El espíritu navideño de Dickens persiste en las narraciones del siglo XXI
El mundo cambia, pero los libros, las películas y las series navideñas se transforman poco. Al menos, los que se venden a granel.
“Érase una vez —el año 2000, para ser exactos— un tiempo en el que las Navidades, Janucá y el Ramadán coincidieron en los mismos días. Los estantes de las tiendas se vaciaron de ingredientes para hacer dulces, los agentes de viajes hicieron horas extra para despachar billetes de vuelta a casa y se vendieron cantidades récord de juguetes y regalos. El mundo entero se llenó de felicitaciones cruzadas. En un abarrotado aeropuerto de Denver, Colorado, un grupo de extraños se dispone a abordar un avión sin sospechar que sus vidas van a cambiar, o que los milagros de esas vacaciones pueden suceder en cualquier sitio y a cualquiera, sin importar lo que celebren”.
Así comienza —en traducción mía, más o menos libre, del inglés— Three Holidays and a Wedding, de la escritora canadiense Uzma Jalaluddin, una de las apuestas comerciales más potentes de Penguin para el mercado del libro estadounidense, que cada año ofrece libros de género navideño como regalo de masas. La novela de Jalaluddin cuenta la amistad y el romance de un grupo de cristianos, judíos y musulmanes a los que una tormenta de nieve deja tirados en un hotel, donde se ven obligados a pasar las fiestas. El material promocional de la novela incluye un reclamo para los lectores de The Matzah Ball, un éxito navideño de 2021 escrito por Jean Meltzer que cuenta el terrible y ñoño secreto de Rachel Rubinstein-Goldblatt, una joven judía a la que le chifla la Navidad. Quienes se emocionaron con el cruce interreligioso de Meltzer gozarán con la amistad y el romance ecuménicos de Jalaluddin. O eso prometen los redactores de las fajas.
Estos pelotazos navideños rara vez cruzan el Atlántico, por lo que el público europeo es ajeno a este género que inauguró Charles Dickens en 1843 con su Cuento de Navidad (cuya talla literaria, de más está insistir, da varias vueltas galácticas al mejor de los libros contemporáneos: por eso ninguna ficción posterior le ha hecho sombra). Del fervor de campanillas y luces solo llegan las películas y los episodios temáticos de las series de moda, así como Mariah Carey, que suena en todas las tiendas. Sin embargo, la tradición narrativa navideña no se ha interrumpido nunca, disfruta de una grandísima popularidad y tiene su propio star system de escritores.
En ese sistema, Jalaluddin es a la vez uno de los ejemplos más atípicos y previsibles: musulmana, columnista vehemente del Toronto Star y representante de la generación de los hijos de los emigrantes que intentan conciliar la cultura de sus padres con la occidental en la que han crecido, es la autora perfecta para cuadrar el círculo de lo ecuménico. Porque la tendencia de la narrativa navideña actual no es perseguir a un público secularizado ni bajar el nivel de azúcar, sino arrastrar a los creyentes no cristianos hacia el espíritu de las navidades presentes y, sobre todo, futuras. Los Dickens de hoy no quieren redimir a Scrooge, sino al vecino islámico y al judío. Qué importa cómo lo llamemos, vienen a decir: todas las fiestas tienen luces y regalos para los niños. Celebremos, pues, juntos, y vayamos de la mano al centro comercial.
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Una imagen de la película ‘¡Que bello es vivir!’ (1946).
Este mercado literario se ha mantenido fiel a la cursilería de los villancicos más rancios, con unos diseños de portadas llenos de rojos, verdes y brillos (solo les falta venir envueltos en espumillón y luces) que no dejan lugar al equívoco. Es una tradición indiferente a los intentos del cine y de la televisión por gamberrear un poco el género. Ecuménica o cristiana, la historia siempre es la misma: el milagro de la Navidad resuelve los conflictos y ablanda el corazón de los duros.
La tradición de películas navideñas es tan antigua como el cine mismo y combina obras maestras como Qué bello es vivir a bodrios de usar y tirar. A mediados de los años 80 se renovó con notas de ironía e incluso cierto sarcasmo juguetón que el público celebró a placer: Gremlins, La jungla de cristal o la saga de Solo en casa llevaron la comedia, la acción, el terror y, sobre todo, el disparate gamberro, al milagrerismo navideño. Pero aquello fue una moda de su época que no ha llegado hasta el siglo XXI. Le pupille, una miniatura italiana de 2022 (dura 39 minutos) que pasa por ser una de las mejores películas de Navidad de todos los tiempos, según una lista de los críticos de The Guardian, es un cuento de Nochebuena en un orfanato de niñas en la Italia de posguerra, y contiene todos los tópicos sentimentales que se esperan de un clásico navideño. Este año tampoco se anuncian innovaciones, y todas las plataformas bombardean con producciones clónicas: comedias familiares con algún que otro guiño desenfadado o gamberrillo, pero que terminan siempre con el consabido milagro.
Como todo género tiene su parodia, persiste también una tradición de terror y gore navideño. Este año destaca Qué bello es morir, una transgresión cínica del cuento clásico pensada para Grinchs y Scrooges sin redimir y amantes de la casquería y los asesinos en serie. Esto, lejos de refutar la línea cursi oficial, la consolida: si lo ñoño no tuviera éxito, nadie sentiría la necesidad de burlarse de ello.
Las series de televisión, muy en especial las comedias, fueron las que mejor conservaron el espíritu de la narrativa navideña.
Los episodios ídem competían con los de acción de gracias como hitos especiales de cada temporada, y a menudo se emitían seguidos. Algunos de los capítulos más recordados de Friends (impagable el del Holiday Armadillo, muy en sintonía ecuménica con el libro de Jalaluddin citado al principio), Los Simpson, Frasier o The Office (también memorable el capítulo en el que la comisión de fiestas de la empresa monta una fiesta de Navidad de temática marroquí) transcurrían el día de Nochebuena.
Una caricatura de John Leech que ilustró pasajes de ‘Cuento de Navidad’ de Dickens.
La pérdida de la estacionalidad —ese consumo de series por atragantamiento y la costumbre de estrenar las temporadas de golpe, perdido el hábito del episodio semanal— ha arruinado esta tradición que mantenía el espíritu dickensiano, pero adaptado al tono y a la audiencia de cada serie, lo cual habría complacido al propio Dickens, siempre atento a los gustos de sus lectores. Era un reto para los guionistas de algunas de estas ficciones, ácidas e irónicas por naturaleza, encajar en el sentimentalismo kitsch sin traicionar el tono habitual de la narración. Fue allí donde los clichés del género se pusieron más veces a prueba, y donde mejor demostraron su vigencia: lo navideño sobrevive a todo y combina con cualquier cosa. Entre las pocas que persisten representando ese espíritu de bondad absoluta está Ted Lasso. Su creadora, Hannah Waddingham, ha producido Home for Christmas para Apple, con actores de su serie y todo el buen rollo y las sonrisas que la caracterizan: sin picante y con muchísimo turrón del blando.
La Navidad también sigue inspirando alta literatura. El escritor siciliano Giosuè Calaciura publicó en 2018 una de las actualizaciones más hermosas, emocionantes y logradas del Cuento de Navidad de Dickens. El tranvía de Navidad (Periférica) recoge todos los misterios y anhelos de estas fechas, sin descuidar la reflexión sobre la historia sagrada y el significado del nacimiento del niño, llevando el pesebre evangélico a un vagón de tranvía de una ciudad italiana.
Pero Calaciura no se promocionará como novela navideña en los grandes almacenes de Nueva York.
ni sus adaptaciones coparán marquesinas y pantallas de plataformas, porque su literatura va por otro camino y es ajena a carrillones y espectáculos de luces urbanas como los del alcalde de Vigo.
Ecuménica, milagrera y siempre cursi: el mundo cambia, pero los libros, las películas y las series navideñas cambian poco. Al menos, los que se venden a granel.