Columnas - Ernesto Salayandia García

El asesino silencioso

  • Por: ERNESTO SALAYANDIA GARCÍA
  • 28 JULIO 2022
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El asesino silencioso

Quiérete tantito

Empecé a fumar a los doce años de edad, mi abuela me mandaba cada hora a la estufa a prenderle un cigarro, fumaba Fiesta y yo llegaba al sillón de la sala de TV, ya con el cigarro a medias y rojo, para los 13 años, ya cargaba mi cajetilla,  fumaba en los camiones, en el billar, el boliche, en el baño de la secundaria, en fin, prácticamente en todos lados, a los 17 le pedí permiso a mi padre de fumar delante de él y accedió sin mayor problema, mis padres nunca fumaron, luego, en cada borrachera, cuando menos un par de ellas a la semana, fui capaz de fumarme más de dos cajetillas al día, lo mismo, cuando jugábamos dominó hasta al amanecer, normalmente, era todos los jueves , duré muchos años prendido del cigarro con un alto nivel de ansiedad fuera de serie y llegué a fumarme cerca de tres cajetillas diarias, un cigarro cada 10 minutos, recuerdo también, que me despertaba cada hora en la madrugada,  me sentaba en la tasa del baño a fumar, claro mi piel seca, muerta, siempre apestando a tabaco, mi boca dañada como mis pulmones y todo mi cuerpo, uno de mis fondos, fue mis crisis de tos, ya tosía como perro callejero, triste y abandonado.

El tabaco ocasiona la falta de irrigación transitoria o definitiva de una porción de la masa cerebral, ocasionando hemiplejía (parálisis de un lado del cuerpo), apoplejía (parálisis cerebral), paraplejía (parálisis de la mitad inferior del cuerpo), etcétera. El etcétera, es sinónimo de MUERTE.

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