Anne Boyer: “El mundo entero está catastróficamente enfermo”
Ganadora del Premio Pulitzer por su libro ‘Desmorir’, construyó una historia cultural y personal del cáncer a partir de su experiencia
Anne Boyer, poeta y ensayista estadounidense.
Cuando empezó a recibir felicitaciones en su móvil cuenta que pensó que era un error. Estaba impartiendo su clase de filosofía, literatura y escritura a los alumnos de Kansas City Art Institute, y ríe al recordar su preocupación por cómo tendría que aclarar el malentendido y contestar que “se habían confundido de Anne”. Pero no, resultó que era ella Anne Boyer (Topeka, Kansas, 46 años) quien se alzó con el Pulitzer de no ficción la pasada primavera. A esta poeta y ensayista le había ido la vida, en más de un sentido, con ese libro premiado, Desmorir (Sexto Piso), un ensayo en el que abordó el agresivo cáncer de mama que padeció. En esas páginas construyó una historia literaria, cultural y social de la enfermedad, resistiendo con conmovedora fuerza “el miedo a convertir el dolor en un producto”.
Hace cinco años y medio que Boyer terminó el tratamiento, pero hoy ve cómo el mundo entero en plena pandemia está pasando por algo que guarda ciertas similitudes con lo que ella pasó. “Todos padecen de ese miedo, ansiedad, negación, y esos periodos de demencia, en los que intentas enfocarte en cualquier otra realidad que no sea la que tienes que afrontar. Han empezado a vivir como nosotros, los pacientes de cáncer; como si el mundo entero estuviera catastróficamente enfermo”, dice desde Kansas City donde está de sabático.
Mientras estuvo enferma nunca dejó de trabajar, de pagar facturas de criar a su hija, pero dice que cuando todo pasó resultó difícil readaptarse. “Cuando tienes cáncer todo está en alta definición y vives con intensidad la lucha por cada día. Cuando todo no es a vida o muerte, aunque tengas secuelas del tratamiento no es nada épico, solo te sientes cansada. Había algo especial en todo lo que rodeaba la enfermedad que se termina al volver a la vida”.
El libro empezó cuando le dieron el diagnóstico porque ella anota desde siempre todo en sus diarios. “Luego reunirlo parecía interminable e imposible, poco inspirador. Los problemas crónicos de salud que desarrollé y las dificultades cognitivas, la adaptación a la nueva manera en que era vista, me hacían pensar que no iba a terminarlo”. Le costó. “Condensé y apreté las palabras y el proceso de encontrar esa forma para el libro casi hizo soportable enfrentarme al tema”. Dice que comprende perfectamente a quienes, ante una enfermedad grave, optan por ponerse un chándal, tomar un valium y colocarse frente al televisor mientras están con el tratamiento. “Es algo muy razonable, pero mi carácter me lleva a meter la cabeza en las fauces del león”, asegura. En la estantería que tiene detrás hay una figura de cerámica de un tigre como si rugiera. Recuerdo de una almoneda.
En las primeras páginas de Desmorir hace un repaso por una serie de escritoras que han tratado el cáncer: Alice James, Audre Lorde, Rachel Carson, Susan Sontag, Kathy Acker, Fanny Burney, Jacqueline Susann, Ellen Leopold, Eve Sedgwick. “Tuve que aceptar que padecía una enfermedad con género, pero me resistía. Sin embargo, yo era esa mujer lo quisiera o no”, afirma. “Mirar lo que estas escritoras brillantes habían hecho era muy importante. Luego investigué y llegué a Elio Aristedes”. El sofista griego y el poeta John Donne acompañan a Boyer, como también Virginia Woolf.
Escribe que “bajo el barniz de una salud perfecta estábamos enfermos y totalmente sanos en un mundo enfermizo”. Las condiciones socioeconómicas no son ajenas al análisis y la poesía de su libro. “Ves esta distribución de la riqueza e incluso que los que forman parte de la clase media sienten que el mundo tiembla bajo sus pies, y todo esto crea un paisaje común. Ahí estamos tratando de ser felices, haciendo ejercicio compulsivo, o lo que sea, y por debajo está este universo de cosas venenosas que compartimos”.