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En cada hijo te dio
Que fácil es humillar un oficio de honor sin haber hablado con los hijos de las víctimas, los esposos y esposas...
Yo no soy ningún crítico de cine, ni de series de televisión. No me vaya a tomar por uno de ellos, los auténticos, pues, o vaya usted a pensar que quiero suplantarles en un oficio del que soy un neófito confeso. Quizá ni para juzgar una telenovela tendría las herramientas ni el lenguaje remotamente adecuado.
Así entonces, mi punto de vista es el de un simple mortal, neutralmente iletrado en la validación estética o artística de cuanta propuesta aparece en streaming, en televisión abierta o en las salas de cine.
Lo que si puedo decirle a pesar de no saber nada de la materia, es que nuestros supuestos genios creativos han confundido soezmente la propuesta valiente, audaz e intelectual, por la trivialización del crimen, la muerte, la delincuencia organizada y, acaso lo más grave, la ridiculización de nuestras fuerzas del orden.
Hemos hecho una constante el denostar al ejército, a la policía, la marina y los órganos judiciales. Hemos hecho burla de nuestros investigadores y hemos ensalsado a los criminales que los cohechan, los intimidan, los engañan y los dejan siempre como unos incompetentes, unos viles y serviles siervos sin voluntad, dignidad ni honor.
No sé si nuestros productores, directores y protagonistas histriónicos hayan alguna vez tomado en sus manos un libro de historia militar, el contenido completo de nuestro himno nacional, la Constitución de la República, el significado de la Dragona o los versos del juramento a la patria de un cadete al momento de graduarse.
No sé si ellos, que audazmente disfrazan de payasos a quienes diariamente ponen su vida e integridad en la línea de fuego como sacrificio a la seguridad de usted, la mía y la de todos esos creativos del séptimo, octavo o noveno arte, reparan en la afrenta y en la sólida contribución a una cultura de la posverdad en la que ya nadie parece respetar, valorar, aquilatar, el enorme sacrificio que implica calzarse un uniforme, una insignia y en nombre de una nación, salir a jugarse el pellejo diariamente por una patria que les ha dado la espalda, que les ha descartado del altar de lo importante.
Que fácil es humillar un oficio de honor sin haber hablado con los hijos de las víctimas, los esposos y esposas, las madres y los padres que han acudido al entierro de los despojos de un soldado, un sargento, un coronel, que fue destripado o ametrallado por un cretino después de haber traficado con niñas, con drogas que aniquilan la juventud, con el terror del secuestro...
¿Qué no se enteran? ¿No asumen responsabilidad en el despropósito de lo que hacen? El arrastre en cada programa, cada capítulo, cada filme es brutal a la hora de machacar la insignificancia y la caricatura de hombres y mujeres a quienes les hemos arrebatado el valor social y el reconocimiento colectivo en aras de glorificar a los que trafican, que asesinan, que vejan mujeres, que roban niños, que lucran con la espiral de deterioro de una sociedad que por pose y novedad trata de destruir cualquier valor conocido tomando orgullo de su aniquilación sin darse cuenta que es, precisamente ella, la que se aniquila.
Así es que ya lo sabe, póngase cómodo, seleccione su serie favorita, y acompañado de muchas palomitas de maíz y refresco de cola, contemple cómo ante sus ojos se destruye uno de los últimos resquicios de nuestra dignidad nacional, mancillando el uniforme verde olivo, con su complicidad como espectador o su desgracia como parte de la masa manipulada por una caterva de ignorantes que cree que haciendo daño al bastión de la nación -a la figura del soldado que en cada hijo se dio a la Patria-, se consolida como artista de cine, como creador de una mierda que solamente contribuye a nuestra perdición.