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El poder moral
No fueron pocos quienes se cuestionaron sobre la importancia de la visita del Papa Francisco a Iraq en circunstancias tan adversas y dramáticas. Apenas el 15 de febrero se informó de la caída de varios misiles en la capital del Kurdistán iraquí, Erbil, según informaron las autoridades de esta región. Luego, en represalia, los Estados Unidos llevaron a cabo un bombardeo. De hecho, este país no ha tenido un momento de paz en lo que va del siglo y se ha convertido en el centro de las luchas geopolíticas.
Entonces, ¿por qué ir a meterse en la cueva del lobo? Las razones de Francisco son de mucho peso y tienen que ver con su profundo sentido humano. Va como un hombre de paz en busca de reconciliación, sí; pero, también lleva consigo los ojos del mundo para desenmascarar a los poderosos intereses que han convertido a ese país en una cancha brutal en la que se dirimen asuntos de dominio y de tanto por ciento. Va el Papa en pos de la verdad, que tendrá que salir a la luz de entre las tenebrosas telarañas.
Quizá ayer fue más cierto que nunca, que el corazón detiene las balas. Al pisar el Papa Francisco el suelo de Iraq, la antigua Mesopotamia donde inició la civilización con la escritura, fue enterado del anuncio de la milicia chiíta Los Guardianes de la Sangre, de que habría de suspender totalmente sus operaciones militares durante la visita del sumo pontífice a su país, tan castigado por los conflictos bélicos de diversas procedencia y tesitura, que ahí se dirimen con el fuego atizado por las potencias.
Reconocieron la calidad moral del visitante al señalar: "Damos la bienvenida a la visita del papa del Vaticano a Iraq y anunciamos la suspensión de todos los actos militares durante la visita como respeto al Sr. Ali al-Sistani y para expresar nuestra hospitalidad. Le decimos al honorable hombre que deseamos que su visita llegara cuando las mujeres yazidi y las cristianas estaban cautivas, cuando la tercera parte de Iraq cayó en manos de ISIS, eso habría sido más afectivo para nuestros corazones".
Precisamente, el Papa tiene programado visitar este sábado al líder chiíta más influyente de Iraq, el gran ayatolá Ali al-Sistan, quien a sus 90 años, es el decano de los clérigos en Iraq y el máximo referente espiritual de los chiitas en el mundo. De él dijo El País: "El peso de sus opiniones entre los chiítas iraquíes (casi dos tercios de la población), lo ha convertido en un referente clave en el intento de transformar Iraq de una dictadura en una democracia tras la invasión estadounidense del año 2003".
Para los iraquíes, el Santo Padre llegó como peregrino y portador de paz y esperanza, con la fuerza moral necesaria para destrabar los conflictos que no han cesado desde que las tropas de EU llevaron a cabo la invasión de este país con el fin, según declaró el presidente George W. Bush, de desmantelar armas de destrucción masiva (que nunca se encontraron y cuya existencia no quedó demostrada), así como poner fin al apoyo brindado por Saddam Hussein al terrorismo y lograr la libertad de su pueblo".
Durante la primera jornada, el Papa fue recibido en Bagdad por el Primer Ministro. Luego se reunió con el Presidente de la República y dirigió un contundente discurso a las autoridades civiles y al Cuerpo Diplomático. Por la tarde, Francisco sostuvo un encuentro con el personal consagrado de Iraq en la Catedral de Nuestra Señora de la Salvación, hace una década escenario de un sangriento atentado, hoy lugar de esperanza y de reconciliación, según exhortación del Sucesor de Pedro a los presentes.
Con su estilo llano y certero, dijo que: "Basta de extremismos, facciones e intolerancias, en la cuna de la civilización, la diversidad cultural y étnica iraquí es un recurso para aprovechar, no un obstáculo a eliminar". Animó a su minoría cristiana a profundizar el diálogo con los musulmanes. Luego agregó que: "Es indispensable asegurar la participación de todos los grupos políticos, sociales y religiosos, y garantizar los derechos fundamentales de los ciudadanos". Palabras que fueron como rocío matutino.
Igual cuando dijo: "Las diferentes Iglesias presentes en Iraq, cada una con su ancestral patrimonio histórico, litúrgico y espiritual, son como muchos hilos particulares de colores que, trenzados juntos, componen una alfombra única y bellísima, que no sólo atestigua nuestra fraternidad, sino que remite también a su fuente. Porque Dios mismo es el artista que ha ideado esta alfombra, que la teje con paciencia y la remienda con cuidado, queriendo que estemos entre nosotros siempre bien unidos, como sus hijos e hijas", dando un sentido poético a sus palabras para ilustrar el prodigio de la urdimbre humana.
Hizo recordar las palabras de Jesús en la cruz, cuando dijo al pueblo iraquí reunido en la ceremonia: "Sean particularmente cercanos a sus sacerdotes. Que no los vean como administradores o directores, sino como padres, preocupados por el bien de sus hijos, dispuestos a ofrecerles apoyo y ánimo con el corazón abierto. Acompáñenlos con su oración, con su tiempo, con su paciencia, valorando su trabajo e impulsando su crecimiento. De este modo serán para sus sacerdotes signo visible de Jesús, el Buen Pastor que conoce sus ovejas y da la vida por ellas".
Luego, dirigiéndose al clero iraquí lo conminó a que: "No se alejen del santo pueblo de Dios, en el que nacieron. No se olviden de sus madres y de sus abuelas, que los han amamantado en la fe, como diría san Pablo. Sean pastores, servidores del pueblo y no administradores públicos. Siempre con el pueblo de Dios, nunca separados como si fueran una clase privilegiada".
Recordando que está en una tierra ensangrentada por las luchas fratricidas estimuladas por intereses que nada tienen que ver con Iraq, expresó: "Mañana, en Ur, encontraré a los líderes de las tradiciones religiosas presentes en este país, para proclamar una vez más nuestra convicción de que la religión debe servir a la causa de la paz y de la unidad entre todos los hijos de Dios". Recalcando su convicción.
No podía dejar de referirse a los jóvenes y los ancianos en el discurso de llegada. Dijo: "Los jóvenes son vuestro tesoro y hay que cuidarlo, alimentando sus sueños, acompañándolos en el camino y reforzando su esperanza. Ellos, junto con los ancianos, son la punta del diamante del país, los mejores frutos del árbol. Depende de nosotros cultivarlos para el bien e infundirles esperanza".
Por los ojos del Papa, se conocerá la verdad; por su fuerza moral, la razón.