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La carta perdida de Unamuno

El intelectual escribió una misiva durante la Guerra Civil, considerada su testamento ideológico y donde muestra su horror ante la represión fascista, que se ha podido recomponer parcialmente a través de fuentes indirectas

Miguel de Unamuno (Bilbao, 1864 - Salamanca, 1936) fue uno de los autores más retratados de su época. En sus últimos años se tumbaba en su cama a leer después de la universidad.La carta perdida de Unamuno

El "vencer y convencer" pronunciado por Miguel de Unamuno en el paraninfo de la Universidad de Salamanca en octubre de 1936 ha hecho correr ríos de tinta. ¿Qué palabras pronunció el rector exactamente y cuál fue la reacción de los presentes y de Millán Astray? El profesor aludía a la diferencia entre vencer con las armas y convencer con la razón. Se ha hablado mucho de esa jornada en el paraninfo pero, en cambio, no sabemos casi nada de una carta perdida que el rector escribió dos meses más tarde y que podría interpretarse como su testamento ideológico. Ese documento ha permanecido ignorado porque la carta no llegó a salir de Salamanca ni se publicó nunca con la firma del escritor vasco. Una entrevista grabada en la madrileña Residencia de Estudiantes en 1998 con un testigo de los hechos, el ingeniero hispano-soviético Manuel Vicens González, proporciona la clave para recobrar ecos y fragmentos de esa carta perdida que ha podido ser ahora reconstruida parcialmente e ilustra un momento esencial en la vida del rector.

Cuando estalló la Guerra Civil, Manolo Vicens tenía ocho años y estaba en Salamanca con su madre y sus tías. A finales de los noventa, tras vivir en Rusia casi toda su vida, conversaba en impecable castellano sobre sus padres y sobre la donación del archivo familiar a la Residencia. En esa charla, y en una entrevista publicada en EL PAÍS, Vicens mencionó la carta que Unamuno había entregado a su madre para que la sacara de España. María Luisa González Rodríguez era una bibliotecaria de Burgos, había sido alumna y protegida de Unamuno en Salamanca y tanto ella como sus hermanas tenían una estrecha amistad con el profesor y con sus hijas, forjada durante los veraneos de ambas familias en Becedas (Ávila). El rector salmantino confiaba en su discípula y tuvo una larga conversación con ella antes de encomendarle la carta, que iba dirigida "a los dueños del hotel de Hendaya donde él había vivido durante su destierro" en tiempos de Primo de Rivera. Poco después, María Luisa huyó de Salamanca con sus hijos en taxi de madrugada.

Manuel Vicens recordaba los tensos preparativos de la marcha. Sus tías discutieron largamente sobre el asunto y convencieron a María Luisa de que no se llevara la carta por miedo a que, si era interceptada, pudiera costarle al rector la cárcel por su postura inequívocamente antifranquista. La bibliotecaria optó por aprenderse de memoria los fragmentos más importantes, dando vueltas por el pasillo mientras estudiaba y repetía incansablemente el texto. Cuando María Luisa y su esposo —el bibliotecario aragonés Juan Vicens— se reunieron en Irún para cruzar juntos la frontera decidieron lidiar con la situación tomando apuntes de los fragmentos que ella había archivado en su cerebro.

La trasmisión de las ideas de Unamuno fue un ejercicio activo de memoria histórica. Manuel Vicens aporta la clave para encontrar estos nuevos datos al mencionar un recorte de periódico con información tomada directamente de la carta salmantina. El texto funciona como la copia hecha por un amanuense que plasma los hechos narrados por un trovador. Juan Vicens había escrito un artículo donde recogía fragmentos, ideas y recuerdos de Unamuno procedentes de la carta encomendada a María Luisa.

Una referencia de Ramón Salaberría, biógrafo de Juan Vicens, ha permitido desenterrar ese artículo que no ha sido estudiado hasta ahora y que se publicó en 1945 en la revista mexicana Aragón con el inequívoco título Unamuno y el franquismo. Para entonces el matrimonio estaba separado por el exilio: María Luisa residía en Moscú con sus hijos y Juan Vicens en México. En ese artículo, el bibliotecario tomó precauciones para ocultar la identidad de su esposa —contrabandista de ideas— y de las depositarias de la carta original que "está en Salamanca a buen recaudo y algún día verá la luz". La falta de transparencia evidencia sus esfuerzos para proteger a su mujer y a la guardiana de la carta que debió ser la hermana mayor de María Luisa, Felisa González, que había sido encarcelada dos veces y trataba de sobrevivir en Salamanca al abrazo asfixiante de la represión franquista.

El artículo de Juan Vicens expone que en diciembre de 1936 Unamuno conversó y confió su carta a "una señora a quien conozco muy bien y con quien hablé entonces extensamente. Había sido discípula de Unamuno y entre su familia y la de este existía una estrecha amistad". Explica también que "una persona de la familia de la señora le recogió la carta, temerosa de que se la encontraran en el registro aduanal". Vicens se convertía así en albacea de las ideas del rector, trasmitiendo desde el exilio las notas tomadas años atrás.

En su escrito comparte que Unamuno atacaba duramente a los franquistas, a los que acusaba de ser "una banda de analfabetos e idiotas que estaban hundiendo a España en la vergüenza y en la estupidez", cita como palabras textuales su crítica a la "fría, metódica, científica y sádica represión franquista" y cuenta que el rector había tildado de "mamarracho" a un bibliotecario de la universidad por llevar la camisa y el gorrito falangista. El artículo explica también que Unamuno había enviado una carta a Luca de Tena, director del periódico ABC de Sevilla, expresando su horror ante la visión insoportable de "las damas y señoritas piadosas que acudían por las mañanas con malsano placer a contemplar los cadáveres de los izquierdistas paseados por los falangistas".