El laberinto oscuro del insomnio
El 30% de la población no duerme bien. No logra conciliar el sueño o se despierta antes de lo deseado. O ambas cosas. La Organización Mundial de la Salud ha declarado la falta de sueño como epidemia. Afecta más a las mujeres, a los ancianos y a las personas con enfermedades psiquiátricas. Nadie o casi nadie ha encontrado una respuesta eficaz
Pablo Delcan
Si usted no conoce el insomnio, tampoco conoce el extranjero. Usted puede haber viajado a Suecia, a Dinamarca, a Canadá, a la selva amazónica, puede haber atravesado el desierto, cruzado cientos o miles de fronteras, quizá tenga en su pasaporte más sellos que tatuajes en su cuerpo un preso. Pero no ha estado en el extranjero porque el auténtico extranjero, como el verdadero infierno, no es un lugar físico, sino un estado del alma.
En el estado insomne, uno se vuelve extraño dentro de su domicilio y en el interior de su propio cuerpo.
Supongamos que se despierta usted inopinadamente a las tres de la madrugada. Jamás antes le había ocurrido, por lo que recibe la novedad con sorpresa. Tras dar un par de vueltas sobre el colchón con los ojos cerrados, para ver si cambiando de postura vuelve a coger el sueño (o el sueño vuelve a cogerle a usted), advierte que ha sido arrojado del descanso nocturno como Adán y Eva de los jardines del Edén.
¿Qué hacer?
Quizá salir de la cama. Entonces, al observar las puertas del armario empotrado del dormitorio a la tenue luz nocturna que se filtra a través de los visillos, comprobará con sorpresa que, sin dejar de ser el armario empotrado de su dormitorio, es al mismo tiempo un armario empotrado de otra dimensión diferente a la suya. No se atreverá a abrirlo porque no está seguro de que dentro de él estén sus camisas, sus trajes, sus zapatos.
Tal vez encuentre la ropa de otro. ¿De quién? Del que toma posesión de la casa mientras usted duerme.
¿Hablamos de un fantasma?
Quizá.
En las horas de la noche, las casas se pueblan de presencias invisibles a las que no les gusta tropezarse con usted. Si ellas permanecen ausentes durante nuestra vigilia, ¿por qué no desaparecemos nosotros durante la suya?, se preguntan.
Y bien, pongamos que, tras abandonar la cama, deambula usted por la vivienda.
Comprobará que lo hará con los gestos de un intruso (o de una intrusa). Véase a sí mismo (a sí misma) en pijama, o en ropa interior, o como quiera que se acueste, atravesando el pasillo en dirección a la cocina.
¿Por qué se mueve con ese sigilo? ¿Acaso es usted un ladrón (o una ladrona)? No, no es usted un ladrón, pero algo le dice que a esas horas la casa no le pertenece.
Pongamos que logra llegar a la nevera sin haber encendido ninguna luz (constituye una trasgresión prenderlas a esas horas de la noche), pongamos que la abre y que toma la botella de leche y que luego busca un vaso donde la vierte y que a continuación se lleva el vaso a la boca. Durante la realización de todos esos movimientos, percibirá que está utilizando un cuerpo que tampoco es el suyo, no del todo.
Se encuentra usted dentro de él, pero no está seguro de que le corresponda. ¿No será que se está bebiendo la leche para otro?
Extranjero, pues, en su casa, y extranjero en su cuerpo.
Pero si despertar en medio de la noche resulta extraño y turbador, dormir no lo es menos. Observen cómo se refiere al sueño el neurólogo Matthew Walker en su libro Por qué dormimos: “Imagina el nacimiento de tu primer hijo. En el hospital, la doctora entra en la habitación y te dice:
—Felicidades, es un bebé sano. Le hemos hecho todas las pruebas preliminares y todo parece estar bien.
La doctora sonríe tranquilizadoramente y comienza a avanzar hacia la puerta.
Sin embargo, antes de salir de la habitación se da la vuelta y dice:
—Solo hay una cosa: a partir de este momento y durante el resto de su vida, su hijo caerá de forma rutinaria y repetida en un estado de coma aparente, que a veces incluso se asemejará a la muerte.
Y mientras su cuerpo permanece inmóvil, a menudo su mente se llenará de aturdidoras y extrañas alucinaciones. Este estado consumirá un tercio de su vida y no tengo ni idea de por qué ocurre ni para qué sirve. ¡Buena suerte!
Dormir es raro, en fin (durante el sueño vemos imágenes que no reconocemos como fabricadas por nosotros, un poco al modo del que en la vigilia escucha voces intrusivas), pero lo hemos normalizado a través de siglos de evolución.
Aceptamos, pues, como naturales las aventuras psicóticas del sueño, su relato desquiciado, su sintaxis rota.
Pero a nosotros nos interesaba el insomnio, del que vamos a suponer que deviene crónico.