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Tributo a Marx el Bueno
El mago de aquel pequeño teatro judío en Nueva York anunció que usando sólo sus labios, sus dientes y su lengua enhebraría una aguja. Para probar que ningún artilugio traía en la boca que le ayudara a pasar el hilo por el ojo de la aguja hizo que un niño del público subiera al escenario. Le mostró su boca, abierta, y luego le preguntó: "¿Qué ves en mi boca?". La respuesta debía ser: "Nada", pero el chiquillo contestó: "Piorrea". La carcajada de la gente amohinó al mago, que entre todos los asistentes a la función tuvo la mala fortuna de escoger a quien al paso de los años sería uno de los comediantes más grandes del cine y la televisión de Estados Unidos: Groucho Marx. Su humor fue siempre cáustico, irreverente, anárquico. "Jamás olvido un rostro -le dijo a alguien-, pero con usted haré una excepción". A veces sus gags o chistes lindaban con el surrealismo. En una de sus películas hacía el papel de médico. Reloj en mano le tomó el pulso a un paciente y luego dictaminó: "O este hombre está muerto o mi reloj está parado". Al presidente de un club social le dijo: "Acepte mi renuncia. No quiero pertenecer a un club que admite a personas como yo". La mucama de su casa le anunció: "En la puerta está un hombre con un gran bigote negro". Le ordenó Groucho: "Dile que ya tengo uno". Enemigo de los prejuicios de raza, religión o nacionalidad ironizaba sobre ellos. Cuando a una de sus hijas le prohibieron entrar en una alberca pública por ser judía él exigió: "Déjenla por lo menos meterse en el agua hasta la cintura. Su mamá es cristiana". En una entrevista el reportero le preguntó si había visto ya la película de moda, "Sansón y Dalila", protagonizada por Victor Mature, un fornido actor dueño de prominentes músculos pectorales. Respondió Groucho: "No me interesa ver una película en la que el actor tiene el busto más grande que la actriz". De modo hilarante cortejaba en sus películas a una abnegada y paciente Margaret Dumont. Hay una escena de "Una noche en Casablanca" en la cual le pide a la encargada de la florería del hotel: "Envíe un ramo de rosas a la habitación 424 y ponga: 'Te amo, Emily' al reverso de la cuenta". Y en otra: "Recuerden que estamos luchando por el honor de esta mujer, cosa que ella jamás ha hecho". Hasta de él mismo hacía burla: "Me alimento igual que un zopilote. Desgraciadamente el parecido no termina ahí". Doris Day era una cantante y actriz aséptica, representante de las virtudes que debía tener la mujer norteamericana blanca, anglosajona y protestante. Groucho comentó: "Llevo tantos años en el espectáculo que conozco a Doris Day desde antes de que fuera virgen". En ocasiones sus frases escandalizaban: "Atrás de todo gran hombre hay una gran mujer. Y atrás de ella está la esposa". Se dice que él mismo había escrito el epitafio que debería llevar su tumba: "Perdone que no me levante". Con todo, era capaz de decir cosas de sabiduría: "Cada hombre tiene la edad de la mujer que acaricia". Una vez un predicador le dijo: "Lo felicito, mister Marx, por toda la alegría que ha dado usted al mundo". Replicó él: "Lo he hecho para contrarrestar un poco toda la tristeza que ustedes han puesto en él". Rindo hoy tributo a Marx el Bueno, Groucho, que sigue viviendo en sus películas y en nuestro recuerdo. Lo hago para contrarrestar un poco los absurdos, risibles homenajes que aquí se están rindiendo a Marx el Malo, Karl, cuyas ideas, momificadas ya igual que su cadáver, la 4T pretende revivir. Tenemos un gobierno fincado en dogmas obsoletos, anacrónicos, y que han llevado a la ruina a los países que han cometido la torpeza de aplicarlos. Si se trata de homenajear a momias homenajeen a las de Guanajuato. FIN.
MANGANITAS
Por AFA
"Se casó un obispo europeo".
Le remordía la conciencia
por sus culpas, supe yo,
y él mismo se prescribió
esa dura penitencia.