Editoriales

Iras santas

  • Por: FORTINO CISNEROS CALZADA
  • 13 JULIO 2017
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Iras santas

Solamente José Santos Chocano pudo decir, de frente y mirándole a los ojos, a Villa: “México tiene dos hombres para la salvación de todos los mexicanos y para ejemplo de otros países de América: uno es usted, señor general; el otro es Venustiano Carranza. Usted lleva la acción de las armas, será el máximo triunfador de nuestra revolución. Venustiano Carranza lleva la acción de la política, él será el reformador, él será el nuevo Benito Juárez. Por eso creo que no pueden ustedes separarse¨, y vivir para contarlo.

Ya tenía tiempo el vate peruano, reconocido como el Poeta de América, de acompañar al general Francisco Villa, jefe de la poderosa División de Norte, en sus correrías, luego de haberse conocido en San Luis Potosí. Santos Chocano estuvo siempre insuflado de un espíritu revolucionario. Nació en Santiago de Lima, Perú, en 1875; a los 20 años ya había sido encarcelado por sus actividades subversivas. En la cárcel inicia sus primer libro de poemas con el título Iras santas, en cuyo prólogo se lee: “Al revés de muchos poetas que se inician cantando el amor ó quejándose de la vida, José Santos Chocano apareció fulminando himnos batalladores y revolucionarios. Si en sus primeras composiciones figura el amor, es incidentalmente; si vibra el lamento, no es por los males de la vida, sino por la miseria social y las iniquidades políticas”. Así era el poeta.

Iras Santas no pertenece á ese género vulgar y patriotero que por más de medio siglo reaparecía desde la derrota de San Juan y Miraflores y tiene su florescencia periódica y morbosa al aproximarse el 13 de enero. Los versos de Chocano traen a la memoria los Yambos de Barbier, los Castigos de Víctor Hugo y los buenos pasajes de Quevedo en sus embestidas al conde duque de Olivares. Ahí no asoman las ironías agridulces, ni rastrean las alusiones solapadas: se ve la acometida leal y sin argucias, se oye el mandoble propinado con la visera levantada. Se halla lejos del clásico poeta satírico, del Homero cortesano que, en vez de execrar los vicios y los crímenes de los grandes, se divertía en rasguñar con alfileres la piel de los malos copleros, de los maridos condescendientes, de las viejas entrometidas y de los escribanos rapaces. Es la poesía de cóleras y odios, de imprecaciones y diatribas: Chocano la maneja como nadie en el Perú y muy pocos en América. 

Un alma inquieta que hizo versos, prosa, política y diplomacia; que concito simpatías enormes y odios profundos por expresas siempre su verdad. Quizá por ello, el 13 de diciembre de 1934, de pasó por Santiago de Chile, fue asesinado en un tranvía por manos criminales, intolerantes y sanguinarias, que buscaban acallar una voz que iba por todos los rumbos de la geografía americana predicando con voz sonora la justicia.

Narran las crónicas que: “A las 5 de la tarde, era asesinado en un tranvía de Santiago de Chile José Santos Chocano. Un loco, Manuel Bruce Padilla, le hundió dos veces en el pecho una filosa cuchilla Solingen. Pero, ¿quién era Chocano? Nada menos que el poeta de América Latina, de agitada vida errante, que acometió la obsesión de cantar épicamente episodios de nuestra historia indo-hispana. Chocano fue el primer escritor de su país en hacer oír su voz, de 1906 a 1925, en un ámbito continental, incluso en España. Precisamente Alma América, su obra culminante, fue editada en Madrid, hasta el punto de advertir en su inicio: “Téngase por no escritos cuantos libros de poesía aparecieron antes con mi nombre”. 

En sus versos es indudable, por traslucida, la influencia del otro poeta rebelde, éste del Anáhuac:  Salvador Díaz Mirón; en ambos, la poesía se articula a partir de dos ejes centrales: una profunda egolatría y el tratamiento preferente de temas alusivos al continente, siempre en permanente lucha en contra del despotismo. 

De la mayor trascendencia fue la disputa de José Santos Chocano con el maestro de América, José Vasconcelos, quien publicara en El Universal un artículo denominado “Poetas y bufones” refiriéndose a Chocano y a Leopoldo Lugones. Santos le respondió con otro artículo con el título de “Apóstoles y farsantes”. A raíz de eso, Edwin Elmore (seguidor de Vasconcelos), se abalanzó sobre Chocano y le agredió a puñetazos. El poeta hizo un disparo de revólver sobre su agresor, quien recibió una herida en el vientre, mortal de necesidad. 

Así eran aquellos hombres y aquellos tiempos.


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