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Visión de Anáhuac
El ideal que es siempre aspiración que no se agota porque se transforma en cuento se aproxima
La historia es tan cíclica como los empeños del hombre por dominar a otros y de éstos por no dejarse dominar o librarse de las ataduras que les impiden desarrollar plenamente sus facultades para alcanzar el pleno potencial en el logro de sus metas en los tres grandes campos se la cultura humana: arte, ciencia y moral. Están por cumplirse cinco siglos de la conquista y colonización de lo que llegó a ser la nación más rica y prospera vista por la humanidad, cuyos caudales encumbraron al reino de España.
500 años después, las circunstancias no han variado y, nuevamente, el pueblo debe ir en pos de aquello que sus enemigos, aliados con los hombres barbados, les han arrebatado. Una idea precisa de este vieja y nueva realidad, la expresó ese gran hombre de letras que fue don Alfonso Reyes en su ensayo Visión de Anáhuac, escrito en Madrid, España, en 1915. El texto, considerado un paradigma de la mejor prosa del autor, se aleja de los sentimentalismos y reactualiza el pasado de la cultura con los ojos en el futuro.
En el capítulo IV, como una especie de conclusión, dice: “Cualquiera que sea la doctrina histórica que se profese (y no soy de los que sueñan en perpetuaciones absurdas de la tradición indígena, y ni siquiera fío demasiado en perpetuaciones de la española), nos une con la raza de ayer, sin hablar de sangres, la comunidad del esfuerzo por domeñar nuestra naturaleza brava y fragosa; esfuerzo que es la base bruta de la historia. Nos une también la comunidad, mucho más profunda, de la emoción cotidiana ante el mismo objeto natural”. El último libro del que esto escribe, Vitrales de Nuestra Señora de Guadalupe en Reynosa, sitúa con sólidos argumentos, esa emoción de la naciente nación en la Virgen.
Alfonso Reyes, quien falleciera en la Ciudad de México, el 27 de diciembre de 1959, hoy hace exactamente 60 años, llegó a ser considerarlo ‘el mejor prosista de lengua española en cualquier época’ por Jorge Luis Borges, que de esos sabía un resto. Su obra abarcó prácticamente todos los géneros e hizo escuela en varias ramas de la literatura, la filosofía y la historia, señalando nuevos caminos para llegar al conocimiento. No alcanzó el Nobel; pero, fue distinguido con el doctorado honoris causa por las universidades Princieton de Nueva Jersey, la Sorbona, de Paris, Francia y de California en Berkeley.
Al final de Visión de Anáhuac, expresa: “El choque de la sensibilidad con el mismo mundo labra, engendra un alma común. Pero cuando no se aceptara lo uno ni lo otro —ni la obra de la acción común, ni la obra de la contemplación común—, convéngase en que la emoción histórica es parte de la vida actual, y, sin su fulgor, nuestros valles y nuestras montañas serían como un teatro sin luz. El poeta ve, al reverberar de la luna en la nieve de los volcanes, recortarse sobre el cielo el espectro de Doña Marina, acosada por la sombra del Flechador de Estrellas; o sueña con el hacha de cobre en cuyo filo descansa el cielo; o piensa que escucha, en el descampado, el llanto funesto de los mellizos que la diosa vestida de blanco lleva a las espaldas: no le neguemos la evocación, no desperdiciemos la leyenda. Si esa tradición nos fuere ajena, está como quiera en nuestras manos, y sólo nosotros disponemos de ella. No renunciaremos —oh Keats— a ningún objeto de belleza, engendrador de eternos goces”. No renunciar.
No renunciar es la propuesta de Reyes, como la de otros tantos pensadores y poetas que han entendido la visión del Anáhuac con toda su grandeza. No cejar un ápice en el empeño de limpiar la imagen de este país que tanto ha dado al mundo en lo material y en lo espiritual, para volver al esplendor de los mejores tiempos, cuando México era el referente de todo lo bello, lo noble y lo grandioso. Reyes ofrece la clave del reencuentro cuando cita en su ensayo al grandioso poema náhuatl Ninoyolnonotza:
“Me reconcentro a meditar profundamente dónde poder recoger algunas bellas y fragantes flores. ¿A quién preguntar? Imaginaos que interrogo al brillante pájaro zumbador, trémula esmeralda; imaginaos que interrogo a la amarilla mariposa: ellos me dirán que saben dónde se producen las bellas y fragantes flores, si quiero recogerlas aquí en los bosques de laurel, donde habita el Tzinitzcán, o si quiero tomarlas en la verde selva donde mora el Tlauquechol. Allí se las puede cortar brillantes de rocío; allí llegan a su desarrollo perfecto. Tal vez podré verlas, si es que han aparecido ya; ponerlas en mis haldas, y saludar con ellas a los niños y alegrar a los nobles”.
Con la cita habla el erudito de la meditación concentrada, melancólica delectación, fantaseo largo y voluptuoso, donde los sabores del sentido se van trasmutando en aspiración ideal. El ideal que es siempre aspiración que no se agota porque se transforma en cuento se aproxima.
Es un constante bregar desde el principio de los tiempos para hacer espacio a la nueva, en que se agoten los males y empiece la fiesta de la unidad, de la comunión, del bien general.
Los tiempos de otra transformación que lleve a los valores del principio, como cuando Reyes, aseguraba que: “La era histórica en que llegan los conquistadores a México procedía precisamente de la lluvia de flores que cayó sobre las cabezas de los hombres al finalizar el cuarto sol cosmogónico”.