Domingo Cultural

´El efecto´: El amor en un ensayo clínico

Lucy Prebble muestra cómo los científicos pueden interferir involuntariamente en los resultados de sus estudios, en una función prieta, veloz, magnética y muy bien dialogada
  • Por: Javier Vallejo
  • 20 / Abril / 2025 -
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´El efecto´: El amor en un ensayo clínico

Itzan Escamilla Vy Elena Rivera, en una escena de El efecto, obra de Lucy Prebble dirigida por Juan Carlos Fisher.

Lucy Prebble, autora, es experta en abordar temas recios. Debutó a los 22 años con The Sugar Syndrome, comedia sobre los trastornos alimentarios en la adolescencia. En 2009 estrenó Enron, una sátira donde aborda el colapso de esta compañía energética, perita en malabarismos contables: hoy se estudia en la educación secundaria británica. En El efecto (2012), que se representa en los Teatros del Canal, Prebble habla sobre la proscripción social de ciertos estados de ánimo con los que antaño se convivía. En palabras suyas, esta pieza pone el foco sobre el uso de la farmacopea para atenuar la tristeza, la incertidumbre, la pena, la angustia y el agotamiento, efectos que se revertirían de manera más eficaz interviniendo sobre las circunstancias que los causan.

El efecto transcurre durante un ensayo clínico de primera fase, mientras se testan efectos adversos de un nuevo antidepresivo. Tristán y Connie, sus protagonistas, son dos sujetos experimentales voluntarios. A él, de 27 años, los investigadores le consideran como un profesional en esta clase de estudios, pues no es el primero al que se presenta para llegar a fin de mes: es alguien curioso, activo e irreflexivo. Ella, tres años mayor, es cauta y observadora. Respecto a Lorna y Toby, que dirigen la investigación, rondan los 50 años. Ella mantiene una distancia crítica con su trabajo, al que él parece entregado.

La actuación de Elena Rivera e Itzan Escamilla, entregados en alma y cuerpo a sus papeles, despierta una simpatía palpable

Como Eugene O´Neill en Una luna para los desdichados, Prebble entrelaza el tema de fondo con una historia de amor enérgica. Tristán pronto flirtea con Connie: parecen antagónicos pero deben de tener sistemas inmunes complementarios, por la atracción que ejercen el uno sobre el otro. Una parte sustancial de esta función es el juego que se traen ambos, y la organicidad de sus intérpretes, Elena Rivera e Itzan Escamilla, entregados en alma y cuerpo a sus papeles. Resultan muy ciertos el baile con el que Tristán se aproxima a Connie y la envuelve, y el modo en el que unen sus órbitas. La comodidad con la que se produce su trabajo, muy físico siempre, denota que la dirección de Juan Carlos Fisher ha propiciado que Escamilla y Rivera se rocen sin aristas. Su actuación despierta una simpatía palpable.

Tras unos compases primeros en los que la autora se centra en poner información en boca de sus personajes, la función se entona. Prebble discierne con buen criterio qué datos deben compartir sus criaturas con el público y en qué momento deben hacerlo: es mañosa en su manejo de la carpintería, pero nunca lleva las cosas fuera de lo creíble. Respecto a la pareja madura, encarnada con determinación fervorosa por Alicia Borrachero y Fran Perea, pronto dobla el papel de la pareja joven: entre ellos hubo una relación sentimental profunda, años atrás. Se produce una simetría, pues, entre los sujetos clínicos y los investigadores.

Sutilmente, Prebble señala cómo la intervención de los científicos influye en los estudios clínicos cuando estos no son de doble ciego, es decir, cuando la parte contratante conoce quién recibe el fármaco y quién recibe un placebo, y cómo el afán de llevar tales estudios a término puede desembocar en resultados fraudulentos. El público obligó a los actores a salir a saludar cuatro veces; en la última, buena parte se puso en pie. A la salida, la obra era el tema de conversación generalizado.

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