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Dime con quién andas y...
La columna de opinión escrita por Ricardo Salinas Pliego y publicada en los principales diarios del país, con el título El INE debe morir y desaparecer, es un texto impecable en su estilo y contundente en la información que maneja. Difícilmente pueden negarse las afirmaciones que en ella se hacen y más todavía rebatirlas de una manera congruente y convincente. Las tres vertientes por las que decanta el autor su alegato son tan evidentes que resultan incontrovertibles: el INE es caro, malo y antediluviano.
Cuando en este espacio se replicó la demanda de que el sistema electoral adoptara los avances técnicos y tecnológicos en sus operaciones, la respuesta fue que resultaría muy costoso hacer la reconversión de los comicios rudimentarios hechos a mano para hacerlos digitales, como ya se hacía en Venezuela y otros países con economía similares a la mexicana. Entonces hubo quien les creyera porque todavía no se manejaban con estilo faraónico ni se habían autoasignado presupuestos como el que hoy defienden.
La realidad es que con la mecánica arcaica se genera una cadena de oportunidades para perpetrar un fraude colosal con pequeñas acciones que apenas se notan y, por lo mismo, se dejan pasar. Con el uso de los sistemas digitales, en pocos segundos podría identificarse al votante; con el uso de las urnas electrónicas se podría emitir el sufragio que de inmediato se verá reflejado en las pantallas de cómputo a todos los niveles. Seguirá habiendo acarreados; pero, no garantía de que el voto vaya al mejor postor.
En fin, que Salinas Pliego hace una perfecta disección del Instituto Nacional Electoral y propone que de inmediato desaparezca y sea sustituido por un organismo verdaderamente autónomo y confiable. Como era de esperarse, la respuesta llegó pronto de parte de ´un grupo de intelectuales, empresarios y políticos´. Otra vez, Dios lo cría y ellos se juntan. Mención aparte merece José Woldenberg cuya megalomanía ni su esposa pudo soportar. Este funcionario electoral tuvo su momento de gloria en la fallida transición que llevó al PAN a Los Pinos; pero, de ahí en adelante se ha colgado de la brocha y, seguramente no de gorra, se ha convertido en un defensor consuetudinario de las trapacería comiciales.
Dice la carta que firmaron 2 mil personas encabezadas por los susodichos, que: "Desacreditar al INE sólo beneficiaría a quienes se niegan a que el voto de los ciudadanos decida los resultados de las elecciones (¡órale!). Por eso, y por infundados, rechazamos los amagos recientes para desacreditar a los consejeros electorales (¡chispas!). Refrendamos nuestro respaldo al ejercicio que el INE hace de su autonomía constitucional. Nadie puede solicitar que el árbitro electoral deje de aplicar las normas a las que está obligado. Por el contrario: exigimos que todas las fuerzas y todos los actores políticos respeten las reglas que señalan nuestra Constitución y las leyes electorales". Pues, que ellos también las respeten.
Por principio de cuentas, señalar los vicios del INE no es desacreditarlo y menos buscar que el voto ciudadano no se manifieste en las urnas; en todo caso, según se ha visto de manera indubitable, es el sistema electoral el que busca sacar del proceso comicial a aquellos que pueden ganar de calle para reafirmar su compromiso con el cambio democrático. Estas argucias no las inventaron ellos, vienen de muy lejos, de la época de Salinas quien rasuró el padrón electoral y asesinó a 400 perredistas decentes.
Los firmantes pretenden argumentar que la autonomía del INE es para evitar la intromisión de agentes extraños en los procesos electorales; pero, la triste realidad es que la autonomía les ha servido para darse una vida de lujos y extravagancias que de otra forma no podrían tener. ¿Quién puede olvidar que la primera iniciativa de Lorenzo Córdova fue construirse un palacio versallesco en plena Zona Rosa de la Ciudad de México, para dar un marco digno a su desempeño como presidente del órgano electoral?
Pero, ¿quiénes son esos tales intelectuales, políticos y empresarios? Como para muestra basta un botón, habría que señalar a Enrique Krauze, del que no puede agregarse más que sigue llorando por la teta que le quitaron; luego, Salomón Chertorivski Woldenberg, quien tanto contribuyó al desmantelamiento del sistema de salud que perpetró el becario de ingrata memoria y ahora es candidato del partido naranja; y, Gustavo de Hoyos Walter, exlíder de Coparmex, acusado de corrupción y pedir moches a empresarios.
Con amigos así, ¿para qué necesita el Instituto Nacional Electoral enemigos? Ya se sabe que el que con lobos anda, a aullar se enseña; en el caso la dificultad estriba en saber quién enseña a quien, porque...