Editoriales

El nada discreto encanto de los extremistas

  • Por: GABRIEL GUERRA CASTELLANOS
  • 19 SEPTIEMBRE 2016
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El nada discreto encanto de los extremistas

En su famosa y sensacional película El Discreto Encanto de la Burguesía, Luis Buñuel retrata en su particular estilo la paradoja de las clases medias altas: no son los dueños del poder, pero detentan muchos de sus artificios. No son la fuente de la riqueza, pero se aprovechan de su derrama. Y sí, son los autores principales de las normas de conducta, de las modas, de las ideas del día. Sin burgueses no hay ocio, sin ocio no hay creatividad. Sin creatividad no hay nada que no sea automatización, repetición interminable, dogma…

Hago referencia a la película a la que aludo en el título de este texto por varias razones: 1- Me encantó 2- Es una obra maestra del surrealismo 3- Creo que hay que darle crédito incluso a aquellas cosas que tomamos como inspiración, aunque no las citemos textualmente. Es un asunto de decencia elemental, de la conciencia social que proviene de los grandes, medianos y pequeños burgueses que creemos, aún, en la propiedad privada y sobre todo en la propiedad intelectual. Sé que no todos comparten esa creencia, incluidos algunos intelectuales, pero ese es otro tema. Importante, sí, pero no es el que me ocupa hoy.

A diferencia de la pequeña o gran burguesía, que se preocupa por las formas, los modos, y las pequeñeces arriba mencionadas, hay una nueva clase social que se apropia día con día del escenario, del debate, del temario. No los distingue necesariamente su situación económica. Pueden ser ricos, pobres, clase medieros. Pueden pertenecer a lo que Marx (quien si los viera se revolcaría en su tumba) llamaba el proletariado. Pueden ser campesinos de primer o tercer mundo (¿alguien sabe donde se quedó el segundo mundo?) o pueden ser multimillonarios. El dinero y la posición social son lo de menos, lo que tienen en común es su desprecio por los matices, su creencia casi fanática en sus posturas, su alejamiento de la lógica, del sentido común y, lo más grave, de los expertos, los conocedores, los científicos.

Sus creencias y convicciones cubren una gama tan amplia como implausible. Son los convencidos de las conspiraciones internacionales. Los negadores del Holocausto. Los que sostienen que una religión es la salvación y otra distinta la condena, los que no se imaginan que su Dios pueda ser incluyente y misericordioso con los que son o piensan diferente. Los acompañan quienes opinan que los pobres lo son por gusto o flojera, que los campesinos prefieren morir de hambre que prosperar, que los maestros rurales son vividores, que todos los que opinan, marchan, o votan a favor de ideas distintas a las suyas son tontos, corruptores o corrompidos. 

Son, queridos lectores, los que viven en los extremos. En la derecha o la izquierda, en el catolicismo o el Islam intransigente, en la negación de la ciencia o la obsesión por ella. Y, como suele suceder no solo en la política, los extremos se tocan. Creen que la Tierra es plana y no se dan cuenta de que, siendo redonda, quien se va hasta la derecha más lejana se topa con la izquierda radical, que quien al exaltarla niega en la practica la doctrina de su religión se encuentra con el fanático del otro lado.

Yo le tengo miedo a pocas cosas, pero estos me dan mucho, mucho miedo. Son irracionales, discriminan, son violentos física o verbalmente, niegan lo evidente y se obsesionan por lo imposible, lo inasible.

Están en todos lados, y su atractivo radica en lo simplista de su discurso, en su habilidad para pintar todo de blanco o negro, bueno o malo. No dan lugar a los puntos medios, a la conversación civilizada, a los puntos de encuentro o de conciliación, de reconciliación.

En la película de Buñuel, los personajes se reúnen una y otra vez para cenar, y nunca lo logran. Los extremistas, por el contrario, optan por atragantarse con comida y conceptos rápidos, que solo los indigestan.

Cuidado con ellos.

@gabrielguerrac

Gabriel Guerra Castellanos

www.gabrielguerracastellanos.com


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