hombre cuyo retrato estoy mirando ahora. Ceñudo; los labios delgados, casi imperceptibles -así los tienen muchos moralistas-; el enorme bigote en forma de manubrio de bicicleta; el cabello casi al rape, Mr. Comstock es la imagen viva del censor típico del siglo diecinueve. Fue en su tiempo uno de los hombres más influyentes en Estados Unidos. Consiguió que el Gobierno lo nombrara encargado de combatir la obscenidad. Pero nadie había definido qué era obscenidad; qué cosa era obscena y cuál no; de modo que la definición quedó a cargo de Comstock. El problema es que a sus ojos casi todo tenía algo de obsceno. Por su causa Walt Whitman perdió su empleo en el Departamento del Interior después de haber escrito "Hojas de hierba". Por él fue clausurado el teatro donde se estrenó en Nueva York "La profesión de la señora Warren", de George Bernard Shaw. (El escritor inglés le dio después las gracias, pues la clausura suscitó un escándalo tal que en él tuvo su obra la mejor publicidad. De hecho fue el propio Bernard Shaw quien al comentar el caso inventó la palabra "comstockery"). En 1915 Mr. Comstock provocó su último escándalo: ordenó a la policía el cierre de una tienda porque una empleada desvistió un maniquí "en presencia del público" para vestirlo después con otra ropa. El dueño del negocio se inconformó con el cierre del establecimiento y demandó al censor por daños y perjuicios. El juez que conoció del caso le dijo a Comstock en la corte, también en presencia del público: "Señor: yo creo que está usted chalado". La carcajada de la gente, y la sentencia condenatoria del juez humillaron de tal manera al intransigente moralista que ya no salió de su casa. A aquel golpe que sufrió su orgullo se atribuyó su muerte, acaecida después de algunos meses. Ahora el régimen bajo el cual vivimos ha imaginado una nueva forma de censura que consiste en ordenar que los medios de comunicación informen a sus oyentes o videntes si lo que van a ver o a escuchar es comentario o información. Además de la dificultad que implica distinguir entre una cosa y otra, tal exigencia trae consigo la amenaza de crear una especie de censor que vigilará continuamente que esa orden se cumpla. Cualquier imposición de ese tipo a estaciones de radio o televisivas supone un control abiertamente violatorio de la libertad de expresión, y constituye una forma de limitar el ejercicio del derecho, establecido por la ley máxima, a manifestar sin cortapisas el pensamiento de los ciudadanos. Lo que sucede es que andan sueltos por ahí muchos que, o son chalados como el infeliz señor de la anécdota, o son enemigos de la libre comunicación por temor a la disidencia. Un país en el cual la libertad de expresión se anula es un país condenado indefectiblemente a ver conculcadas todas las demás libertades. Se debe frenar esa intentona que nos acerca al opresivo modelo que rige en Nicaragua, en Venezuela, en Cuba.El galancete no sólo era salaz, libidinoso y lúbrico: además era agarrado, cicatero, cutre. Le dijo a su linda compañera: "Compartiremos gastos, Dulciflor. Tú pagarás las copas, la cena y el cuarto del motel. Lo demás va por mi cuenta". Impericio casó con Mesalinia. En la noche de bodas, al terminar el primer acto de amor, él le dijo a ella: "Veo que no he sido yo el primero". "No -reconoció ella-. Pero si te sirve de consuelo te diré que tampoco has sido el peor". FIN

        

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