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Apuntes sobre la popularidad de AMLO
Esos núcleos críticos ponen el acento en las debilidades reales o aparentes del discurso
De manera cada vez más recurrente los detractores de Andrés Manuel López Obrador, e incluso los analistas que guardan distancia del presidente sin que ésta se desprenda necesariamente de un agravio, generan mensajes con una mezcla de realidad y de mentira: la llamada posverdad.
Esos núcleos críticos ponen el acento en las debilidades reales o aparentes del discurso y de las acciones del nuevo régimen. Todo ello, empero, no ha podido minar la popularidad de AMLO en los grandes grupos de la población.
Si este fenómeno se analizara desde la lógica racional sería un sinsentido. En teoría, una narrativa con dosis mayores o menores de realidad debería tener efectos en el comportamiento, en las actitudes conductuales de la sociedad.
Así pues, la pregunta central es dilucidar: ¿Por qué no los hay? ¿Por qué AMLO sigue teniendo una ascendencia en por lo menos las dos terceras partes de la población, incluso si se dan por buenos los estudios de opinión de sus propios detractores, aun cuando lo hicieran por consigna o por ejercer un periodismo que pueda verse como independiente? Esa proporción sería incluso mayor si el mismo ejercicio se hiciera de manera aséptica, sin agenda alguna.
La respuesta reside, desde mi punto de vista, en el hecho de que la mayor parte de la sociedad mexicana no actúa en función de la lógica racional; es decir, del conocimiento basado en la comprobación (o percepción de que así es la realidad) empírica de un conjunto de datos que pudieran tener un impacto en su calidad objetivable de vida: inseguridad, falta de oportunidades y muchos otros datos que nutren una narrativa que da vida a la posverdad y forma las denominadas fakes news o mentiras que se presentan como si fueran noticias veraces.
El mexicano lato sensu abreva de la lógica emocional, que es mucho más compleja que la racional. En grandes líneas, la primera está integrada, entre otros, por sentimientos, datos cognitivos, ideas de referencia y actitudes comportamentales.
Este conjunto de ingredientes del pensamiento requiere de un trabajo de psiquiatras, neurocientíficos, psicólogos y sociólogos, entre otros especialistas, para su debida comprensión. Pero este es otro tema…
De ninguna manera considero que AMLO haya provocado una mutación del pueblo de la lógica racional a la emocional. En cambio, sí estoy convencido de que el presidente ha sabido aprovechar de manera brillante esa peculiaridad emocional que mueve a la gran mayoría de los mexicanos.
La organización WSA, con sede en Viena, Austria, que congrega a un equipo científico interdisciplinario internacional, lleva a cabo encuestas agregadas por quinquenios que le dan mayor valor a las llamadas “fotos de momentos” de las encuestas, que difícilmente podrían sustentar hábitos de pensamiento y percepción en el tiempo.
En el estudio más reciente de esa organización, correspondiente al periodo 2010-2014, hay un dato que sería un despropósito si se analiza desde la lógica racional.
A la pregunta de cuál es el sentimiento de felicidad –con cuatro respuestas posibles: muy feliz, razonablemente feliz, poco feliz y nada feliz– México ocupa el primer lugar en el mundo al responder 67.5% de los encuestados que son muy felices.
Racionalmente sería poco menos que imposible aceptar que con la inseguridad, la falta de empleos, los trabajos mal pagados y un largo etcétera exista esa respuesta durante cinco años consecutivos.
En datos completamente diferentes, sólo 23.1% de los ciudadanos de Alemania dice ser muy feliz, y estamos hablando de la primera potencia europea, cuya calidad de vida es infinitamente mejor que la mexicana. Ese mismo sentimiento declara 36.1% de los ciudadanos de Estados Unidos, la primera potencia mundial que, se supone, es el atractivo de millones de personas para migrar.
Por el contrario, sólo 0.4% de los mexicanos dijo ser nada feliz o infeliz, la misma cifra que, nada más y nada menos, se registró en Suecia, considerado el país con mayor equidad y desarrollo del mundo.
Hay, como es evidente en estos esfuerzos, márgenes de error, pero así fueran de más de 10%, algo improbable científicamente, los datos muestran de qué manera el pueblo mexicano procesa la realidad percibida y cómo la internaliza para activar sus pautas comportamentales.
Un buen texto, clásico en el estudio de este tema, es el del psiquiatra Luc Ciompi: The psyche and schizophrenia. The bond between affect and logic, Harvard University Press, 1986.
Lo anterior pone de relieve que falta muchísimo más que datos comprobables para que la confianza de la gran mayoría de los mexicanos en el presidente de la República encuentre asideros sólo apelando a la parte cognitiva. Hasta ahora todas las estrategias en este sentido han fallado, como ocurrió en el caso de la guerra entre Vietnam y Estados Unidos, país este último que resultó perdedor pese a sus operaciones psicológicas, consideradas de vanguardia en su momento pero que no cumplieron sus objetivos.
En conclusión, si las tendencias en México se mantienen como ahora, tendremos presidente de la República para rato, aun cuando los grandes expertos internacionales en datos duros pongan frente a su electorado pedazos de realidad negativa. Ese alto valor reclama al mismo tiempo que AMLO tenga la mayor seguridad posible por el bien de todos.