La gran novela del Mediterráneo
De Barcelona a Estambul y de Argel a Lesbos pasando por Alejandría, autores como Albert Camus, Françoise Sagan o Safo han convertido los puertos del ‘mare nostrum’ en hitos literarios
La gran novela del Mediterráno es una biblioteca, un conjunto de clásicos contemporáneos que explican las claves de una región pegada a la actualidad: del glamur de la Riviera a la Grecia de los refugiados pasando por el turismo de masas en España, las heridas del colonialismo en África o la tensión en Oriente Próximo. Una decena de títulos relacionados con otros tantos lugares refleja la intimidad entre literatura y geografía.
El primer hombre. Albert Camus.
En El primer hombre, de Albert Camus, el Mediterráneo y su tierra natal, Argelia, son un paraíso perdido, “una orilla feliz y bajo la luz de las primeras mañanas del mundo”. Pero también son el marco de la pobreza opresiva en la que creció y de una violencia arcaica, como un Far West norteafricano, un polvorín colonial en desintegración. El protagonista regresa de adulto a la Argelia en guerra. Visita al maestro de escuela que le sacó de la miseria y recuerda a los amigos de infancia, la playa. “La gloria de la luz llenaba esos cuerpos jóvenes de una alegría que los hacía gritar sin interrupción”, evoca. “Reinaban sobre la vida y sobre el mar, y lo más fastuoso que puede dar el mundo lo recibían y gastaban sin medida, como señores seguros de sus riquezas irremplazables”. Camus no se había mostrado en ninguna de sus ficciones anteriores con tanta transparencia y sin el envoltorio de tesis filosóficas o moldes novelescos. El manuscrito inacabado de El primer hombre fue hallado entre los restos del automóvil en el que viajaba al morir en un accidente de carretera en enero de 1960. Iba dedicado a su madre, sorda y analfabeta: “A ti, que nunca podrás leer este libro”.
2. Alejandría de Lawrence Durrell. Un mundo, un amor
El cuarteto de Alejandría. Lawrence Durrell.
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“¿Qué es esa ciudad, la nuestra?, ¿qué resume la palabra Alejandría?”. No hay ciudad que se haya apropiado de una novela ni novela que se haya apropiado de una ciudad como en el caso de Alejandría y El cuarteto de Alejandría. La historia en cuatro partes, cuatro novelas o una sola novela en cuatro libros (Justine, Balthazar, Mountolive y Clea) se funde completamente con la vieja metrópoli egipcia, inseparables ambas para siempre en la cabeza y sobre todo en el corazón de los lectores, donde resuenan frases inolvidables como “una ciudad es un mundo cuando amamos a uno de sus habitantes”. Por supuesto, Alejandría es mucho más que la ciudad en la que Lawrence Durrell situó su arrebatadora historia de amor relatada revolucionariamente desde distintos puntos de vista: es la urbe de Alejandro, de los Ptolomeos, de Cleopatra y Antonio, del faro y de la biblioteca, de Cavafis, de E. M. Forster y de Terenci Moix, pero no hay forma de recorrer sus calles entre “la luz malva limón de la tarde declinante” sin toparte con los fantasmas de Justine, Darley, Melissa, Nessim… Envuelta en Jamais de la Vie, su perfume, Justine sigue atrapada en los espejos del hotel Cecil como todos los personajes y sus cuitas y la prosa en estado de gracia de Larry Durrell lo están en la atmósfera de la ciudad, que a la vez se nutre de ellos aunque se haya convertido en un lugar aparentemente tan distinto. Sea como fuera, no hay experiencia literaria y vital tan conmovedora como leer o releer El cuarteto de Alejandría: “Otra vez hay mar gruesa y el viento sopla en ráfagas excitantes”.
3. Haifa de Abraham B. Yehoshúa. El mar sefardí
Viaje al fin del milenio. Abraham B. Yehoshúa.
Nacido tierra adentro, en el seno de una de las familias sefardíes más antiguas de Jerusalén, el escritor Abraham B. Yehoshúa ha vivido más de la mitad de sus 84 años en la ciudad portuaria de Haifa, en el norte de Israel, que considera la más “armoniosa” en un país azotado por los conflictos. “Tras la guerra de los Seis Días de 1967, Jerusalén perdió la cordura”, confesaba hace una década el novelista, que ha escrito la mayor parte de su obra en un horizonte enmarcado por el monte Carmelo y la bahía de San Juan de Acre. En torno al cambio de siglo completó Viaje al fin del milenio, narrado sobre una idea concebida durante un periplo por Andalucía. “Es mi libro donde el mar está más presente”, admite ahora Yehoshúa. “Ya he escrito muchos, tengo derecho a descansar”, alega. En Viaje al fin del milenio, un mercader judío sefardí de Tánger viaja por el Mediterráneo hasta Europa en las apocalípticas vísperas del año 1000. Como en casi todas sus novelas, el matrimonio es el eje narrativo: la poligamia entre los sefardíes norteafricanos frente a la monogamia de los askenazíes europeos, como parábola de la fractura cultural entre ambas corrientes judías. “Traté de describir el Mediterráneo como espacio de una identidad común”, concluye, “distinta de la de Europa y Oriente Próximo, y que compartimos, entre otros, israelíes y palestinos”. J
4. Beirut de Huda Barakat. Terciopelo y estopa
El labrador de aguas. Huda Barakat.
Beirut es una ciudad de terciopelo y estopa. Y de todas las fibras sintéticas y naturales intermedias. El catálogo de tejidos no entiende de etnias, religiones u orígenes, todo es híbrido y a la vez puro en Beirut. Igual que la cordura/locura de Nicolás, el protagonista de El labrador de aguas, un comerciante de telas al que la guerra civil libanesa (1975-1990) va descomponiendo a la vez que al tejido urbano. Refugiado como un animaluco en el sótano intacto de su tienda, arrasada, rememora su vida entre telas sensuales condenadas, como él, como la ciudad, como su madre y su amante —a las que vestía con el paño que mejor las expresaba en cada momento—, a la extinción. En la guerra del Líbano nada de lo que parecía claro lo era, ni las trincheras, ni los bandos, ni los compromisos. Pasado un tiempo, no había nada que ganar, solo sobrevivir. Huda Barakat, una de las escritoras más jóvenes del grupo intergeneracional de las llamadas “decentristas beirutíes” (Emily Nasrallah, Ghada al Samman, Hanan al Sheikh), no tiene nada que envidiar a sus mayores. Unas y otras han explorado con maestría la relación del lenguaje con el género, la guerra y la marginalidad.
5. Estambul de Orhan Pamuk. Imperio en blanco y negro
Estambul, ciudad y recuerdos. Orhan Pamuk.
En Estambul el Mediterráneo llega a una ciudad que ha sido capital en el destino del mundo como sede de grandes imperios. Antes fue Bizancio, después Constantinopla, y siempre el lugar que ha escenificado el complejo y trágico encuentro entre Oriente y Occidente. La historia ha azotado a sus habitantes en distintos momentos con episodios de una enorme envergadura, y según sus distintas creencias y convicciones algunos los vivieron como caída y otros como conquista. Eso forma parte de su íntimo embrollo. El gran escritor turco Orhan Pamuk se sumergió en sus calles y en sus propios recuerdos para intentar atrapar su verdadera esencia tras la pérdida de su antiguo esplendor cuando desapareció el imperio otomano. “Todo empezó a envejecer lentamente allí donde estaba y a despoblarse”, escribe en Estambul, y la ciudad “se transformó en un lugar vacío, en blanco y negro, con una sola voz y una única lengua”. Pamuk habla de amargura, y apunta a una emoción que lo impregna todo: “La amargura, como la tristesse, es una palabra muy adecuada para referirse no a algo que afecta como una enfermedad a un solo individuo, sino a una cultura, a un entorno y a un sentimiento en los que viven inmersos millones de personas”.
6. Lesbos de Safo. La libertad es una isla
Poemas y testimonios. Safo.
En Lesbos vive refugiada la poesía desde hace milenios. Es la isla de Odiseas Elitis; allí se amaron Dafnis y Cloe y en sus costas enterraron la cabeza del mítico Orfeo, que llegó flotando después de que las mujeres de Tracia lo descuartizaran. De la ciudad de Antisa era Terpandro, y de Metimna, Arión, bardos semilegendarios. El esplendor llega con los cantores de la capital, Mitilene: Alceo y Safo, clásica viva como pocos, con su insuperable discurso franco, hondo y libre sobre eros. La bella Mitilene se desmarca del arquetipo de población egea: abunda en sobrias mansiones de estilo neoclásico y en iglesias armoniosas como San Terapio. Casi en el puerto está el hotel Grande Bretagne, que Maria-Mercè Marçal evoca en su novela La pasión según Renée Vivien: fue refugio de las amantes Natalie Barney y Vivien, cuya poesía confirma la potencialidad de la lírica de Safo como fermento creativo y vital: “Lesbos de orillas áureas, danos nuestra alma antigua”. Lesbos, triple recipiente de sueños utópicos, de anhelos y de rebeldías: los que entraña la poesía siempre, los de la lucha del homoerotismo femenino por alcanzar un lugar bajo el sol, y los deseos de vida libre y digna de los refugiados del siglo XXI. El Grande Bretagne, que alcanzamos a ver, ruinoso, en los noventa, con un bar en los bajos donde sonaba Paco de Lucía, se ha rehabilitado hoy como spa y centro de estética. Safo, que cantaba que el destino le tenía asignada la abrosyna (“el radiante deseo de sol y de belleza”), tiene una hermosa isla como patria, en la que, de noche, “el mar saca de sí su terciopelo”.
7. Trieste de Marisa Madieri . Memoria de refugiada
Verde agua. Marisa Madieri.
Una tarde la madre de Marisa Madieri (1938-1996) empeñó el abrigo en el Monte de Piedad. Luego llevó a su hija, adolescente, a comprarle una falda y un jersey de orlón color verde Nilo. Quería que venciera la vergüenza y acudiera a la fiesta de una compañera de bachillerato, hija de un magistrado. “Una chica sencilla y generosa que no me hacía sentir incómoda por la disparidad de nuestras situaciones económicas”, así la describe Madieri en Verde agua, título que procede de otro de los nombres que recibe el verde de aquel jersey (para ella, desde ese día, el “color del amor”). El libro es una luminosa mezcla de memoria y diario en el que cabe Europa entera a través de la vida de una mujer que, con nueve años, llegó a Trieste —puerto y frontera por antonomasia— como refugiada desde Croacia tras la Segunda Guerra Mundial. Sin tremendismo, los recuerdos se mezclan en sus páginas con la súbita aparición del cáncer que terminó matándola. Ni aun así flaqueó. “Hemos tenido nuestro verano”, le dijo antes de morir a su marido, el escritor Claudio Magris, que firma el posfacio a unas páginas que destilan humanidad.
8. Costa Azul de Françoise Sagan. Verano adolescente
Buenos días, tristeza. Françoise Sagan. Dieciocho años tenía la talentosa Françoise Sagan cuando, en 1954, publicó su primera novela, Buenos días, tristeza, llevada al cine por Otto Preminger cuatro años más tarde debido a su éxito internacional. En ella se hace patente su dominio del ritmo narrativo y la sensorialidad de una prosa de tintes claramente cinematográficos. La protagonista y narradora de la historia es Cécile, una joven de 17 años cuyas actitudes y ademanes podrían emparentarse con los de algún personaje de largometrajes de Éric Rohmer como Pauline en la playa o Cuento de verano, con la salvedad de que Sagan publicó su novela 30 años antes que la primera de estas películas. Cécile relata su intenso verano en la Costa Azul, cuyo espacio natural de pinares y calas rocosas bañadas por un sol intenso resulta idóneo para suscitar pasiones inesperadas entre los personajes. La acompañan su padre, Raymond, un viudo mujeriego cuya intención es pasar unas vacaciones tranquilas junto a Elsa, su amante, si bien la llegada de Anne, una amiga madura de la familia, lo tergiversa todo. Tras la aparente superficialidad de la psicología de los personajes se encuentra la mano firme de Sagan, que nos muestra la gran complejidad del deseo y los sentimientos humanos.
9. Barcelona de Eduardo Mendoza. Por las ramblas de Babilonia
La ciudad de los prodigios. Eduardo Mendoza.
Esta novela es lo más cerca que se ha estado, en castellano, de dar caza a la ballena blanca de la gran novela literaria de Barcelona, esa entelequia ya imposible. Llegó en el momento adecuado para consolidar a un autor, Eduardo Mendoza, inquieto, talentoso y escurridizo, y fijar la iconografía de una Barcelona vital, europeísta y siempre quijotesca, que estaba a punto de ser inmolada de admiración en el pebetero olímpico del 92. Publicada en 1986, las andanzas del arribista Onofre Bouvila, entre las exposiciones universales de 1888 y 1929, obtuvieron un impresionante éxito nacional e internacional, tanto de crítica como de lectores. Desde la memoria colectiva, sus páginas reconstruyen la Barcelona moderna, edificada a golpe de eventos culturales y deportivos y a través de personajes como Onofre, esa suerte de tipo espabilado que llega a Babilonia huyendo de la pobreza y atraído por la necesidad de aventura. El recién llegado queda atrapado por las luces de ciudad y entiende, pronto y bien, las leyes de la jungla, encuentra asideros y contactos y, merced tanto a su iniciativa de depredador como a la buena fortuna, consigue escalar hasta lo más alto en una sociedad que nunca le aceptará del todo. Una vieja historia que servía de espejo para el presente. CARLOS ZANÓN
10. Valencia de Rafael Chirbes. Del ‘mare nostrum’ a Marina d’Or
Crematorio. Rafael Chirbes.
Historia, paisaje, cuerpo. Superponemos vértices: Transición, Mediterráneo, Chirbes. La Transición, con el antecedente desarrollista, sustituye ideales por intereses económicos y cristaliza en un paisaje vulnerado. Se malbarata el recuerdo de una infancia en claroscuro: la dulzura del valenciano y el exilio a una Castilla fría. Aparece la luxación en la escritura de Chirbes: hedonismo y culpa, lucidez, palabras que forman parte de un concepto realista de la mediterraneidad frente al tópico del lugar-placer. Chirbes revela la trastienda del parque de atracciones. La trama de deformación de Crematorio (2007) aborda la ocasión perdida de construir un país digno, conservar la naturaleza, alcanzar la felicidad o escribir sin resentimiento. Los vértices de la novela acotan la superficie de un triángulo, el espacio mítico de Misent: una ingenuidad retrata cómo la riqueza del bancal —Mediterráneo interior— fue sustituida por la riqueza de la especulación inmobiliaria en los arenales. Cómo los ricos no fueron los ricos esperados. Cómo los perfiles de costa con sus urbanizaciones y su depredación del suelo simbolizan la avidez capitalista. Los nuevos ricos lo son y lo parecen en su exhibicionismo hortera. Pero la riqueza del bancal también tenía amos y, en su regreso al arrebatado edén, Chirbes no se permite la nostalgia: encuentra lo que ya estaba podrido antes del advenimiento de grúa y hormigón. Idiosincrasia y paisaje se pervierten, mutua e ininterrumpidamente, a la luz de la desigualdad económica. Blasco Ibáñez, el azahar, Zaplana, Marina D´Or. MARTA SANZ