De pato a ganso
El desprestigio del Poder Judicial y de la Suprema Corte de Justicia, que es su máximo órgano, viene de lejos, desde los tiempos aquellos que, siguiendo la voz del amo, hicieron doctor Honoris Causa al general de cinco estrellas, el Negro Durazo Moreno, que mal había terminado la primaria. Luego vino el caso del procurador general de la República que se fue de ministro de la Corte porque le convenía más, dado que en la Procuraduría estaría 3 años y en la Corte toda la vida.
Resultaría tedioso relatar las peripecias que ha pasado el cuerpo de magistrados del supremo tribunal. Aunque ha tenido momentos estelares de alta relevancia, más bien su actuación ha dejado mucho que desear, como en los casos de los crímenes de Estado en que murieron Colosio, Ruiz Massieu, el Cardenal Posada Ocampo, el de la francesa Florence Cassez, además de los más recientes en que queda en entredicho su reputación como elevados impartidores de justicia.
¿Qué es a Suprema Corte de Justicia de la Nación y qué debía hacer? En su portal cibernético señala que: "La Suprema Corte de Justicia de la Nación es el Máximo Tribunal Constitucional del país y cabeza del Poder Judicial de la Federación. Tiene entre sus responsabilidades defender el orden establecido por la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos; mantener el equilibrio entre los distintos Poderes y ámbitos de gobierno, a través de las resoluciones judiciales que emite; además de solucionar, de manera definitiva, asuntos que son de gran importancia para la sociedad. En esa virtud, y toda vez que imparte justicia en el más alto nivel, es decir, el constitucional, no existe en nuestro país autoridad que se encuentre por encima de ella o recurso legal que pueda ejercerse en contra de sus resoluciones". En vista de ello, ¿quiénes la integrar?
Dada la colosal tarea que la Constitución y leyes en la materia le encargan, este cuerpo debe estar formado por profesionales del Derecho, que, además, tengan un sentido claro, profundo y preciso de lo que son las normas básicas del sistema político en lo general y judicial en lo particular. Tienen que estar convencidos de la pertinencia de las leyes y ser incondicionales intérpretes de las mismas, de tal manera que sus dictámenes estén libres de toda contaminación ajena a la norma.
Esta contaminación, como se ha visto frecuentemente, puede ser de orden política, cuando obedece a intereses de partido o facción; económica cuando los fallos se hacen persiguiendo un interés económico; por sumisión, cuando se reciben órdenes de un poder superior del que depende la suerte del juzgador; o por democracia, cuando se atiende la demanda de las masas. En todos los casos, esta corrupción acaba con el sentido autónomo del ejercicio profesional del juez.
Y, si un juez no es autónomo, el cuerpo al que pertenece tampoco puede serlo. En ese sentido, las cuotas de poder en la elección de los ministros de la Suprema Corte es una ancha vía para llegar a la perversión del sistema de impartición de justicia. Los integrantes del cuerpo se vuelven patos, que parecen patos, nadan como patos, graznan como patos y obedecen como simples patos.
Quizá por ello aún no hay forma de entender la exoneración de personajes que llevaban en la cara la marca de su infamia y en los gruesos expedientes todas las pruebas necesarias de sus fechorías.
La procurador suiza Carla del Ponte vino a México para entregar personalmente a la Procuraduría General de la República las pruebas de los depósitos que realizó el hermano incómodo en bancos de aquel país utilizando documentos de identidad falsos; las evidencias eran tan contundente que el Poder Judicial lo refundió en prisión; pero, ese mismo Poder Judicial, con un nuevo jefe, dio marcha atrás para librarlo de toda culpa y, además, regresarle todo el dinero que se le incautó.
En casos más recientes, por equis o zeta, los indiciados ligados a la mafia del poder resultan ser inocentes palomitas, a las que hay que pedir perdón por ofenderlos con el pensamiento, y sus cuantiosas fortunas están a su entera disposición para que sigan gozando de la 'dolche vita'. Los patos siguen tirando a las escopetas y como no hay poder que los mueva, ahí seguirán haciendo de las suyas, que nada tiene que ver con el sentido del Derecho ni la rectoría de las normas.
Ahora que existe el propósito de poner orden en la casa y retornar al Estado de Derecho, que no es otra cosa que la aplicación, monda y lironda, de la ley, bueno sería que los patos dejaran lugar a los gansos, considerados desde los albores de la humanidad como aves vigilantes y guardianas por el ruido que hacen ante la presencia del peligro o de algo extraño.
Dejen los patos de andar favoreciendo a los truhanes y acójanse al espíritu de la ley, que no es otra cosa que el camino al orden pacífico.
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