La antología de Octavio Paz: las palabras son puentes
Este volumen con los mejores versos de premio Nobel y algunos de sus ensayos sobre poética era necesario. Incluso la actividad como intelectual del escritor mexicano es inconcebible sin su poesía
El reciente volumen de las ediciones conmemorativas de la Real Academia de la Lengua ofrece un acertado itinerario de lectura por los poemas fundamentales de Octavio Paz y por extensos fragmentos de libros y ensayos más o menos convergentes con su obra poética. Al margen de la colección en el que se inscribe, antecedido por ediciones semejantes de Borges, Neruda, Mistral o Darío, ¿era necesaria otra antología más del premio Nobel? Sin duda alguna, no sólo porque afianza la vivacidad de una obra referencial de las letras en cualquier idioma —eludirla le supondría al lector un depauperado recorrido moral, crítico y estético— sino porque ésta había permanecido en un limbo testamentario tras la muerte de su viuda, Marie José Paz, lo que supuso la escasa circulación de muchos libros suyos en los últimos años; si a lo anterior se suma la dilapidación del capital simbólico de sus obras completas en España, donde primero se publicaron, y la actual y muy denunciada incuria de una institución como el Fondo de Cultura Económica que las reimprimía en México, esta antología cumple en parte con el cometido de descubrirlo a los nuevos lectores. Estos además disponen, por fortuna, aunque sólo en España, de una edición de su Obra poética completa (en Galaxia Gutenberg).
Y es que la vocación universalista, ilustrada y romántica a la vez, de la experiencia literaria y la reflexión de Paz, de conciliar tradiciones artísticas y especulativas de muy diversas culturas, conviene repetirlo, tiene a su poesía como centro irradiador absoluto. Incluso su actividad como intelectual es inconcebible sin ella. La palabra poética, afirmó, aún si el poeta no se lo propone, es siempre disidente. “La hostilidad frente a la poesía es de origen moral —escribe—: la poesía es peligrosa porque expresa la parte irracional del hombre, sus pasiones, sus deseos, sus sueños. El poeta inventa imágenes y figuras más o menos reales con los sentimientos y pasiones humanas que rompen el orden social.” Todo poema verdadero es subversivo porque, como se sostenía en el Opojaz de Roman Jakobson, que tanta influencia habría de acusar en sus escritos, “es la deformación voluntaria del habla común a través de una violencia organizada ejercida en su contra”.
Recobrar el poema, que para Paz es conocimiento que erotiza las ideas y fija el instante como fusión de los contrarios al abolir la sucesión, encarna en la historia como acto y nos inserta en la verdadera comunidad creadora. “Me maravilla cada vez más la lúcida y sensible inteligencia de Octavio, aunque esté muy lejos de sus criterios en muchas cosas. Lo que más me asombra en él es su juventud, su deseo de seguir adelante en la poesía; […] porque todo llevaría a pensar que un hombre que ha llegado a una plena madurez en una línea poética, se mantendría prudentemente al margen de las aventuras actuales. Y no es así, y frente a eso los resultados importan menos que la actitud de un hombre capaz de tirarlo todo por la borda y lanzarse a cosas que muchos de sus admiradores encontrarán insoportables”, escribió Julio Cortázar en 1968, cuando éste lo visitó en la India.
Ajeno a todo gregarismo y en continua interpelación, Paz fue un incómodo opositor a los totalitarismos de Estado —de izquierdas o de derechas— y censor de los excesos del capitalismo. Apoyó aquí la causa republicana durante la Guerra Civil (su primer libro de poemas en España se publicó en 1937), pero no militó en el partido comunista, y pronto disipadas las brumas ideológicas por su oposición al realismo socialista, fue al cabo un discrepante de la izquierda sin abandonarla del todo nunca, y un demócrata que tampoco abrazó el liberalismo. Sin embargo, se han difundido a lo largo de los decenios tantos infundios, extremados éstos en la tumultuaria quema de su efigie frente a su domicilio por su crítica al autoritarismo de la revolución nicaragüense en 1984 (y ya se está viendo cómo ésta acabó devorando a sus hijos dilectos), que es preciso dejar expuesta de nuevo la propaganda que ese dogmatismo agitó en su contra hasta fechas recientes, con un empeño que sólo se le consagra al disidente.
Apenas cabe especular qué reflexiones le habría suscitado hoy el narcoestado marcial (en la estela de los gobiernos cubano y venezolano) en el que se ha convertido su país, el cual, enmascarado de mesianismo progresista, se halla sometido en parte al evangelismo nacionalista estadounidense y al crimen organizado. Es sensato entonces que esta vertiente política de su obra, entre las varias que la integran (su crítica artística y antropológica, por caso) y dada su amplitud, esté ausente de la antología, salvo por largos fragmentos de El laberinto de la soledad y de su Posdata. Aquella y estos quedan sagazmente encuadrados por Roger Bartra, en uno de los dos estudios en verdad relevantes para el lector general que acompañan el volumen. El otro, de Luce López-Baralt, que con ejemplar finura trenza la polinización de la poesía de San Juan de la Cruz en la del autor de Blanco, es excepcional.