Columnas > DE POLÍTICA Y COSAS PEORES
Cabelleras vemos, corazones no sabemos
La palabra "pompino" es hoy por hoy desconocida. Así se llamaba en el caló sicalíptico de la Ciudad de México, a mediados del pasado siglo, el hecho de que un solo hombre se refocilara al mismo tiempo con tres o más mujeres. Los expertos afirman que las combinaciones que en esa práctica se pueden conseguir son casi equivalentes en número a las del ajedrez. De niño don Chinguetas soñó en tener un trenecito Lionel. Nunca vio cumplida esa ilusión. Cuando creció su sueño fue muy diferente: participar en un pompino. Aprovechó un viaje de su esposa, Doña Macalota, y llevó a su casa a cuatro profesionales del amor; una morena, otra rubia, la tercera trigueña y pelirroja la última. Con ellas, ya sin ropa, estaba en el lecho conyugal cuando de pronto se abrió la puerta de la alcoba y apareció doña Macalota. Rápidamente don Chinguetas les dijo en voz baja a sus asociadas: "Es mi esposa. Actúen con naturalidad". Durante 8 años fui director del Ateneo Fuente, la institución educativa más antigua y de mayor prestigio en Saltillo, mi ciudad. Honor ese ése que cuento entre los más grandes que en mi vida he recibido. En aquel tiempo reinaba la moda del cabello largo, impuesta por los Beatles. El equipo de futbol americano del Ateneo fue a Guadalajara a jugar contra el de una universidad de extremísima derecha. Los guardias apostados en la puerta del campus les impidieron la entrada a nuestros jugadores. El motivo: muchos de ellos llevaban el cabello largo, y eso estaba prohibido en la universidad. El coach del equipo, el inolvidable doctor Jorge Castro Medina, les preguntó a los polizontes: "¿Qué podemos hacer?". Uno de ellos se dignó responder: "Que el director de ustedes hable con nuestro rector". "Pues ya la jodimos -replicó el coach-. El director trae el pelo más largo que los muchachos". En efecto, en aquellos años, juveniles todavía para mí, yo gastaba una espléndida melena bruna que me llegaba a los hombros y que me habrá envidiado cualquiera de los integrantes del cuarteto de Liverpool. Ante el rector citado esgrimí un argumento de los que en Lógica se llaman Aquiles, de tal fuerza que no se pueden rebatir. Le dije: "Estimado rector: Nuestro Señor Jesucristo lleva el cabello largo, y eso no obsta para que esté sentado a la diestra de Dios Padre". Entraron finalmente al campus los muchachos ateneístas, y tras ellos me colé yo también. Por todo lo dicho me alegró saber que la Comisión Nacional para Prevenir la Discriminación, institución que AMLO todavía no desmantela, determinó que prohibir a un niño, niña o joven el ingreso a su escuela por llevar el pelo largo, o pintado o peinado en tal o cual manera, es un acto discriminatorio contrario a los derechos consagrados por la Constitución y a acuerdos internacionales signados por México. He ahí una buena noticia entre las muchas malas que cada día nos agobian. Juzgar a alguien por el largor, forma o color de su cabello, lo mismo que calificarlo por el tono de su piel, su preferencia sexual, su credo religioso o sus ideas políticas, es aplicar un criterio superficial, y por lo tanto injusto. Si me es permitida una declaración grandilocuente diré que lo que en verdad es la persona no se ve... Sucedió que el jefe de seguridad de un hotel de lujo en la Ciudad de México iba a echar a la calle a un hombre con aspecto de indigente. Era Francisco Toledo, uno de los más grandes pintores que México y Oaxaca han dado al mundo. No evaluemos a alguien por su cabello, sino por lo que abajo del cabello tiene, o sea su cerebro, su inteligencia, su saber. Y por sus sentimientos. Cabelleras vemos, corazones no sabemos. FIN.
MANGANITAS
Por AFA
"Ya llegó la viruela del mono".
Otra pandemia anunciada.
Otro temor desatado.
Si no tenemos cuidado
nos va a llevar la changada.