El rockero que quiso ser mesías
Stephan Talty firma un impávido retrato de David Koresh, el líder de los davidianos, que se une a los libros clásicos sobre Charles Manson, Jim Jones y otros cabecillas de sectas apocalípticas
Fue una matanza a la vista de todo el planeta. Durante el asedio del reducto de los davidianos en Waco (Texas), a principios de 1993, llegaron unos 1.000 periodistas, incluyendo equipos de televisión.
Aun así, todavía se discute sobre las causas del incendio que, el 19 de abril, concluyó con la muerte de la mayoría de los sitiados en el recinto de Mount Carmel.
No era el propósito de los sitiadores, conscientes de la presencia de muchos niños: se utilizó gas lacrimógeno, esperando que salieran.
Stephan Talty, que ha escuchado horas de grabaciones de ambas partes, argumenta que al menos algunos de los fuegos fueron provocados desde el interior, por fanáticos que luego se dispararon entre sí.
En Koresh, Talty recoge las enseñanzas narrativas de La canción del verdugo, de Norman Mailer. Estadounidense de origen irlandés, tiene la suficiente perspectiva para destacar las particularidades de David Koresh, una anomalía incluso en un territorio tan hiperindividualista como Texas.
Más de la sección
SU VIDA
Sobrevivió a una infancia cruel para convertirse en guitarrista de rock, con devoción por Eric Clapton, Steve Vai o Ted Nugent. Sin embargo, resolvió que era más rentable el negocio de la religión: astuto y carismático, tomó el control de los Branch Davidians, una derivación cismática de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Disfrutaba de una economía saneada y tenía derecho de pernada sobre las hembras de la congregación, incluyendo menores de edad. Sus planes libidinosos abarcaban a Madonna; pretendía seducir a la cantante para luego redimirla.
Pero lo que inquietó a las autoridades fue la acumulación de armas. Como millones de estadounidenses, los davidianos creían que el fin del mundo vendría precedido por una batalla literal en Israel entre los creyentes y los ejércitos del mal.
El plan de trasladarse allí chocó con la negativa del estado judío, que dispone de un protocolo contra los afectados por el "síndrome de Jerusalén", cristianos que llegan a Tierra Santa y, embriagados por la experiencia, se creen (y se proclaman) mesías. Koresh decretó entonces que el Armagedón ocurriría en los propios Estados Unidos.
- Sus fieles eran sometidos a entrenamiento militar y sesiones de cine bélico. Acudían además a las ferias de armas para vender equipamiento castrense y una línea de ropa confeccionada por las mujeres de Waco, David Koresh Survival Gear. Frente a su escalada, las denuncias de Marc Breault, un seguidor decepcionado. Y las sospechas de un repartidor de UPS, alarmado ante las entregas de armas largas y material para elaborar granadas.
El caso Koresh terminó bajo la responsabilidad de la AFT, la oficina federal que supervisa el cumplimiento de las leyes sobre alcohol, tabaco, armas de fuego y explosivos. La AFT tenía fama de violenta pero carecía de perspicacia.
Sus carencias se hicieron evidentes en 1993: podían haber detenido a Koresh cuando se movía por las calles de Waco pero optaron por un "asalto dinámico", un ataque a la carga contra el complejo de los davidianos. Estos, ya prevenidos, tenían mayor potencia de fuego y pararon la embestida. Murieron seis davidianos y cuatro federales.
El FBI se hizo cargo del problema y tampoco se lució. Hubo alta tensión entre el equipo de negociadores y los grupos de intervención: sus jefes querían acortar la espera, alegando que sus hombres tenían compromisos de entrenamiento.
En el impasse, se nombró a Janet Reno como fiscal general y, a pesar de las reticencias del presidente Clinton, esta aceptó que los encerrados fueran gaseados: era muy belicosa contra el abuso infantil.
Dado el brutal desenlace —76 víctimas, de las que 28 eran niños— asombra que la derecha insurgente no haya aprovechado más la tragedia de Waco. Puede que David Koresh encaje mal en su tipo del héroe: no era un supremacista racial, rechazaba la xenofobia y, como se ha explicado, ejercía como depredador sexual. Pero sí hubo alguien que decidió vengarle. Timothy McVeigh, antiguo soldado, acudió a Waco durante el asedio para afirmar el derecho de cada ciudadano a poseer armas. Cuando se cumplían dos años exactos de la masacre, hizo estallar un bomba de 2.200 kilos en un edificio de Oklahoma City donde se alojaban las delegaciones de la AFT y otras agencias federales. Murieron 168 personas, incluyendo a muchos de los niños de una guardería.