El general sí tiene quien le escriba
Como si se tratara de un presagio donde los signos de la naturaleza profetizaran el destino del general Cienfuegos, es aquí, frente a la costa portuguesa de Nazaré, donde me alcanzó la noticia de la detención en Estados Unidos del general Salvador Cienfuegos, exsecretario de la Defensa Nacional de México.
Súbitamente apareció en el horizonte del mar Atlántico una inmensa ola de unos veinte metros de altura. Inmensa y mortal. Desde la distancia del risco podía ver con aparente seguridad las olas más grandes del mundo, que nacen mar adentro y vienen a desatar toda su furia en las playas de Nazaré. Entonces, de manera súbita, se me vino a la memoria el recuerdo de mis lecciones de historia militar: la guerra de Texas y de manera más puntual la batalla de San Jacinto.
Bastaron sólo 18 minutos para que el Ejercito mexicano fuera vencido por los texanos encabezados por Samuel Houston y James Neill un 21 de abril de 1836. Pero lo peor vendría después de la derrota en el campo de batalla. Antonio López de Santa Anna fue hecho prisionero y forzado a firmar, el 14 de mayo de 1836, el reconocimiento de la independencia de Texas.
La humillación para todo el pueblo mexicano no solo quedó plasmada en la captura del general y presidente en funciones de México, Antonio López de Santa Anna, sino en la falta de temple y valor de éste para enfrentar su realidad como prisionero de guerra de los texanos y, por ende, de Estados Unidos.
Santa Anna no solo firmó el ilegal Tratado de Velasco, sino también de su puño y letra escribió una carta dirigida al general Vicente Filisola en la cual magnificaba la derrota mexicana y desinformaba al responsable de las tropas mexicanas que acantonadas al sur del río Bravo, en la misiva Santa Anna exageraba las capacidades de militares de los texanos, para así evitar que los tres mil soldados al mando de Filisola dieran alcance y los combatieran.
El general Santa Anna cumplió con lo que le pidieron los texanos y tras siete meses como su prisionero, en lugar de ser liberarlo por Houston, como lo habían acordado, lo enviaron a Washington DC, para que entonces, frente a las presiones del presidente Andrew Jackson, ratificara para el gobierno de Estados Unidos el Tratado de Velasco.
La estatura de todo militar se mide en la adversidad y su valor se ve cuando está solo frente al enemigo. Esta es la realidad en la que enfrentará su juicio el general Cienfuegos. Más allá de la culpabilidad o inocencia del exsecretario de la Defensa, lo que nos mostrará a todos su dimensión como mexicano y militar será la forma y entereza como lo veamos todos ante un jurado de Estados Unidos.
Si el general Cienfuegos se dejara doblegar por las circunstancias o por las tentaciones de los fiscales del Departamento de Justicia de Estados Unidos, eso implicaría aún algo de más graves que la propia sentencia que podría dictar un tribunal. Inimaginable sería ver a un militar de la estatura de Cienfuegos dar el nombre de algún compañero de armas, revelar secretos de nuestra seguridad nacional o, simplemente, llorar en algún momento de tensión.
Pensar que la detención en Estados Unidos del general Cienfuegos fue solamente por sus relaciones con un narcotraficante de segundo nivel, resulta ingenuo y naif cuando están enfrente un aparato de inteligencia como la DEA y, atrás, sin duda, la CIA.
Las intercepciones de las llamadas entre el general Cienfuegos y alias el H2 fueron a números telefónicos mexicanos, con servicio de voz, datos e imagen provistos por empresas mexicanas y utilizando infraestructura de comunicaciones instaladas en México, lo que nos dice que el gobierno de Estados Unidos no respeta ni la soberanía del territorio mexicano y menos su ciberespacio.
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