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Mirada inolvidable

  • Por: MANUEL RIVERA S.
  • 17 DICIEMBRE 2017
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Mirada inolvidable

Pocas expresiones hechas acepto tan reales, como aquella que sentencia que "los ojos son la ventana del alma".

Es cierto, aunque hay ocasiones en las que es preferible no asomarse a ella, para seguirla imaginando como se quiere sea.

Muchas miradas he conocido, gozado y sufrido. Las peores, sin duda, son las que no recuerdo. ¿Las mejores? Claro, aquellas que con la luz apagada son capaces de deslumbrar hasta mi conciencia, que, de tenerla, a veces parece estar ciega.

Pero hoy llegan a mi memoria sólo dos miradas, aunque trataré de escribir solamente sobre una.

Hay miradas que matan, como advierte la tuya, corazón. Pero existen otras, que aunque pudieran invitar a morir, paradójicamente en esa misma invitación hacen una a la vida.

Sobre esta última quiero enfrentarte, conciencia - ¿en serio estás aquí? -.

Entro de lleno a tema, si me lo permites, y a manera de introducción extraigo unos párrafos de "Descenso al Infierno". ¿Cómo que de quién es esa obrita? ¿Ahora pretendes ignorar que hemos viajado muchas veces al inframundo, voluntaria e involuntariamente, conciencia sin memoria?

Creo entendiste. Prosigo:

"Muchas imágenes vienen a ti una y otra vez; no se quieren ir, por más que las espantas como quien espanta esos buitres que bien conoces y llegan para hacer perenne la supuración de las heridas de tus cobardías, errores e inconsciencias.

"Se estrella así muy dentro de tu ser el rostro del hombre que con una insignificante manguera de jardín pretendía hacer frente a un gigante de fuego que se burlaría de mil y una de ellas, pero que defendía así, solo, el patrimonio de sus hijos, ubicado en lo más alto del cerro, literalmente, de la marginación.

"Qué poco eran ahí las descargas eléctricas que recibías cada vez que dabas línea a tu compañero, qué nada era el agua hirviendo que entraba en tus botas rotas, cuando entendías lo que era la esperanza definida por esa expresión de suprema angustia en la soledad e indefensión, justo al lado del monumental demonio que devora, quizá, con más saña y apetito a los pobres".

Cierro los ojos para tratar de protegerme de la amenaza de tu mirada y evoco esa otra visión que entró en mí hace más de 20 años y no se quiere ir.

¿Cómo ingresó hasta el fondo de mi alma, si es que la tengo? Seguramente lo hizo como el resto de las miradas que llegan hasta ahí: sin permiso y casualmente.

Te platico el caso...

La que juega con el corazón, la que te invita a vivir inexplicables placeres, la que une la angustia por lo desconocido con la certeza del gozo que trae hacer lo que se debe hacer, despertó a mí y a mi adormilada conciencia en la madrugada.

La alarma aún sonaba, despidiendo así a la máquina cuyo rugir de su revolucionado motor anunciaba orgullosa que íbamos a hacer todos lo que debíamos hacer.

Primero, la asombrosa premonición del recién levantado Sonric´s, quien, con toda anticipación a prueba de fraude, nos platicó en el camino que estaba soñando iríamos a un incendio justo en el sitio al que finalmente llegamos; luego el recorrido cerro arriba acarreando los tramos de manguera que apenas alcanzaron para llegar al lugar del siniestro. Finalmente, el encuentro inesperado con la mirada de quien sin pronunciar desde ese día una sola palabra me sigue hablando.

Haciendo únicamente lo que debíamos hacer, Mario y yo entramos lo más pronto posible al obscuro y estrecho pasillo que conducía al patio de la vivienda que tenía uno de sus cuartos en llamas.

-Es el patrimonio de mi familia. Modesto en extremo, lo sé, pero es lo poco que tienen quienes más quiero. ¡No voy a permitir que lo devores!

-Si pudiera reír en lugar de rugir, no pararía de hacerlo. ¿No ves la magnitud de mi grandeza y la insignificancia de aquello con lo que pretendes acabar conmigo? ¿Acaso no observas que tienes en tus manos una manguera de jardín, que parece cuentagotas y no lanza de agua capaz de sofocarme?

-Risa debería darme a mí escuchar que con la razón pretendes convencerme deje de hacer aquello que hago por amor. 

Al final del pasillo encontramos y relevamos al joven hombre que trataba de salvar el patrimonio de su familia. Antes nos vimos a los ojos y hablamos sin abrir la boca:

-Hazte a un lado, desconocido. Que ni estás solo ni mi vida vale lo que tu existencia, por lo que dame el placer de cambiarla por la tuya.

El fuego se defendió con furia, pero finalmente sucumbió. Ni Mario ni yo volvimos a ver esa persona, que, sin embargo, nos sigue viendo.

Si los ojos son la ventana del alma, ese día entendí con mi compañero el poder que tiene el espíritu, que con esperanza y confianza es capaz de invitarte lo mismo a conocer el Cielo que el Infierno.

riverayasociados@hotmail.com


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